Sergio Rivero: volvió El Haitiano


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Sergio Rivero llegó a Cartagena la noche del 2 noviembre. Su arribo se venía anunciando semanas atrás.
El comentarista radial Cheo Romero lo recibió en el aeropuerto Rafael Núñez y lo invitó a la taberna Areíto, de la Calle Larga, en donde un modesto público lo esperó sin tener muy claro a quién pertenecía la estampa en cuestión.
Hubo que explicar nuevamente que el cubano era el autor de la canción Anita tun tun y el intérprete del tema Llueve que llueve, pues del Sergio Rivero que apareció en la carátula de Llegó El Haitiano, el LP que los cartageneros conocieron en 1982, queda muy poco.
En esa gráfica está la imagen de un artista vigoroso, con aproximadamente 50 años, armado de una sonrisa amplia y luminosa, como la de esos campesinos latinoamericanos fortificados espiritualmente por la franqueza y la rusticidad del medio en que se crían.
El Rivero de ahora representa unos 75 años de edad, es más delgado, de cabellos escasos, rostro escurrido y figura levemente inclinada, aunque su hablar es rápido y enérgico, como de seguro lo fue cuando se hizo tomar la foto de su primer LP.
En medio de los pocos asistentes a la taberna, el cantante habló rápidamente acerca de su experiencia como compositor y cantante, mientras los presentes le recordaron las correrías de su LP en los años ochenta, en una época en que los jóvenes cartageneros tenían muy pocas opciones de diversión y esparcimiento en su propia ciudad.
Unos días después se le vio haciendo parte del público que asistió al carnaval del barrio San Diego y hasta se permitió subir a la tarima de Las Bóvedas, en donde balbuceó un trocito de Llueve que llueve, lo que los carnavaleros aplaudieron con entusiasmo, como si de pronto algo les hubiera disparado el resorte de las adolescencias más lejanas.
Esa tarde, y tal vez por el exceso de sonido de la amplificación, a lo mejor nadie le dijo a Rivero que cuando su LP llegó a Cartagena la primera canción que sonó en la radio fue precisamente esa en donde el autor dice que, mientras llueve, él sigue cantando a una chiquilla que lo está mirando.
Nadie le comentó que desde un principio fue tan arrolladoramente aceptada que a la gente no le cupo duda de que el cantante era nadie menos que el venezolano Nelson Henríquez —tesitura media, galillo susurrante—, quien años atrás se había adueñado del espectáculo cartagenero interpretando canciones de compositores colombianos, y un poquito de su propia tierra.
Pero, tremenda sorpresa: el cantante no era un veneco sino un haitiano, como lo decía el título del disco. Después se creyó que era dominicano y, por último se supo que era cubano. Pero, antes de que se conociera esto último, ya dos de esas canciones estaban cobrando alta sintonía en las estaciones del momento.
Anita tun tun y Llueve que llueve no podían faltar en las fiestas familiares, en las incipientes minitecas, en los pasacintas de las busetas, en las exiguas tabernas de entonces, en las pocas terrazas de la zona suroccidental o en los bailes de picós de los sectores marginales.
No señor. Si se quería hacer parte de la onda pop-antillana que se respiraba por todas partes, había que cargar ese LP bajo el brazo. Después se pegaron los otros temas: “Caridad, tu son, hija de Ochún”; “Vamos a ponerle ganas”, “Un guajiro en Nueva York”, “Pon un vaso de agua clara” y “Pa’ Puerto Rico me voy”.
Posteriormente se supo que el furor no era únicamente en Cartagena sino también en Barranquilla, Bogotá, Cali, Medellín y en donde hubiera gente que se le midiera a la rumba. El disco registró ventas nunca reveladas y fue la causa de que Sergio Rivera apareciera una noche en la televisión: El show de Jimmy le sacó declaraciones, según las cuales, estando muy joven, salió de su país a refugiarse en Europa y posteriormente en Nueva York, en donde aún vive cantando sus canciones en clubes nocturnos.
En aquella ocasión no vino a Cartagena. Y quienes querían conocerlo debieron viajar a Barranquilla, en donde fue uno de los protagonistas de los carnavales de 1983. Después de esa fecha, sus canciones siguieron sonando hasta convertirse en las clásicas que son hoy, pero nunca se volvió a saber del cantante.
