Conrado Marrugo, músico turbaquero

Conrado Marrugo: el milagro de hacer música


La primera vez que vi a Conrado Marrugo fue precisamente el día en que nos encontramos para realizar esta entrevista.
Años atrás escuchaba mencionar su nombre y veía su rostro en las carátulas de los discos, pero nunca presencié ninguno de sus conciertos, ni tuve la oportunidad de saludarlo, como lo estoy haciendo ahora cuando aprovecho que ha llegado a Cartagena, procedente de Bogotá, a pasarse unos días en casa de una hermana,  en el barrio Santa Mónica. Unos días atrás intentamos encontrarnos varias veces, pero siempre se interponían nuestros respectivos compromisos laborales. Porque Conrado volvió a la tierra a descansar un poco, pero también aprovechó el espacio para participar en el Festival del Bolero, que se estaba desarrollando en las instalaciones del Centro de Convenciones Cartagena de Indias.
Fue una tarde de sábado cuando volvimos a hablar por teléfono. Acordamos reunirnos el domingo, pero después de 10 de la mañana, cuando ya él hubiera descansado lo suficiente del trasnocho y de la jornada musical que le tocó enfrentar el día anterior hasta más allá de la medianoche.
Lo encontré vestido con un jersey azul grueso y de mangas largas, como los que se usan en las ciudades de clima frío. Parte del sol riguroso que estaba azotando a Cartagena entraba hasta la sala de la vivienda en donde el maestro me estaba esperando.
Me lo imaginaba alto y delgado. Pero su estatura podría clasificarse como normal, sin que desentone con su cuerpo robusto, su gran cabeza canosa y semi calva y su sonrisa de dientes grandes y de un blanco más bien discutible. Quien observe por primera vez las facciones finas de su rostro y la excelsitud de sus modales, tal vez  no podría imaginarse a Conrado interpretando canciones picarescas como Déjame jugá (Mi mamá me va a pegá/porque me vio en el corral/jugando con Carmencita/al papá y a la mamá) El destino y La platica, que sonaron en los años 80 y 90 en todo el Caribe colombiano, arropadas por esa voz explosiva que todavía posee, pero que poco usa, al menos en cuanto a producciones discográficas se refiere.
Son muchos los músicos, compositores y cantantes de la expresión tropical colombiana quienes en alguna ocasión han tenido algo que ver con los conocimientos de Conrado. Una de sus canciones, una balada, para ser más exactos, estuvo concursando en la OTI interpretada por Juan Carlos Coronel, quien regresó lleno de aplausos, pero también de agradecimientos para el compositor.
Mas, la última vez que supe de alguna aventura discográfica ambiciosa liderada por Marrugo, fue cuando la disquera EMI le publicó su producción “Conrado Marrugo y su Cartagena Big Band”, un intento por revivir las agrupaciones musicales gigantescas que existían en los tiempos de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, pero la intentona no llegó muy lejos. Al parecer, y como siguiente paso, Conrado se marchó a Bogotá, en donde continúa desarrollando sus conocimientos musicales y elaborando proyectos con nuevas figuras del canto y de la ejecución instrumental, quienes no temen enfrentar el océano de dificultades en que se ha convertido el espectáculo en la Colombia de los  nuevos tiempos.
Nos sentamos en un sillón mullido y oscuro, después de apurar dos vasos de agua helada en contra del calor agobiante que entra por las ventanas y no muestra intensiones de irse. Conrado no necesita cuestionarios, pues, con la primera pregunta, acciona la cinta magnetofónica de su memoria, mientras que su voz es un parlante que todo lo reproduce con fidelidad.

Mi mamá me va a pegá...

