¿A quién creerle con tanta basura mediática?


Desafortunadamente estamos en Colombia y tenemos que aceptar esa realidad. Un país donde todavía el diálogo respetuoso y el debate con altura no se ofrecen. Manifestar una opinión o una percepción es una ofensa no sólo para el sistema, sino también para sus áulicos. Pareciera que la tan cacareada democracia sólo existiera en los diccionarios y los manuales de política. Opinar desde cualquiera orilla es asumir un costo, muchas veces, con la propia vida. La estigmatización de izquierdista, de fascista o de derechista se convierte en una lápida. No se comprende la diversidad ni se acepta al contradictor o al otro, mejor lo desaparecemos o lo invisibilizamos cuando no lo excluimos.
En Colombia un grueso número de personas no pueden acceder a los libros por diversos factores y muy pocos visitan las bibliotecas, creando una sociedad iletrada y manipulada, sumida en el alcohol y el fútbol, porque esa es “nuestra pasión”. La gran mayoría de personas se ilustra a través de los medios tradicionales - televisión, radio y periódicos- ensangrentados y llenos de información hipertextualizada que provoca la manipulación y el amor a la violencia y el derramamiento de sangre. En estos medios, el cariz político-ideológico hegemónico subyuga el análisis y el discernimiento; las personas son sometidas a las opiniones de los “Medios”, creando una dependencia tan profunda que todo lo que digan éstos se asume como la verdad revelada. La libertad se excluye y se configura una enajenación del pensamiento y la razón que provoca el mancillamiento de la condición humana. Pues, cuando el individuo en manipulado en su comportamiento y en su conciencia se pierde la autonomía y se convierte en un “menor de edad”, en términos kantiano.
Cabe destacar que vivimos en un país donde es más barata una botella de ron que un libro. Situación incongruente cuando se espera que antes de la tercera década del presente siglo, seamos los más educados del continente. Sin embargo, pareciera que estuviéramos destinados a la ignorancia y a “la Cárcel del subdesarrollo” como lo expresaba el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, cuando leemos comentarios y opiniones sin fundamentos argumentativos discernidos desde el cedazo del análisis sesudo y detenido; las emociones del momento se desbocan permeando cualquier posición, se cometen grandes falacias. No se hacen análisis imparciales y bien estructurados, sino un discurso hueco donde la postura de un “intelectual” excluye las percepciones contrarias como si los demás fuéramos estúpidos y nuestras neuronas estuvieran dormidas y no realizáramos las relaciones sinápticas adecuadas ya que los neurotransmisores están deficientes en proteínas y nutrientes y nos convirtiéramos en afásicos; parapléjicos mentales.
Soy de la opinión de que todos tenemos el derecho al disenso y a la contradicción. Nadie es más que otro ni se puede arrogar el derecho a manipular o desinformar sobre “X” o “Y” tema. Cada uno está en el deber de considerar lo que crea pertinente y significativo. No podemos creer que el otro es un ignorante o un letrado sin conocer su esencia como persona por el hecho de una opinión. Pero, y aquí soy muy crítico, despotricar contra alguien y su aporte a la historia desde una sola posición o cosmovisión, hoy cuando se habla de la interdisciplinariedad y de complejidad, por resentimiento contra una ideología, merece refutación. Los grandes hombres de la historia se han equivocado y muchos, de derecha o de izquierda, de una u otra forma, le aportaron para bien o para mal a la humanidad. Negarlo es tener un cerebro de chorlito. Además, siempre habrá quienes critiquen y renieguen porque esa es la esencia humana.
Creer que los señalamientos de una persona con antecedentes penales, ex presidiario para más señas, o quien se autodenomine el “ex sicario” de cualquier otro delincuente, tienen tanto peso para argumentar sobre un gobernante de corriente ideológica contraria a la mía, porque participó, o estuvo presente, o escuchó o no en negocio ilícitos con éste, es un adefesio al pensamiento. Porque cuando los políticos, sean senadores o ex presidentes, de izquierda o de derecha, son denunciados por sus colaboradores presos por delinquir contra el pueblo, inmediatamente sus señalamientos son desvirtuados, ya que supuestamente los denunciantes son delincuentes que buscan ciertas gabelas para rebajar sus penas o ganar indulgencia, por tanto no hay que prestarle atención a esas denuncias. Ellos están por fuera de la ley y buscan enlodar nuestro “buen nombre”. Entonces ¿Dónde nos ubicamos?
De lo anterior se desprende que no sabemos sopesar las ideas ni los argumentos para asumir una postura imparcial que informe desde la racionalidad de las percepciones, sino que nos volvemos copartícipes de quienes siguen usufructuando de la ignorancia palmaria del pueblo. Me pregunto ¿Será que los señalamientos del tal “Youtuber” son tan contundentes y creíbles como los de tantos paramilitares que han denunciado a un número indeterminado de políticos colombianos? ¿No son tan malhechores tanto el uno como los otros? ¿Dónde está la sindéresis y la ponderación argumentativa de quien mira la moneda desde una sola cara? Me parece que estamos pecando y sería bueno que iniciaríamos un proceso de autodidaxia para consolidar una civilización centrada en equilibrio de la razón y la emoción.


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