De vez en cuando, en épocas de invierno, los programadores de emisoras ponían “Llueve que llueve” y los choferes entendían que en alguna parte de la ciudad estaba lloviendo a cántaros, pues Sergio Rivera se los advertía con ese dejo de trovador nocturnal que se quedó para siempre en la memoria auditiva de los colombianos.
Por casualidad regresó a Colombia en una temporada de llueve que llueve. Lo invitaron Jesús María Villalobos Jr. y Cheo Romero. Por primera vez viene a Cartagena, y en cada sitio que visita le piden cientos de veces que cante aquella canción de la chiquilla cuyos ojitos son cual dos luceros que brillan, brillan, brillan de amor...
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De pinceles y timbales

El Haitiano del siglo XXI luce ropas ultramodernas y gafas oscuras del mismo talante, como queriendo espantar la persecución de las edades que se le vienen amontonando en el cabello.
Su charla es abundante y su voz es la misma que se escucha en los discos. No fuma ni bebe, pero conversa a raudales con la musicalidad que caracteriza a los nacidos en su tierra.
¿Cuántos años lleva en la música?
—Este año cumpliré 50, porque empecé en 1956. Nací en Santiago de Cuba hace 75 años, pero como mi mamá era madre soltera, salió en busca de mejor vida hacia La Habana. Fue allá en donde hice mis primeros intentos por ser artista. Y qué cosa rara, muchacho: no tengo antecedentes musicales en mis ancestros. Yo soy el único músico de mi familia. La verdad, creo que nací marcado por el arte, porque nunca nadie me explicó cómo se hace un bolero ni una guaracha. Para mí, los verdaderos artistas son los empíricos, porque nacen con eso. Si tienen la oportunidad, estudian y se perfeccionan, pero de todas maneras son fenómenos naturales.
¿Cuándo compuso su primera canción?
—Cuando tenía unos 14 años. Recuerdo que fue un bolero que le dediqué a una amiga, que no era tan bonita, pero uno a esa edad no es jurado de belleza y puede encantarse con cualquier muchacha.
¿Y cuándo entra en serio a la música?
—Participando en los concursos que organizaban las emisoras de La Habana en ese tiempo. A la vez, me defendía como dibujante (otra cosa que nadie me enseñó ni estudié), haciéndole retratos a los cantantes del momento, porque pensaba que con eso podría introducirme poco a poco en el mundo del canto. Antes de que eso pasara pinté a Beny Moré, a Nat King Cole, a Carmen Miranda, a Nelson Pinedo, etc. Cuando me dieron la oportunidad de participar en un concurso me tocaron la campana, porque me puse nervioso y no di para cantar bien. El pianista se molestó e hizo que me sacaran. La segunda oportunidad fue en un concurso con la orquesta La sublime. Esa vez, por encima de los demás concursantes, convencí al flautista.
¿Cómo alternaba la pintura y el canto?
—Mira una cosa: mi mamá andaba tan contenta con mis manifestaciones artísticas que me decía: “oye, un día de estos vas a ser un artista famoso en la pintura o en el canto o en las dos cosas, pero yo sé que no vas a pasar desapercibido”. Entonces me animé a manejar las dos cosas, pero unas veces comía y otras no; unas veces conseguía platica y otras no, ni para el bus. La cosa se puso tan dura que perdí el cuarto en donde vivía y terminé durmiendo en automóviles; y tú sabes que el que llega a eso se le olvida cómo se agarra la cuchara. Así que aparté un poquito el dibujo y le entré con ganas a otras cosas.
¿Cómo quedaron las cosas con La sublime?
—Con esa orquesta no pasó mayor cosa. En realidad mi primer disco lo grabé con la Charanga super colosal. En La sublime estaba como un simple corista, aunque también hacía mis números de baile, pero nunca canté ningún número. Un día, el pianista de esa misma orquesta me hizo los arreglos de la canción El Haitiano, que fue la que me dio el nombre artístico. Ese número, a pesar de que nunca lo grabé, fue el que me dio la entrada a la farándula como cantante oficial. Lo cantaba en presentaciones con la Súper colosal y después con la orquesta de Nano González.
