Las brujas están vivas


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Se sabe que fue en 1.632, en la Villa de Tolú, jurisdicción del Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias, cuando se descubrió una secta de brujas.

Testigos afirmaron haberlas visto en sus juntas, bailando alrededor de un cabrón, besarle en el trasero y volar por el aire dando balidos como chivatos, con candelillas en las manos.

Su líder, según dijeron los denunciantes, era Paula de Eguiluz, negra hermosa considerada en Cartagena y sus alrededores como excelente hechicera bajo cuya dirección se iniciaron muchos de los brujos acusados por el Santo Oficio.

El rumor creció en todo el territorio. Los ministros del tribunal iniciaron un largo proceso, uno de los más documentados en la historia, con el cual se inicia un nuevo capítulo del espíritu de Occidente: el arquetipo de la bruja, que ya se había instituido en Europa, inició su más intenso esplendor en América, esta vez, con mayor fuerza y mejores fantasmagorías.

Hoy, casi cuatrocientos años después, el legado de Paula de Eguiluz, al parecer está vivo aunque de forma subrepticia y disperso en cientos de pueblos. Así que quienes crean que es cuestión de superstición y de ignorancia sepan que estas mujeres ocultaron su sabiduría a lo largo de siglos.

Son todavía “saberes discretos”. Más que creencias, supersticiones, magias amorosas y artes de curar lo que se guardó (acaso en cientos de rincones de nuestra costa y en apartadas veredas) hasta el presente son expresiones de resistencia.

De ahí su fuerza. Sin duda las hijas de Paula de Eguiluz siguen vivas.

Un hecho curioso ocurrió hace algunos años en Cartagena. En el barrio Olaya Herrera fue perseguida y casi linchada una médico. Los vecinos aseguraron al diario El Universal que se trató de una bruja que “secaba” a la gente. Cientos de personas lo atestiguaron ante las autoridades y ante los periodistas de la ciudad.

Otro caso ocurrió en Prado Sevilla, Zona Bananera del Magdalena hace unos 12 años. La víctima fue Linda Palacios, una mujer a quien los paramilitares de la zona asesinaron diciendo que se trataba de una bruja.

Detalles del crimen se conocieron en las audiencias ante la Fiscalía del ex comandante paramilitar José Gregorio Mangones Lugo, alias “Carlos Tijeras”, quien ordenó su muerte. “Estaba corrompiendo a los niños del pueblo”, dijo el paramilitar en su lógica de sangre.

Estos fenómenos no son gratuitos y no se deben a la imaginería de las personas, se trata de profundos temores que se mantienen latentes en el inconsciente colectivo del hombre Caribe. Y hay que estudiarlos, más si se trata de cierta misoginia encubierta. La misoginia de una cultura absolutamente masculina y brutalmente represiva en lo sexual, en la que la mujer es símbolo de perdición.

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La expansión espiritualista del país y del continente entró por el Caribe a principio del siglo XX: las teorías de madame Blavatsky, George Gurdjieff, Allan Kardec; e incluso los misioneros bautistas, adventista, mormones y evangélicos iniciaron su peregrinación en las ciudades y pueblos de la Costa.

Existe un Caribe distinto al Caribe “sabrosón”, un Caribe telúrico y abismal. Mujeres poseídas, niños que se pierden y que son raptados por brujas, espantos en cada recodo de los caminos se mantienen, a pesar de nuestra modernización.

La brujería es un espacio para la diferenciación y reafirmación de las castas sociales y los signos culturales. Más que un análisis de la superstición lo que hay que hacer es un análisis antropológico.

No es mentira que en Colombia existe una relación entre magia, brujería y las múltiples violencias, así como entre brujas, arúspices, políticos, industriales y miembros del establecimiento económico y social.

Tiene sentido que el ex fiscal General de la Nación, Mario Iguarán, tuviera "asesorías" para evitar ataques mentales de sus enemigos pagándole al síquico Armando Martí.

Tampoco que el ex presidente Ernesto Samper haya reconocido que aceptó que su esposa Jackie llevara al Palacio de Nariño una vidente de Pereira.

Y mucho menos que Andrés Pastrana haya subido la Sierra Nevada de Santa Marta para confiar el designio del país a las aseguranzas indígenas, y que incluso convenciera al entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, para que también depositara su fe en dicho ritual.

Larga es la saga de actores armados (paramilitares y guerrilleros) que recurrieron a la brujería. Bandoleros y “pájaros” de las épocas de “la Violencia” también acudían a expedientes nigrománticos y rezos para protegerse de la muerte o de las ánimas de los muertos. Había oraciones para hacerse invisible como la del “Justo Juez” o prácticas como “los niños en cruz” en los manteros y algunos mafiosos de los años 70s.

