El Difícil, una historia no tan fácil


El Difícil está partido en dos por una carretera que parece la hendidura hecha por un machetazo en medio de montañas glaucas que sonríen desde que el sol aparece.

Dicen los mototaxistas que lo único plano del municipio es esa misma carretera que en las noches se ve penumbrosa y amenazante, debido a la escasez de alumbrado público y por la cantidad de tractomulas y buses intermunicipales que no la dejan en paz.

El resto de la población está compuesta por calles elevadas e igualmente entristecidas por la turbiedad que provocan los postes muertos y los bombillos que las viviendas tienen en sus terrazas tratando de vulnerar un poco la oscuridad permanente.

En el día, el panorama es diferente: las calles pavimentadas y las edificaciones bien dispuestas parecen una ondulación de vértebras que suben y bajan como por el lomo de algún monstruo adormecido en la temperatura propia de los pueblos ribereños.

Entre las viviendas abundantes de dos y tres pisos, hechas con ladrillos y cemento, todavía persisten algunas antiguas construidas con tablas y techos de zinc o de palma, ambas castigadas por el mismo sol que enciende los colores de los almacenes, las cantinas, los restaurantes y los cafés-internet que bordean la carretera que comunica a El Difícil con las poblaciones del valle de Ariguaní (que en lengua aborigen significa “Corriente de aguas claras”) y con el resto del departamento del Magdalena.

La arborización es escasa; y los rostros de herencia indígena, cuantiosos. Esa fisonomía se nota sobre todo en los más ancianos, quienes todavía lucen sombreros vueltiaos o aguadeños, abarcas y camisas manga largas que ignoran la combustión del sol, aunque sean las dos de la tarde y el pavimento arda como plancha metálica.

Inmunes al clima, los abuelos de El Difícil no sólo saben administrar la paciencia, sino que recuerdan sin asombro las situaciones de violencia que han llevado y sacado gente del pueblo desde que el mundo es mundo y desde que la inocencia tradicional de los lugareños permitió la intromisión de los paramilitares, que dieron cuenta de centenares de vidas arrancadas de este planeta para siempre.

Primero fue la “Guerra de los mil días”. A principios del siglo XX, familias desterradas de poblaciones cercanas como Plato, Chibolo y Tenerife llegaron a esta zona montañosa huyendo de la conflagración y levantando sus viviendas sobre las elevaciones inhóspitas, que, por la poca facilidad que ofrecían para ser conquistadas, terminaron unificadas en el nombre que hoy patentiza la localidad: El Difícil.

“Aquí es difícil hacer lo mínimo”, decían los primeros pobladores. Pero fueron cambiando de opinión cuando la tierra se reveló dadivosa y comenzó la primera bonanza de tres productos que habrían de extender la fama del pueblo por el territorio nacional, toda vez que el cultivo de la resina del bálsamo, en la primera mitad del siglo XX, incursionó en el mercado extranjero como alternativa segura de la medicina tradicional.

“El bálsamo era el ganado de los pobres”, recuerdan los ancianos de El Difícil, destacando que en ese mismo instante la cría de ganado vacuno empezaba a mostrarse como el renglón económico fuerte que todavía se destaca en el ahora municipio.

Después, la compañía Shell empezó a intervenir en el sector Campo Difícil, a una hora de la población, abriéndose la bonanza petrolera que le dio prosperidad a la localidad vecina de Plato, a la cual estaba adscrito El Difícil, hasta que la nueva fortuna sembró en los pobladores la idea de erigirse en municipio y asumir con propiedad las regalías que generaba el llamado oro negro.

Los mismos pobladores reconocen que para aquellas épocas, El Difícil carecía del liderazgo que sí favorecía a los principales municipios magdalenenses, pero fue 1967 el año en que los ponentes de la propuesta emancipadora se vieron casi obligados a acudir a la medida extremista de las agresiones físicas, debido a que la dirigencia plateña se resistía a renunciar a los beneficios que generaba el petróleo.

Pero una vez convertido en municipio, El Difícil abría sus puertas a una tercera bonanza que lo hermanó para siempre con el departamento de Bolívar y más específicamente con la subregión de los Montes de María, pues desde allá los llamados cosecheros de San Juan Nepomuceno, El Carmen de Bolívar, San Jacinto y Zambrano cruzaban el río Magdalena para percatarse de que en El Difícil aún existía la selva virgen que solo estaba siendo descuajada para la cría del ganado, pero que también podía ser aprovechada para el cultivo del tabaco, que todavía es costumbre en las tierras bolivarenses.