“¿Qué por qué me llamo Conrado? Eso se lo debo a mi abuela paterna, Julia Elles, quien era muy admiradora y muy seguidora del proceso de pacificación de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial. En ese instante, quien se encargó de pacificar a Alemania, después que murió Hitler, fue Konrad Adenauer, un reconocido político del siglo XX. Mi abuela fue muy admiradora de su gestión. Entonces tomó el nombre de ese político, le cambió la K por C y le agregó la O. Es decir, la latinizó, convirtiéndolo en ‘Conrado’. De ahí surgió mi nombre, Conrado Marrugo Vélez. 
Nací en el municipio de Turbaco, en la Calle del Cerro. Mis inquietudes musicales vienen tanto de la corriente paterna como materna. Mi papá, Eleazar Marrugo, era un tipo muy rítmico; pero mi mamá, Honorina Vélez, era muy melódica, aunque no era tan rítmica. Mi papá se inclinaba mucho por la percusión, aunque tenía un gusto exquisito por la música afroamericana, el jazz, el bossanova, etc. Y mi mamá era una gran cantante con una afinación impresionante y un vibrato que manejaba a su antojo. Pero siempre estaba cantando sin ritmo, y yo la acompañaba una que otra vez.
En cuanto a mis inicios, repito, mi inclinación en la música fue desde siempre. Mi papá me dormía escuchando a Frank Sinatra y al resto de cantantes norteamericanos de esa época. Cuando en Turbaco existía el Colegio San Luis Gonzaga, allí tenían una banda de guerra, y a mí se me metió la ventolera de formar parte de esa banda. Entonces, empecé a llorarle al profesor Carlos Peñaranda, hasta que a la edad de 6 o 7 años me pusieron a tocar un tambor. Pero, como los integrantes eran muchachos de cuarto y quinto de bachillerato y yo apenas estaba en segundo elemental, me pusieron delante de la banda para que llevara el ritmo con el tambor. Y terminé convirtiéndome en la atracción, por lo diminuto y gracioso que me veía.
Después comencé a practicar con la corneta, pero al mismo tiempo empecé a sufrir mucho de amigdalitis. Luego, una hermana, Julia María, inició estudios de piano en el colegio de las monjas; y mi abuela materna, María Nicolasa Martínez, le regaló el instrumento. Ese aparato no podía tocarlo nadie. Pero, cuando ella estaba en el colegio y todos en la casa se descuidaban, yo empezaba a tocar, de oídas, canciones de Roberto Carlos, Los ángeles negros, Sandro, etc., que era la música que estaba de moda a finales de los años 60. Primero sacaba las melodías con un solo dedo. Después, fui utilizando los otros dedos hasta que solté las manos”.   

Yo no sé de qué se queja esa vieja condená...

