Alberto Jamaica, Rey del Festival de la Leyenda Vallenata.

Alberto “Beto” Jamaica “Me llaman ‘El rolo de oro’”


 

“Soy un poco tímido para hablar”, dijo Alberto “Beto” Jamaica en los patios del Claustro Santodomingo, el día en que la Fundación BAT lo invitó a que le regalara una noche de vallenato auténtico a los cartageneros y turistas que merodeaban alrededor del Hay Festival 2008.

En esa ocasión se hizo acompañar de un conjunto semitípico, porque, en aras de que el sonido no apareciera tan vacío, el Rey Vallenato 2006 invitó al legendario bajista José Vásquez, “Quevaz”, quien en ningún momento —y pese a sus kilates como músico y como leyenda— intentó restarle protagonismo a Jamaica.

Unos minutos después, cuando la nota vallenata y el vino español ya se habían apoderado del torrente sanguíneo de los asistentes, Beto Jamaica violó la norma de su supuesta timidez y, antes de interpretar cada pieza, lanzaba un discurso de apertura que terminaba por arrancar aplausos y por dar la impresión de que se estaba en la presencia de un Rey distinto, un rolo ciento por ciento, un acordeonista digno y buena gente, que está dispuesto a escribir otra página de oro en el concierto mundial de la música vallenata.

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¿Usted es bogotano neto o tiene raíces costeñas y se crió en Bogotá?

—Soy bogotano de pura cepa. Siempre he vivido en Bogotá, pero llevo 15 años visitando la ciudad de Valledupar, más exactamente su Festival Vallenato, en el cual he concursado dos años en la categoría aficionado, trece en la categoría profesional y una sola vez en el Rey de Reyes.

¿Desde cuándo está tocando el acordeón?

—Tengo actualmente 43 años, pero empecé a tocar el acordeón desde los 20. Me inicié como cajero, guacharaquero y cantante de una agrupación vallenata.

¿Cuándo y por qué se interesó en la música vallenata?

—Desde que tenía cinco años he sido un gran amante de ese folclor y siempre me entusiasmó cantar, tocar esos instrumentos. A los 15 años conformé una agrupación vallenata cantando y tocando la guacharaca. El acordeonero tenía ciertos problemas de métrica que debía corregirle; de esa forma, él me fue enseñando pedazos de canciones para que yo las tocara de una forma correcta y, a su vez, él pudiera ver cómo era la métrica precisa, las pausas que había que dejar. Le enseñé que los silencios, mezclados con las notas, hacen la música más agradable. Ese muchacho no sabía dejar silencios y tenía que corregirlo; pero cuando me di cuenta, ya me sabía unos diez pedazos de diez canciones y así caí en cuenta de que eso era lo mío. Después, el acordeonista se fue a vivir a Cúcuta. Yo me quedé en Bogotá. Me relacioné con los hermanos Guerra, quienes me enseñaron más notas y más canciones; y, de esa forma, pude evolucionar.

¿En su familia hay antecedentes de músicos inclinados por el vallenato?

—La vena musical me viene por el lado de mi madre, María del Socorro Larrota, quien aprendió a cantar en un convento en donde fue recluida por la Policía, después de haberse escapado de su casa, ya que su abuela la maltrataba mucho y la ponía a pedir limosna. Años antes su madre la había abandonado en casa de esa abuela. Un día, ella le pidió a un policía que se la llevara presa, porque no quería vivir con la abuela. El policía, obviamente, le dijo que no podía hacer eso porque ella no había cometido ningún delito. Entonces, mi mamá se metió a un almacén y se robó algunos artículos. Así fue como se la llevaron presa y aprovechó para decir que no quería volver a su casa por todo lo que le estaba pasando. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de aprender a leer y a escribir en el convento y a cantar en el coro con las monjas.

Antes de tocar cualquier instrumento, ¿cómo fue su relación con el vallenato?

—A los 12 años me hice amigo de algunos muchachos de mi edad que estaban enamorados de esa música. Con ellos frecuentaba las tabernas en donde programaba vallenato. Nos relacionamos con los artistas, les aprendimos cosas, los observábamos milimetricamente. En ese momento yo era albañil y la poquita plata que ganaba me la gastaba viendo grupos vallenatos en las tabernas.

¿Cómo empezó su relación con Valledupar?

—Cuando consideré que ya había dominado suficientemente el acordeón y logré varias producciones discográficas, me encontré con Hernando Celis Cristancho, un acordeonero boyacense, quien había sido rey aficionado en el Festival cuna de acordeones, de Villanueva (Guajira). Él me dijo que yo tenía aptitudes para competir. Al principio me resistí, porque yo decía que mi música no era folclórica sino la moderna que se oía en las emisoras. Pero Hernando insistía en que mi digitación era la de un acordeonista festivalero. Por fin le hice caso y participé en una justa que se llama Festival de la Flor Vallenata, en Madrid (Cundinamarca), en donde ocupé el tercer puesto en la categoría aficionado, cosa que me llenó tanto de entusiasmo que al año siguiente volví y gané el primer puesto. Después me presenté tres veces en la categoría profesional y a la tercera quedé en primer puesto. Entonces dije, “estoy listo para ir a Valledupar”.