Contrario a lo que en un principio pensaron los iniciadores de la siembra del tabaco, esta prosperidad fortaleció aún más la cría del ganado vacuno hasta el punto de que todavía hoy El Difícil sigue siendo líder en el Magdalena, a pesar de las implicaciones negativas que algunos dirigentes le ven al hecho de que casi toda la economía esté centrada en las vacas y no en la agricultura, por lo cual el 80% de los productos que consume el pueblo son de procedencia foránea y, por lo tanto, mucho más inaccesibles para el común de los consumidores.

“El Difícil es uno de los pocos pueblos de Colombia que no sufren de prejuicios sociales”, me dijo un profesor de bachillerato refiriéndose a que, según él, el más pobre de los pretendientes puede casarse con la hija del hacendado, siempre y cuando demuestre que ama el trabajo honrado y los principios morales básicos.

El docente analiza también que esa inocencia primitiva tal vez fue la causante de que en los últimos años El Difícil se haya convertido en el epicentro de la violencia paramilitar en el Magdalena, si se recuerda que fue allí en donde operó durante más de veinte años el macabramente famoso jefe de las autodefensas “Jorge 40”, cuyos hombres asesinaron y desaparecieron a un número incalculable de dificileros (como se les llama a los nativos), abriendo una herida inmensa que aún le duele al municipio.

Años antes, el primer grupo de autodefensa que operó en la subregión de Ariguaní lo fundó un militar retirado a quien todos conocían como “Don Chepe”, residente en el pueblito Los Andes, corregimiento del municipio de Granada, en donde era respetado como ganadero de prestigio, viéndose en la obligación de organizar su propio ejército para combatir las bandas de cuatreros provenientes del centro del departamento de Bolívar.

“Al principio, en El Difícil la gente se mostró de acuerdo con esa medida y hasta les colaboraba a los hombres de Don Chepe en la persecución y captura de los abigeos. Por eso, tal vez la entrada de Jorge 40 y sus hombres no tuvo resistencia. Los pobladores creyeron que se trataba de otro Don Chepe en lo generoso y buena persona”, rememoran los habitantes con cierto dejo de resentimiento.

A una hora del municipio, el otrora imponente río Ariguaní es un arroyo casi reseco en verano por la acción de los grandes hacendados, quienes le han ido robando terrenos a las riberas para la cría del ganado, provocando que en invierno las aguas inunden a poblaciones cercanas, entre las cuales la más perjudicada es San José de Ariguaní, cuyos habitantes han engrosado los sectores pobres de El Difícil buscando huir de la desgracia.

“Antes, los jóvenes se criaban en las fincas, recibían clases en el pueblo y suspendían los estudios en quinto de primaria. Pero eran hombres de buenas costumbres y honradez a toda prueba. Ahora, todas esas familias se han radicado en el casco urbano, tienen acceso a las grandes ciudades y de allá han venido problemas como el consumo de estupefacientes, la prostitución juvenil, el homosexualismo masculino y femenino y el alcoholismo”, lamentan algunos dirigentes comunales.

Pero poco se refieren a las noches penumbrosas del municipio y al crecimiento desordenado que de un tiempo a esta parte ha venido experimentando con construcciones sobre abismos o en profundidades en las cuales terminan callejones sin salida que de manera abrupta interrumpen el paisaje como sobre una maqueta mal organizada.

No obstante, El Difícil aún no pierde el prestigio de ser una de las poblaciones más visitadas del Magdalena, por causa de la ferviente actividad cultural, empezando por las manifestaciones folclóricas, que, desde antaño hasta esta parte, han venido creando verdaderos cultores de los cantos tradicionales y de la artesanía, que es fama en la región.

“En otros tiempos —dicen los ancianos— casi todos los pueblos magdalenenses y de otros departamentos tuvieron algo que ver con lo que hacíamos nosotros en El Difícil. Por eso tenemos tantos descendientes de forasteros que un día llegaron y después no quisieron irse”.

Octubre de 2010


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