Villa Gloria, al fondo de La Boquilla

Villa Gloria, ya no cree en las ONG


En sus catorce años de existencia, Villa Gloria ha sido visitada por cinco representantes de ONG internacionales, quienes, según los lugareños, han llevado más perjuicios que beneficios.

“El primero fue el más perjudicial de todos”, dice Gloria Sánchez Anaya, la representante legal de Consejo Comunitario, cuando recuerda que recién fundada esa vereda apareció un personaje que por mucho tiempo se radicó en el vecino corregimiento de La Boquilla y desde allá se proclamó benefactor del pueblo, pero siempre extendiendo la mano para ofrecer dinero en efectivo.

“Si se enfermaba una persona o  alguna mujer iba a parir, el tipo simplemente decía que la llevaran al puesto de salud de La Boquilla,  se presentaba con un fajo de billetes y con eso solucionaba todo. Si alguien tenía la comida embolatada, sacaba otro fajo de billetes. Cualquier problema que se presentara, lo solucionaba metiéndose la mano al bolsillo”, recuerdan las mujeres cabeza de familia.

Pero tampoco olvidan el día en que se presentó un grupo de ciudadanos suizos, preguntando por una serie de obras para cuya realización estuvieron, por varios años, enviando dineros, de acuerdo con los proyectos que alguien les proponía para ejecutar con los niños y los desplazados de Villa Gloria.

Gloria Sánchez, como líder comunal de la zona, fue la primera de las citadas a las instalaciones de la escuelita de primaria en donde se reunieron los suizos, quienes no escondieron su asombro cuando se les reveló que en ninguna parte de Villa Gloria se había ejecutado obra alguna, y que el supuesto emprendedor de los proyectos que ellos financiaban vivía a cuerpo de rey en La Boquilla, en tremenda casa, con sipote de camioneta y los hijos estudiando en los mejores colegios de Cartagena, mientras que los niños de Villa Gloria debían asistir a una escuela construida con estibas, por donde se colaba la lluvia, no había sillas, ni servicios sanitarios, ni materiales didácticos.

El pormenorizado informe fue suficiente para que el “benefactor” de marras no recibiera un euro más en los años subsiguientes en que vinieron otros representantes de ONG, de los cuales los moradores recuerdan muy bien a uno que se dedicó a repartir dádivas entre los más apátridas, con el único fin de que lo ayudaran a recoger firmas para la  venta engañosa de los terrenos de Villa Gloria a una de las constructoras extranjeras que están cocinando megaproyectos turísticos en la zona norte de Cartagena.

Los otros tres representantes de ONG internacionales han inventado proyectos que benefician a unos pocos y que al mismo tiempo siembran la discordia entre los pobladores, “como si no fuera suficiente con la cantidad de problemas que tenemos y que necesitan de la unión de la gente, que es la que los sufre en carne propia”, dice Alfonso Acosta, uno de los pescadores  que fundaron la vereda.

Acosta y sus compañeros de faena consideran que el paso de las ONG por el pueblo provocó que “nuestra gente ahora no pueda levantarse por sí sola para salir adelante. La mayoría se acostumbró a recibir limosnas y ahora vive siempre esperando a que alguien venga a darle, en vez de disponerse a hacer”.

Fundada hace catorce años, la vereda Villa Gloria es una lengüeta de tierra arrinconada en el fundillo del corregimiento de La Boquilla, entre dos cuerpos de agua: el mar Caribe, que poco a poco se retira hacia sus propios horizontes; y la ciénaga de La Virgen, un charco agonizante que, sin embargo, les permite algunas labores de pesca con que engañar el hambre y medio abultar al bolsillo.

Villa Gloria y La Boquilla están separados por un puente de tablitas sostenidas sobre varios troncos vegetales, a guisa de pilotes, por el que diariamente cruzan los estudiantes de bachillerato y los padres de familia que necesitan viajar a Cartagena. Bajo el puente se encuentran las aguas del mar Caribe y de la ciénaga de La Virgen. Se trata del sector conocido como La Boca, el cual, en épocas de invierno, arrasa con el puente, obligando a los pescadores y a sus familiares a lograr el cruce a nado.