“Más tarde, cuando el doctor Álvaro Escallón Villa fue gobernador de Bolívar, contrató al maestro Antonio María Peñalosa para que dirigiera la banda departamental. En ese momento mi papá era funcionario de la Secretaría de Salud de Bolívar y, al mismo tiempo, era amigo del maestro Peñalosa desde las épocas en que estudiaba Medicina en la Universidad Nacional y el maestro trabajaba en un establecimiento, famoso en Bogotá, llamado La Cashbá.
Para esa época se había presentado una emergencia de inundaciones en la población de Achí (sur de Bolívar) y el gobernador le pidió a mi papá que fuera con él a ese sitio para una jornada de vacunación. Pero el mismo día en que mi papá estaba esperando al doctor Escallón Villa en el aeropuerto, llegó Peñalosa en el mismo avión. Se encontraron y se alegraron mucho, porque tenían como 20 años de no verse. Peñalosa dijo que había llegado a Cartagena a conversar con el gobernador, y mi papá le comunicó que Escallón Villa venía en ese mismo vuelo.
Cuando llegó el gobernador, éste le dijo a mi papá que se quedara atendiendo a Peñalosa y lo ubicara, porque debía partir enseguida para el sur de Bolívar. El viejo resolvió llevárselo a almorzar a mi casa. Cuando el maestro llegó, lo primero que miró fue el piano de mi hermana y preguntó que quién estudiaba música. Mi papá le dio la información, pero mi hermana no estaba en el momento. Entonces le agregó que yo a veces también me ponía a necear ese instrumento, y me puso a tocar.
Recuerdo que el maestro estaba listo para hospedarse en una pensión, pero de pronto determinó que se quedaría en la casa, porque ya estaba aburrido de vivir en pensiones. Incluso, propuso que lo que se iba gastar en el hospedaje nos lo daría a nosotros para que le pagáramos a dos muchachas: una para el aseo y el lavado de ropa; y la otra, para la cocina. De una vez arreglaron una pieza en donde dormiríamos Peñalosa y yo.
En ese cuarto, el maestro amanecía explicándome qué era la armonía,  cómo se escribía, cómo se distribuían las voces, etc. Con él empecé a estudiar la teoría de la música, la orquestación y la armonía, aunque al maestro le llamó la atención que yo comencé a hacer armonías sin tener idea de la teoría musical, y esa parte me la reforzó con sus conocimientos. Por eso digo que no existen las cosas fortuitas, sino que Dios pone a las personas en tu camino para que te ayuden a construirte. Tan es así que cuando le dije, ‘bueno, maestro, comencemos. ¿Cuál es la primera clase?’. Y él me dijo: ‘la primera clase es que cerremos el piano. Mira el pentagrama, papel y lápiz y vamos a escribir para que sepas qué es lo que estás haciendo en el piano’. De tal forma que trabajamos casi por tres meses en los que ni miramos el piano, solo lectura solfeada, rítmica, melódica y me ponía a escribir melodías. Después, empezamos a pasar al piano lo que yo había escrito. Es decir, con él empecé a tratar la música en serio, a estudiar teoría musical. 
Cuando terminaron los cuatro años de gobierno del doctor Álvaro Escallón Villa, también terminó el contrato de Peñalosa y éste me comunicó que regresaba a Bogotá. Me inscribí en la escuela de música de Bellas Artes. Estudié apreciación musical con el maestro Jiri Pitro; y, con la profesora Yolanda de Sanctis, comencé a estudiar técnica de piano”. 

Quien nace pa’ policía, del cielo le cae el bolillo...

