La marca de casa


De los juicios y las prácticas se desprende, a veces, la gran razón para que te liguen a oportunidades, acontecimientos inolvidables.
Por un particular gusto, alejado de la tendencia "normal", apareció en mi vida la mesa de mis amores. Me la propusieron casi como un rescate. Entro en el inventario de la empresa editorial donde trabajaba, pero ahí realmente no era necesaria. Llegó con otros muebles de una cerrada agencia de publicidad, que se vendieron rapidísimo. Pero en ella nadie se interesó porque era muy grande, demasiado pesada (2:40 de largo y aproximadamente 300 kilos), “nada apropiada y hasta fea”, concluyeron algunos.
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Aunque sólo tenemos en común que parecemos "sin terminar", Alonso, el jefe de servicios, me la ofreció: "Es como para ti, que te gustan las cosas raras", me aclaró sonriente (le habían soplado que yo estaba "pintada" en el mueble). Creo, además, que celebró mucho su acierto cuando le lancé un extendido grito: '¡Siiiiii, la quierooooo!' porque hasta la puerta de la casa la trajo. Fue la primera vez que sentí el corazón crecido por un objeto de decoración. Fue un flechazo. A través de la mesa me intercepto el amor. Amor real por una pieza, única, hecha a mano (las imperfecciones lo delatan) y con la inexplicable emoción que trae la madera. La compré en 90.000 mil pesos, que se pagaron diferidos a través de descuentos por nómina, hace 16 años. Por el precio y las circunstancias del acontecimiento, sin duda, es un encanto. Este estilo de mesa es costosísimo. (Lupita y La Chiqui creerían que viene de otros confines no de un taller de impresión en Cartagena)

En el ámbito estético, mi gusto fue formado por una madre artista. Entonces es muy probable que, de varias maneras, me aislé de lo común y me ubique en una categoría diferente a la tradicional ("de otro planeta", me bromean los amigos). No soy buena ni mala para determinar piezas valiosas pero hay un consenso con este objeto de decoración porque interioristas, coleccionistas, galeristas, carpinteros (más de cien personas), me han felicitado por el hallazgo. La "inacabada" mesa, construida por un artesano local (sin fletes ni kilómetros) es especial, distinta. Con mucho carácter lleva la base de nuestro étnico rústico, inspira respeto y no necesita mantenimiento. Las grietas, los golpes y las manchas le dan una apariencia más honesta, rotunda, artesana (no creo que su carpintero pensó en hacerla mejor).

Es tan bella que cabe y pega en todas partes. Maciza, cortada y troquelada de vigas de soporte, de madera autóctona de Abarco, impresiona cómo conserva un algo de vida de árbol, de energía que influye la imaginación. Un amigo palmicultor, José Gabriel, le vio la medida para su catafalco (cree que morirá siempre el siguiente febrero). Nunca un ayudante de trasteo o mudanzas se le ha rendido. Subida por balcones con cuerdas, por escaleras, echada al hombro, ha llegado a distintas habitaciones, salas, comedores, terrazas y jardines para cumplir la función... ser mesa. Su creador la sentenció a resistir exteriores en todos los climas (sol, cambios de temperatura y gotas de lluvia). Donde la asientes ocupa su puesto con naturalidad, es una pieza de arte y tiene una buena historia.
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Inculcar la idea que todavía de nuestros carpinteros nos podemos fiar, y es posible encontrar un buen partner para hacer ese mueble que tienes en la cabeza - volverlo real-, es lo que me atrevo a exponer. Muchos están aprendiendo, humildemente, a producir con técnicas internacionales que ayudan a resaltar las vetas naturales del leño o le aplican originales coloreados, como las terminaciones decapé, que dan un aire desgastado o envejecido. Es enriquecedor verlos trabajar con pasión, sin perder un gramo de alegría, a pesar de sus precarios talleres de trabajo y de algunos tiempos oscuros (de pocos clientes y/o abonos atrancados). Pedro Luis, en Getsemaní, acudió a la primera llamada de "niña Ada" (unida a mi desde el colegio), y no le ha vuelto a fallar.

En la cueva...
He negociado la vida entera por roturas e interrupciones sentimentales, pero jamás la mesa de mis amores.
En el almacén de decoración de las primas Piñeres no hay nada feo. ¡Qué bonito!, desde la vitrina hasta la última pieza del fondo. Soy una convencida de que todo allí fue escogido con "buen gusto".
Promuevo la adquisición de objetos y muebles que decoren, se puedan usar, tocar y cambiar de puesto. Por esta razón tengo que visitar al escultor Alejandro Frieri Gilchrist, también en el Getsemaní. Estoy curiosa porque mi fiel María Isabel dice que en su última serie (expuesta en La casa museo la Presentación) tiene una obra igualita a mí.
Y a Alonso: ¡Gracias compañero!


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