“A los niños los dejamos en la escuelita, pero los muchachos, para poder asistir a clases en La Boquilla, tienen que ponerse una pantaloneta, llevar el uniforme en una bolsa plástica y lanzarse al agua. Cuando cruzan, se cambian de ropa y así es como pueden estar puntuales en el colegio”, cuentan las madres, quienes a veces acompañan a los jóvenes, por el temor de que les ocurra algún percance en la travesía.

142 familias, entre nativos de La Boquilla y desplazados de diferentes regiones del país, componen la vereda de Villa Gloria, territorio sembrado de casitas de madera en su mayoría, unas pocas de material, calles destapadas y muchos espacios inundados por el agua de la ciénaga que se desborda en tiempos de lluvia, cuando  las grandes haciendas de los corregimientos cercanos abren sus represas, para descargar el agua que sobra.

Dicen, tanto los pescadores de La Boquilla como los de Villa Gloria, que “esas inundaciones suceden desde que taponaron los más de 20 canales naturales que tenía la ciénaga de La Virgen. Los hacendados de Punta Canoa, Arroyo de Piedra, Manzanillo del Mar, Pontezuela, Bayunca y Tierrabaja, cerraron esos canales y los convirtieron en las represas que alimentan sus hatos. Ahora, cada vez que viene el invierno, cuando las represas amenazan con inundar las fincas, abren las compuertas y es cuando nos inundamos todos lo que estamos de este lado”.

Las madres de Villa Gloria consideran que para estar ocupando una zona considerada estrato uno, las facturas por concepto de energía eléctrica son exorbitantes:

“Aquí uno paga 17 mil pesos por un mes, pero no siempre tiene luz. El voltaje  sube y baja sorpresivamente y nos daña los pocos aparatos que usamos. Las redes que tenemos las pusimos nosotros mismos, sin ayuda de la empreresa Electrocosta, porque ellos lo único que hacen es cobrar, pero no mejoran el servicio”.

De su propia invención también es una tubería que arranca desde el sector Bogotá, en La Boquilla, y termina en un solar de Villa Gloria, en donde diariamente los habitantes recogen el agua potable para las necesidades cotidianas, “pero ese líquido no está libre de contaminantes, porque el tubo cruza por la ciénaga y termina en una zona de arena putrefacta que no deja de ser un riesgo para la salud”, reconoce Gloria Sánchez, para quien la gran preocupación actual es la escuela de prescolar y primaria, que funciona en un sector húmedo de la población.

Al principio se llamaba “Escuela Villa Gloria”, pero en cuanto la rescataron de las garras del primer usufructuario de ONG que se apareció por el pueblo y pasó a manos del Gobierno distrital, se convirtió en una de las sedes de la “Institución Educativa Técnica de La Boquilla” (Ineteb), en donde laboran tres profesoras que dan todo de sí para la formación de los 68 niños que allí están matriculados.

“Ahora necesitamos nuevos materiales didácticos, nuevas sillas, una buena batería sanitaria y construir un gran comedor infantil, para que los niños no sigan diciendo que no vinieron a clases, porque en sus casas no hay nada que comer”, afirman las madres comunitarias, quienes sirven de apoyo a la buena marcha del plantel.

Al igual que en La Boquilla y en muchos corregimientos de la bahía de Cartagena, los renglones económicos más fuertes (por no decir los únicos) siguen siendo el turismo y la pesca. Cada fin de semana es un  acecho contra los turistas mediante la venta de artesanías o alimentos; y cada madrugada es una aventura predecible en aras de los pocos peces que pueden ofrecer la ciénaga y el mar.

“Pero no importa —dicen las madres comunitarias—, podemos seguir luchando como cuando hace catorce años no teníamos nada. Lo que no queremos es que vengan más avivatos diciendo que pertenecen a ONG y que tienen en mente varios proyectos para beneficiar a nuestros niños”.


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