Manque Pierda


Me hice fanático de los Bravos de Atlanta por culpa de una señal pirata de televisión. Dos antenas artesanales situadas detrás del campo de Las Palmeras captaban la señal de quién sabe dónde y luego la redirigían a cada casa por cinco mil pesos mensuales. Pero si un mes no tenías los cinco mil no pasaba nada: era el principio de los noventa en un sector popular y casi cualquier cosa estaba permitida.

Antes de eso, de la parabólica —que era como los presuntos administradores le llamaban a su negocio de cable—, solo había tres canales: Telecaribe y dos más. Pero Telecaribe era el que yo más sintonizaba porque los domingos pasaban los partidos de los Atléticos de Oakland, que en aquella época eran para mí el mejor equipo del mundo. Con la novedad de la parabólica llegó una variedad de opciones que antes ni imaginábamos. Entre ellas, el canal TBS del millonario Ted Turner quién era además el dueño de los Bravos de Atlanta. Entonces, cada tarde-noche, antes de las películas, pasaban por TBS los juegos de los Bravos. Ya no había que esperar ocho días para ver el béisbol.

Al principio no me percaté de que transmitían los partidos a diario; de hecho, fue allí que me enteré que en las Grandes Ligas juegan todos los días. Yo pensaba que sólo era los fines de semana, como hacen los equipos de softbol de jubilados. Con el tiempo aquellos partidos se convirtieron en una rutina y poco a poco fui abandonando a los Atléticos de José Canseco y La Pantera Stuart, y en su lugar me fui encariñando con los Bravos de Chipper Jones y Javi López.

Y es que hay una gran diferencia entre seguir a un equipo solo porque gana, y hacerse seguidor de un equipo porque ves a sus jugadores remando juntos cada día, porque los ves caer una noche y después levantarse al partido siguiente, abriéndose paso en la temporada. Y eso termina estableciendo un vínculo que va más allá de la victoria o la derrota. Pues la victoria es un episodio efímero, una breve descarga de adrenalina, brevísima como los dos peces de hielo de Joaquín Sabina.

Pero la inmediatez es cosa jodida. Es más fácil comerse la torta que lidiar con el horno. Así, después de la adrenalina, del dulce, del conato de gloria, lo que queda no es mucho. Lo sé porque ya estuve en ese bando. Lo que queda, si es que algo queda, es como una rabiosa y pueril ansiedad de restregarle esa victoria a todo aquel que apoye al equipo rival. Hoy las redes sociales facilitan ese ridículo. 

Lo que viene luego es la nada, esperar el próximo partido y quiera Dios que vuelvan a ganar porque perder es una tragedia. Es quedarse en el vacío, aguantar el temporal de burlas de aquellos que antes habíamos machacado. Es tener que salir a justificarse diciendo cosas como que un partido no define nada, que por años el equipo ha ganado esto y aquello, que ha salido campeón no sé cuántas veces. Y sí, a lo mejor es cierto, pero si pierde nada de eso importa y tú te quedas colgado de la brocha, suspendido en un limbo de cifras intrascendentes.

Ese día no luces con orgullo la camiseta de tu equipazo. Otros más osados —y más patéticos también— quizá sí lo harán, pero solo para tomarse fotos y publicarlas con el fin de hacerles creer a los demás que siguen siendo fieles a pesar de la derrota. Pero bien se sabe que eso no es así, que si el equipo empieza a caer en una larga racha de reveses, esa camiseta terminará archivada y en breve será reemplazada por la de otro equipo que sí gane. Esa es la razón por la cual la mayoría de los fanáticos del fútbol español se reparten entre el Real Madrid y el Barcelona, que es el mismo fenómeno que sucede con los Yankees de Nueva York, que era lo mismo que me pasaba con los Atléticos de Oakland. Por supuesto, este fervor nunca se ha visto con el Deportivo La Coruña o con los Cerveceros de Milwaukee.

Desde aquella época de la parabólica de cinco mil pesos, los Bravos han ganado el campeonato una sola vez, en el año 95. Luego de eso han recorrido un sinuoso camino que algunas veces brilla en lo alto y que otras veces se hunde en el fondo de la tabla. Y esa es una de las cosas que no permite que me aleje de ellos, esa deliciosa incertidumbre, ese sentimiento de zigzagueante esperanza, esa felicidad a cuentagotas. Y ahí me tienen año tras año haciendo fuerza por los Bravos, ganen o pierdan. 

Y es que hacerle fuerza a un equipo solo porque gana debe estar en la categoría de las cosas más tristes del mundo. Y si hay algo aún más triste que eso es abandonar un equipo solo porque pierde. Es por eso que no existe un eslogan más bello que el que tienen los hinchas del Betis, y que bien puede resumir toda esta cháchara que he escrito: “Viva el Betis, manque pierda”.

 

@xnulex


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