¿Cómo fue esa primera experiencia en Valledupar?

—A principio me tocó durísimo. Tanto es así que duré trece años para convertirme en Rey Vallenato. La primera vez me presenté en la categoría aficionado y ocupé el octavo puesto, entre 75 acordeoneros que había, entre esos Hernando Celis, quien, como te dije, me indujo a participar en festivales, pero esa vez le gané y eso me dio mucha tristeza. Él se sintió un poco molesto. Decía que era injusto que una persona que nunca había participado en el Festival ocupara ese puesto. Sin embargo, yo estaba consciente de que me había preparado muy bien. De ahí en adelante seguí participando. Subí del octavo al séptimo, luego al sexto y completé ocho años en los que siempre quedaba entre los seis mejores acordeoneros.

¿En algún momento sintió que era demasiado pretender ser Rey en la categoría profesional?

—No sólo eso. En Bogotá todo mundo me decía que nunca lo iba a lograr. Pero yo sabía que los organizadores del Festival de la Leyenda Vallenata son personas muy correctas, tienen experiencia y capacidad para tomar sus decisiones, y la verdad es que nada es imposible en esta vida. Desde que un ser humano se proponga una meta buena, la puede lograr con perseverancia, ánimo, juicio y respeto. Yo soy una muestra para todo aquel que quiera conseguir algo en la vida. En principio, hay que pedirle las cosas a Dios; después viene la dedicación y el respeto; y la recompensa es el logro.

¿Quiénes fueron sus maestros en la música vallenata para lograr esa nota tan típica que hoy tiene?

—Los primeros fueron los hermanos Sierra, pero ellos me enseñaron el vallenato moderno, diciéndome que para ser acordeonero había que tocar así. Pero cuando empecé a asistir a parrandas vallenatas me di cuenta de que no era cierto, que había tocar música de Los hermanos López, de Luis Enrique Martínez y de todos los juglares fundadores del vallenato. Desde ese descubrimiento empecé a comprar discos de música vallenata raizal, a investigar entre los conocedores, a asistir a festivales sólo como espectador. Me di cuenta de la calidad incalculable de maestros como Alfredo Gutiérrez, Raúl “El Chiche” Martínez y empecé a asumir el vallenato autóctono, cosa que me enriqueció tanto que actualmente voy a una parranda y me siento seguro, porque sé que puedo tocar ese vallenato como cualquiera de los juglares. La verdad es que el vallenato moderno para parrandear no sirve, porque hay que tocarlo con guitarra, bajo y batería.

¿Cuántas producciones discográficas tiene hasta el momento?

—Cincuenta. He grabado con Otto Serge, el Grupo luna verde, de la actriz Carolina Sabino; con la orquesta Los Tupamaros, Los alfa ocho, la “Orquesta filarmónica de Bogotá, la Orquesta taxi, el Grupo guayaba” y muchos más. Acabo de grabar con Luis Díaz, un cantante de El Carmen de Bolívar, que se crió en El Copey (Cesar).

Pero para tener 50 producciones, usted era un completo desconocido...

—Es verdad, porque en realidad en todas esas grabaciones participé como invitado especial. Por eso mi nombre siempre aparecía detrás de la carátula. Casualmente, mi separación con Otto Serge fue por falta del crédito. Nos sonó una canción llamada Así de fácil. Nos contrataban en muchas partes, pero él nunca me daba crédito. Siempre nos anunciaban como “Otto Serge y su grupo”. Después de ser Rey Vallenato le exigí el reconocimiento, pero no me lo dio; entonces me fui del grupo.

Ahora que es Rey Vallenato, ¿qué planes tiene en cuanto a producciones discográficas?

—Ahora las cosas son a otro precio, porque pienso que un Rey Vallenato es grande. Pero veo que los reyes no se valoran, ellos mismos se menosprecian, cuando creo que una corona ganada en Valledupar es para sacarle el jugo (en el buen sentido de la palabra). Uno puede fundar un grupo, grabar muchas producciones, hacer muchas obras sociales, en vez de estar a la sombra de un cantante que siempre será tu patrón, el que te regaña y el que muchas veces te menosprecia. Este es un concejo que quiero darle a todos los reyes vallenatos, porque una corona no es cualquier cosa, es algo grande que hay que saber aprovechar.

¿Y cómo aprovecha usted esa corona?

—Para empezar, tengo una agrupación de 14 músicos, que se desempeñan muy bien en tarima. No soy un artista caro, porque me encanta mucho el trabajo. Quiero darme a conocer con mi agrupación completa. Ya mi producción empezó a sonar. La grabamos en el estilo vallenato auténtico, porque como Rey Vallenato creo que tengo derecho a hacerlo; y le agradecería mucho a la gente de mi país que me apoyara, porque es una causa justa y el grabar vallenato puro no es ningún pecado, aunque no sea “nueva ola”. Lo que yo grabo también merece respeto y sé que es una producción muy bien grabada, con buen sonido y con una buena casa disquera, como lo es Codiscos.


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