“Estando en eso, alguien se enteró de que en Turbaco había un muchacho que tocaba piano. Era Antonio de la Torre, quien, junto con Francisco ‘Pacho’ Fortich, tenían la orquesta del Casino del Caribe, cuando éste quedaba en el Hotel Caribe y no en el Pierino Gallo, como ahora. Un día se presentó a mi casa Antonio de la Torre y me dijo que estaba necesitando un pianista ‘y me dijeron que tú tocas’, comentó. La verdad es que me puse muy nervioso (producto de mis 16 años de edad) y le respondí que yo no tocaba, que apenas estaba estudiando.
Sin embargo, comenzamos a tocar y, en cuanto terminamos la segunda tanda, le dije que me diera las partituras de las piezas más difíciles para llevármelas para mi casa y ensayarlas con más tranquilidad. Pero me dijo que los temas más difíciles ya los habíamos tocado. Se refería a canciones de moda en ese momento como ‘Periódico de ayer’ , ‘Sopita en botella’ , en fin, la salsa dura. Pero también había mucho Nelson Henríquez, Billo’s Caracas Boys, Renato Capriles, la Dimensión Latina, etc. Era la invasión de la música venezolana en Colombia.
Cuando terminamos esas intervenciones, Pacho y Antonio me felicitaron y me dijeron que ya era parte de la orquesta. Allí estuve por tres años. Mientras, estudiaba en el Colegio San Carlos, de 7 de la mañana a 1 de la tarde; y trabajaba en el Casino del Caribe de 9 de la noche a 1 de la madrugada. Era un horario muy apretado, pero terminé bachillerato y casi enseguida me fui para Bogotá, no sin antes decirle a mi papá que en Cartagena la mejor orquesta que había era la del Casino del Caribe y que, por lo tanto, ya no podía aspirar a más, porque no había más nada. Por eso me iba para Bogotá a ver qué encontraba.
Recién llegado a Bogotá comencé a trabajar casi enseguida. Allá me encontré con Harry Hawking (padre), quien estaba de vocalista. Mi primer trabajo fue con la orquesta Los Caribes, de Luis Núñez. Más adelante, entré a trabajar con el grupo La onda tres, de Jimmy Salcedo; y, a los tres meses de estar con esa orquesta, Jimmy me dijo: ‘bueno, Conrado, acabamos de abrir la programadora Do re creativa TV. Yo tengo que encargarme de la parte gerencial, pero necesito que te encargues de la parte musical’. 
Entonces quedé como director musical de Do re creativa TV, que producía el programa El show de Jimmy. Ahí comencé a trabajar con diferentes artistas, acompañando a Emilse, Isadora, Billy Pontoni, Cristopher, Claudia de Colombia; y muchos cantantes internacionales como Raphael, Roberto Carlos, José Luis Rodríguez, Sandro, Palito Ortega, Leo Dan, etc. 
En pleno apogeo del programa, me llamaron de la disquera CBS (hoy Sony Music). Allí me tocó producir los discos de gente como Diomedes Díaz, los hermanos Zuleta, Billy Pontoni, entre otros. Pero después de varios años tuve que renunciar tres veces porque  no me aceptaban la renuncia. Tenía algunas dificultades familiares que exigían mi presencia en Turbaco.
Cuando al fin me aceptaron la renuncia, me dijeron que les firmara una carta de prioridad de grabación. Es decir, en el supuesto caso de que yo hubiese querido grabar, primero debía avisarles. Entonces me llamó Julio Estrada, el famoso Fruko, para que grabara como cantante de The latin brothers, quienes pertenecían a la disquera Fuentes. Enseguida les avisé a los de CBS y me sugirieron que mejor preparara un long play para ellos. En vista de eso, me tocó recomendar en Fuentes a Joseíto Martínez.
Al mismo tiempo, hice mi producción con la CBS y fue cuando pegamos la canción ‘Déjame jugá’, que es de mi autoría, que por cierto fue regrabada en noviembre de 2010 por el grupo Cumbia Caribe; y me dicen que sonó mucho en los carnavales de Barranquilla del 2011.
Cumplido ese compromiso, me llamó el productor Rafael Mejía, de Codiscos, y empecé a trabajar con esa empresa una canción que se llamó ‘El destino’ , cuya primera estrofa y el estribillo son de Lucho Vega. El resto de estrofas se las puse yo, por supuesto, con la autorización de Lucho. También dirigí las producciones de Los Diablitos, Rafael Ricardo y Otto Serge; y el Grupo Niche, cuando grabó ‘Tapando el hueco’ . Me tocó El binomio de oro, Wilfrido Vargas, Los soneros de Gamero, llevé al grupo Son Cartagena; y, a propósito de este último grupo, figúrate que Jorge ‘El Cone’ Aleán, el cantante, no me creía cuando le comuniqué que los iba a poner a grabar, y fue cuando hicimos las canciones ‘Martica’  y ‘El buscapié’”.

Hombe, Juancho, ¿eso qué es?