¿De qué hablaba “El Haitiano”?
—Es un cha cha chá. Yo me imaginaba cómo cantaría un haitiano tratando de hablar en español: desde la tierra lejana de Haití/yo querido vení hasta aquí/porque tiene mucho gana/de japrender a balar/yo quiere balar chia chia chiá...Ese tema resultó muy simpático, porque en Cuba el haitiano era un personaje cotidiano, ya que ellos eran los que iban a cortar caña todo el año.
¿Y cuándo graba por primera vez?
—En 1965. Antes, en 1960, hice televisión, radio y teatro. Hice todos los programas estelares de ese tiempo. Desde el Teatro Martí compartí escenario con Rosita Forné, Barbarito Díez, Paulina Álvarez, Orquesta Aragón, Beny Moré, Celeste Mendoza, Floro Martínez, Pío Leyva y muchos más cuando ya era conocido en todo Cuba, después de hacer tantas giras. Cuando salí a grabar, ya había estado seis meses en el Cabaret Tropicana con la orquesta “Riverside”.
¿Cuáles fueron los primeros temas que grabó?
—“Anita tun tun”, un calipso llamado “La muchacha ingenua”, “Seremos amigos” y “Llueve que llueve”, que no es mío sino de José Robles. Esos cuatro temas salieron en un disco de 45 r.p.m., que tenía dos canciones por cada cara. Los arreglos fueron de Javier Vásquez. Anita... está compuesto en una fusión de ritmos cubanos alegres, un poco de bachata, un poco de merengue dominicano y un poco de cumbia. Se la compuse a una muchacha que era bailarina. Yo le ponía serenata todas las noches, le tocaba la puerta, pero nunca me la abrió. Al año siguiente, “Llueve que llueve” y “Anita tun tun” se convirtieron en los himnos de los carnavales en Cuba.
¿Qué otras grabaciones vinieron?
—Duré 12 años sin grabar. Después me fui a refugiar en España, y en 1980 me fui para Nueva York, en donde todavía vivo. A principios de 1981 volví a grabar los temas “Llueve que llueve” y “Anita tun tun”, a los cuales les agregué el resto de canciones que componen el LP “Llegó El Haitiano”. Cuando lo grabé en Cuba, “Llueve que llueve” era un calipso, pero en Nueva York lo convertimos en bolero-son para que la gente lo bailara con facilidad. Los coros también se los agregamos acá.
¿Sabe cómo llegó al disco a Colombia?
—Me contaron que un colombiano llegó a Nueva York, escuchó el disco y compró 50 muestras, porque enseguida avizoró que eso sería algo grande. Por otro lado me dicen que los discos llegaron a Cartagena en un barco llamado Flota Grancolombiana y que varios dueños de picós los compraron y empezaron a promocionarlo, con los resultados que ya tú sabes. Me enteré de que el disco estaba siendo éxito en el mismo año 82, pero sólo vine a los carnavales de Barranquilla del 83. Estuve en la caseta La saporrita, del capitán Visbal. Eso fue como nacer por segunda vez.
¿Y qué está haciendo ahora?
—Lo mismo de siempre: sigo cantando en clubes nocturnos, que siempre ha sido mi estilo. No tengo orquesta, canto con pistas. Una que otras veces viajo con las partituras y el empresario me pone una orquesta, como aquí en Colombia, en donde los músicos son muy talentosos para asimilar el swing cubano. Ahora que he regresado, es como nacer por tercera vez, porque veo que mis éxitos ya no son míos sino del pueblo. Eso de que la gente te pare por la calle y te cante esas ocho canciones, es cosa grande. No tengo cómo agradecer eso.
Después de ese LP, ¿qué cosas vinieron?
—Grabé otro en 1983, pero no tuvo buena difusión. En el 87 grabé otro y tampoco pasó nada. Acabo de grabar nuevamente, pero se está oyendo en Europa. Todavía no ha llegado a Colombia.
¿Y esta vez qué lo trajo a Colombia?
—Muchos amigos que cuando iban a Nueva York me decían que debía volver, porque mis canciones todavía se escuchan. Y me he dado cuenta que es así.

Noviembre de 2006


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