En el trasfondo de este fenómeno yacen distintas pulsiones que a la luz de la ciencia moderna podrían calificarse de psicopatológicas.

La inquisición consideraba que para reconocer a una bruja era necesario desnudarla para encontrar las “marcas del diablo”, siendo los genitales cuidadosamente examinados, puesto que en ellos es donde residirían las señales más conspicuas. Esto ya nos encamina hacia la certeza de que los jueces satisfarían determinados impulsos sexuales explayándose en semejante búsqueda.

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Paula de Eguiluz, como muchas otras mujeres de ascendencia africana nacidas en el Caribe, fue obligada por el poder inquisitorial a narrar su cuerpo, sus emociones, sus afectos y su sexualidad.

Sus testimonios (de los cuales se encuentran muchos en las actas del Tribunal del Santo Oficio) manifiestan una búsqueda incansable de afecto y reiteran el uso de la magia amorosa para que a otras mujeres las quisieran bien.

Las declaraciones transcritas durante las audiencias que la Inquisición realizó en su contra dan a conocer dos momentos de su vida. Fueron varios procesos que afrontó.

El primero se desarrolló en 1.624 cuando compareció por primera vez ante el Tribunal del Santo Oficio en la ciudad de Cartagena de Indias. Paula tenía 33 años y estaba recién deportada de Cuba. Acusada de brujería, fue sentenciada a llevar hábito de reconciliada (equivalente a un sambenito), a 200 azotes y a trabajar en el hospital de la ciudad.

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Hoy, su herencia sigue viva, ya que todo el territorio Caribe está embebido de magia, hechicería e idolatría. Ninguna dosis de modernidad ha logrado acabar con los filtros amorosos, las pociones y ungüentos, los rezos y conjuros, los entierros, “guacas” y “trabajos” para mal y para bien.

Bejucos especiales, “matandreas”, bolas, artemisa y muchas otras plantas de consumo ritual se expenden en todos los pueblos del Caribe colombiano donde sus poderes refuerzan los saberes de otros curanderos, sanadores, espiritistas, “psíquicos” y “médicos” que, con el favor de “santos” ofrecen sus promesas de redención a las víctimas del infortunio y del drama colombiano.

Y ya desde el siglo XVII toda la América Hispánica mostraba una densa red de itinerarios terapéuticos que unían a indios, mestizos, negros y españoles. La red se extiende más allá de las fronteras y es ya un circuito de curación entre varias naciones del continente y del Caribe insular.

No en vano el escritor Héctor Rojas Herazo (toludeño) sostiene un sólido argumento sobre la brujería, su efectividad y su importancia en nuestra cultura popular:

<< Nuestro campesino ha hecho de todo esto una poética y aplastante realidad. Muchos de ellos han visto, en el centro de la noche, al espíritu Lara. Lo han visto escribiendo sobre el agua, con vocablos de fuego, el nombre de una mujer encinta para hacerla malparir y torcerle, con el alambre del vómito, las muelas y las tripas. Y hay viejos que nos hablan del brazo palpitante que quedó entre sus manos cuando tajaron, con un limpio círculo de su machete, el ala de una bruja convertida en gallina. Estas brujas las conocen todos. No es un secreto para nadie su sabiduría en la preparación de unturas y brebajes. Tienen algo de seres vegetales estas ancianas. Lentamente, a la vista del pueblo, se van secando, se van pudriendo, se van poniendo chiquiticas y amarillas, hasta que se quedan inútiles sobre una cama de viento como si fueran raíces>>.

Para el investigador Carlos Alberto Uribe la brujería es el foro de lo que no se puede decir de otra manera. Representa también una forma de adquirir poder en un contexto de desorden social: la brujería nace de la desmesura, de la insatisfacción, del conflicto, del rechazo a aceptar las restricciones propias de lugar que se ocupa en la sociedad. La brujería nos ofrece una vía para adentrarnos por los vericuetos del sufrimiento, la renuncia y la culpa (el pathos) en la cultura —esto es, de un camino para explicar lo que Sigmund Freud denominara como el “malestar en la cultura (Magia, brujería y violencia en Colombia).

En fin, aún falta mucho que averiguar en la cosmología de estas mujeres. Falta mucho por proponer desde distintas artes, desde la historiografía, desde la antropología. Y no tengo dudas de que se trata de historias subrepticias, escondidas y marginadas de la gran Historia, así como sugiere Michel Foucault.

 

Bibliografía

MAYA, Luz Adriana. Brujería y reconstrucción de identidades entre los africanos y sus descendientes en la Nueva Granada. Siglo XVII. Ministerio de Cultura, 2009.

URIBE, Carlos Alberto. Magia, brujería y violencia en Colombia. En http://antropologia.uniandes.edu.co/curibe/uri1.pdf

 

 

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