“Cuando surgió el boom de las orquestas cartageneras (y lo digo con mucha humildad, pero también con satisfacción) yo estaba trabajando en el Hotel Caribe, y el vocalista de mi grupo era Juan Carlos Coronel, quien, a la sazón, tendría unos 15 o 16 años. De allí, fue llamado por mi gran amigo Víctor ‘El Nene’ del Real, quien antes me había comunicado que quería grabar con el muchacho y yo lo animé. Le dije: ‘qué chévere que hagan algo’. Entonces fue cuando grabaron ‘Patacón pisao’.
Allí comenzó —y eso habrá que agradecérselo siempre a ‘El Nene’— la apertura de las casas disqueras del interior del país respecto a las orquestas cartageneras. ‘El Nene’ abrió las puertas para que se creyera en nuestros músicos. Cuando pegó el ‘Patacón pisao’, detrás se fueron Nando Pérez, Barbacoa, Inéditos de Colombia, Hugo Alandete. En fin, llegó un momento en que Cartagena logró conformar 32 grupos musicales.
Por eso días, en Codiscos, presencié un conflicto interno entre el presidente de la empresa y el gerente del estudio, y vi que la cosa se estaba poniendo caótica. Un día le comenté a Raúl Avendaño, el que después sería el propietario de la disquera Kuky Récord, que tenía ganas de regresarme a Cartagena. Entonces, me propuso que nos fuéramos para Bogotá a fundar un estudio de grabación con una consola que tenía en Barranquilla. Yo le dije que en Bogotá había estudios en cada cuadra y que en Cartagena había más futuro por la cantidad de músicos y orquestas que estaban dando de qué hablar en todo el país.
Avendaño, como para terminar de convencerse, habló con varios productores y todos le dijeron lo mismo que yo le había dicho, que el boom musical de Colombia estaba saliendo de Cartagena. Traímos el estudio y lo montamos, con ayuda del ingeniero Alfonso Abril, en la Calle del Curato, del barrio San Diego. En ese momento también se estaba despertando la música champeta, a la que todavía no le decían así, sino ‘terapia’. Hicimos tantas producciones en ese género que Humberto Castillo, quien se vinculó después, viajó a Costa de Marfil y trajo fonogramas con sus licencias para publicar en Colombia. Así se dio la resurrección de la música africana en Cartagena.
A finales de los años 90, la disquera EMI me llamó para que hiciera una producción y conformé una orquesta de formato big band, teniendo como cantantes a Johay Rivera y a Gregorio 'El Goyo' García. La producción se llamó ‘Conrado Marrugo y su Cartagena big band’, con la cual logramos dar a conocer otro tema de mi autoría llamado ‘La platica’. 
El proyecto era muy ambicioso. La producción costó 52 millones de pesos, pero mover esa orquesta era casi imposible, por los altos costos, lo que hizo que el proyecto se quedara solo en eso. Pero sí se marcó una pauta, porque después los hermanos Jorge y Sady Ramírez, los del Grupo Clase, fundaron la Big Band Show, que no fue más que una copia de lo que yo había hecho, porque yo estaba grabando en los estudios de Sonolux y un día los encontré, con Hugo Gutiérrez, espiando mi producción. Ellos se sorprendieron, porque llegué muy temprano. Los encontré metidos en una sala que no les correspondía y escuchando mi producción, lo que me pareció un tremendo atrevimiento. 
Cuando se publicó la producción de mi big band, a la semana salieron ellos con unos arreglos copiados de la Billo’s Caracas. Después, en Cartagena, otros músicos organizaron la Cartagena Big Band, pero resulta que esa razón social ya la había registrado EMI. Y, para no tener problemas, decidieron bautizarla como Cartagena Caribe Big Band.
Después de fracasado el proyecto de la big band, regresé a Cartagena y trabajé en el Hotel Hilton durante unos 11 años. Ahora vivo en Bogotá produciendo diferentes artistas. Lo más reciente que he hecho es una producción con la Filarmónica de Bogotá y la cantante soprano Beatriz Mora, con temas reconocidos de la música clásica y algunos temas colombianos a los que tuve que adaptarlos a ese formato de orquesta. El pasado 31 de diciembre, la Sinfónica de Bogotá estrenó dos arreglos míos de un tema griego que se llama ‘Czardas’; y de un tema italiano que se llama ‘Brisas napolitanas’. Por ahí tengo guardada una sorpresa con una cantante pop llamada Lina, que es extraordinaria”.

Enero de 2012


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