Duque: un memorial de agravios


Empecé a escribir esta columna a mediados del año pasado, pero tuve que posponerla en sucesivas ocasiones. Al principio planeaba referirme al escándalo del Ñeñe Hernández y su presunta compra de votos a favor de la campaña de Iván Duque. 

En aquel momento quería hacer notar la sorpresa que me produjo el hecho que, ante tamaña revelación, los electores de Duque no estuvieran indignados exigiéndole explicaciones, sino que, por el contrario, dedicaran sus mejores esfuerzos a construirle una muralla para defenderlo. Que en lugar de pedirle cuentas claras sobre un comportamiento indigno de cualquier democracia, sus seguidores estuvieran empeñados en atacar y desprestigiar a los periodistas que sacaron esta información a la luz. Y pensaba decir que hay que tener muy extraviado el criterio para ignorar el peso de esta denuncia sin antes someterla a una mínima discusión o a un análisis somero.

Pero justo cuando iba en la mitad de esos pensamientos estalló otro escándalo: se supo que el hermano de la vicepresidenta, hace unos años, había sido condenado en Estados Unidos por tráfico de heroína y salieron documentos que confirmaban que Marta Lucía Ramírez pagó miles de dólares por la fianza de su hermano travieso. Se entiende que la responsabilidad de ese delito no recae sobre Marta Lucía, pero sí es contradictorio que esta funcionaria salga a dar fuertes declaraciones en contra del narcotráfico a la opinión pública, pero que en la trastienda esté dispuesta a lavar los pecados de su hermano narcotraficante mediante el pago de una onerosa fianza. Entonces decidí que también debía incluir aquello en mi columna.

No había terminado de esbozar los párrafos anteriores cuando se filtró la noticia que en una operación militar el gobierno decidió bombardear un campamento guerrillero, aun con el conocimiento de que había niños reclutados en esa zona. El saldo fue una decena de niños destrozados en una guerra que no eligieron. Entonces, en medio de un evento en Barranquilla, un periodista le preguntó a Duque por estos hechos, y este no se sonrojó ni se le movió un pelo al momento de fingir sorpresa. Y en un caso de súbita inflamación testicular no tuvo reparos en responder: “¿de qué me hablas, viejo?”. Así que me pareció pertinente abordar este punto. Y de esa manera se iba dilatando la columna.

Qué difícil es coger a este gobierno en un acierto, pensaba mientras ordenaba mis ideas. No había empezado a investigar esos sucesos cuando, quién lo iba a imaginar, apareció un nuevo escándalo: se descubrió un laboratorio de cocaína, junto al aeropuerto Eldorado, nada menos que en la finca del embajador de Colombia en Uruguay, Fernando Sanclemente. Y no hubo siquiera unas palabras de sanción por parte de Duque, al contrario. Fue el propio embajador quien, abrumado por la contundencia de las pruebas, presentó su carta de renuncia, y la finca entró en un proceso de extinción de dominio.

Luego de eso, La Policía mató a bala a once manifestantes durante una jornada de protestas en Bogotá, y al día siguiente Duque, muy cumplido para apoyar al agresor y muy dejado para solidarizarse con los agredidos, se presentó en un comando luciendo la chaqueta de la Policía, en un fuerte y claro mensaje de cuáles son los efectos de protestar en esta patria. 

Y no hablemos de las trampas de Néstor Humberto Martínez para entorpecer el proceso de paz, ni del viaje de trabajo del fiscal Barbosa todo un fin de semana a San Andrés con hotel, playa y barra libre incluidos, ni del fracking,  ni de la pobre voluntad para reconstruir la isla de Providencia en lugar de recrearse por la zona en cuatrimoto, ni de lo embolatadas que están las vacunas contra el Covid-19, ni de que Colombia ocupó el puesto 96 en un listado de 98 países en cuanto al manejo de la pandemia, ni que nuestra moneda sea una de las que tiene peor desempeño en la actualidad, ni de los miles de millones de pesos despilfarrados en un inocuo programa de televisión que si para algo ha servido es para darnos cuenta de que Duque, sorpresivamente, superó con creces la mediocridad de Pastrana. Pastrana, al menos, fue presentador antes de ser presidente; Duque, por su parte, ha aprovechado la triste imposición de ser presidente para abrirse camino en su vocación de animador de espectáculos.

Siendo así y con un panorama bastante desalentador, lo mejor es que publique esta nota de inmediato; no vaya a ser que nos caiga el 2022 y nosotros sigamos a la espera de que este gobierno por fin despierte. Quise escribir una columna y lo que me salió fue este memorial de agravios; pero, qué le vamos a hacer, es imposible pintar flores con una paleta de vergüenza.

 

@xnulex
 


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