Los niños de Loma Fresca

La biblioteca de Loma Fresca


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A estas alturas, el padre Efraín Aldana ya tiene el pellejo acostumbrado a que los taxistas se nieguen a llevarlo al barrio Loma Fresca.

Por ejemplo: un miércoles en la mañana nos encontramos a las puertas de la iglesia San Pedro Claver, donde se desempeña la Fundación Centro de Cultura Afrocaribe —que él dirige— y caminamos hacia la avenida Santander, a través de la calle San Juan de Dios, por donde suelen traficar taxis lujosos, de esos que llaman “zapaticos”.

El padre Aldana, caminando y conversando a grandes velocidades, hace señas a los taxistas, se inclina y asoma la cara por la ventanilla, pero a los pocos segundos se levanta, mientras el vehículo se aleja hacia la Plaza de la Aduana. Así transcurre la caminata hasta el Parque de la Marina, y son varios los taxis que se niegan a transportarnos.

Por fin, un taxi no muy lujoso se detiene. Su conductor, después de un gesto de duda, asume la carrera. Mientras maneja, el taxista empieza a mirar por el espejo retrovisor, nervioso, con ganas de inmiscuirse en la charla, especialmente cuando el padre Aldana me advierte que en Loma Fresca opera la mitad de las 78 pandillas que existen en Cartagena; y que, hasta hace poco, los miembros de “Los Kalimanes”, “Los del Hoyo”, “Las Aguilas”, “Los Chavos”, “Los Alberquitas”, “Los Cerderos”, “Los del Cañito”, “Los del Callejón Victoria”, “Los Poquiticos”, “Los Llamas”, “Los Candela”, “Los Tronquitos”, “Los Guapos” y “Los 70 de Joselito”, entre otros, protagonizaban sanguinarias trifulcas en cualquier calle del barrio y a plena luz del día.

Me dice que fueron muchos los jóvenes, niños y adultos que cayeron asesinados, intencional o accidentalmente, bajo las balas de las gavillas enfrentándose por pequeñeces que se fueron agigantando durante años y años y que los hijos de los pandilleros heredaban como si se tratara de algún valioso tesoro que había que preservar por encima de cualquier cosa.

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A unos metros del mercado Santa Rita el taxi emprende el ascenso por una carretera empinada, a cuyos lados se levantan los barrios Petare, Pedro Salazar, Pablo Sexto Primero y Palestina, mientras que el padre Aldana continúa contándome que “Los Kalimanes” constituyen la pandilla más antigua de la zona y que muchos de sus fundadores están presos, muertos o se retiraron de las actividades delictivas para formar hogares de los que también han surgido hijos y nietos pandilleros.

Para Efraín Aldana, sacerdote jesuita de Cartagena, son diversas las causas por las cuales un niño o adolescente decide integrar las filas del pandillismo, pero en el momento sólo recuerda seis, como el hambre, la violencia intrafamiliar, la baja autoestima, la falta de oportunidades estudiantiles y laborales, el deterioro del medio ambiente y la necesidad de reafirmación; es decir, de mostrarse como un “duro” ante quienes conquistan posiciones dominantes en el barrio.

Cuando el padre Aldana y su equipo de colaboradores llegaron a Loma Fresca hace más de dos años, la ley de las pandilleros era lo que vibraba en las esquinas de las faldas de La Popa. A cualquier hora se les veía asentados en las esquinas, consumiendo estupefacientes, asaltando las viviendas de sus propios vecinos, los camiones proveedores de las tiendas o atacando a los miembros de las otras pandillas que se atrevían a violar sus territorios.

Los primeros en trabajar con Aldana fueron muchachos de Loma Fresca y de las barrios circunvecinos, quienes, a la vez, frecuentaban las labores evangelizadoras, sociales y culturales que se programaban en la Parroquia del barrio Santa Rita. Eran pocos los que andaban por los buenos caminos, pero demasiados los que optaban por los malos.

En busca de que el grupo de los primeros se acrecentara, nació la idea de la creación de la biblioteca, que fue bautizada como “Alfredo Vargas Corneo”, en honor al sacerdote antioqueño que creó la Parroquia Santa Rita. El lote en donde se levanta el centro bibliográfico fue donado por la firma Stock Model, de la empresa bogotana Caracol Televisión, que también otorgó los recursos monetarios para la construcción del edificio.

Desde entonces, el 90% de los beneficios materiales que la biblioteca recibe son donaciones surgidas desde diferentes sectores de Cartagena y de Colombia, gracias a las cuales el recinto ostenta una sala de Informática con siete computadores, una biblioteca con dos mil libros de todas las áreas, 30 juegos didácticos y actividades como talleres de lecto-escritura, sesiones de títeres, tardes de cuentos, compresión de lectura y danzas para niños y adultos.

Gente como Jesús Pautt, Verónica Morales, Luz del Carmen, Gloria y Mirtha Velandia fungen de instructoras para atender al promedio de 15 niños que de lunes a sábado utiliza la biblioteca, ya sea en busca de la sala de Informática, los juegos didácticos o las actividades culturales que allí se practican. Ellos recuerdan que los primeros trabajos que realizaron en Loma Fresca estuvieron dirigidos hacia los niños trabajadores, a quienes, con la complacencia de los padres, acogieron para que se ocuparan de labores productivas menos duras, pero para que al mismo tiempo estudiaran, ya fuera en el único colegio que tiene la zona o en la biblioteca.

Muchos de los niños que iniciaron el proceso ahora son colaboradores de la biblioteca, laboran en el extranjero o tienen sus propias actividades con las que se dedican a salvar del pandillismo a otros niños o a subsistir con su familia.

El padre Aldana y sus colaboradores afirman que las funciones de títeres y las tardes de cuentos son como terapias para que los niños, los jóvenes y los adultos superen en grado sumo la baja autoestima, ya que las historias son tomadas de sus propias vidas, pero con finales felices que los personajes ficticios logran a fuerza de buena voluntad y de templanza para resistir las tentaciones.

Los buenos resultados de esta estrategia pueden cuantificarse en los doce adultos, entre amas de casa y padres de familia, quienes se han graduado en el área de “Programación de Sistemas”, palabra a la cual empezaron teniéndole terror y terminaron incorporándola a su vida cotidiana y productiva.

Muchas de esas madres, quienes también dedican tiempo para colaborar con las actividades de la biblioteca, han sido víctimas de las pandillas de las faldas de La Popa. Todas tienen historias similares, dado que alguno de sus hijos fue asesinado en sus propias narices o desaparecido hace diez años o más, sin que hasta la fecha se tengan noticias felices.

Algunas guardan la esperanza de que los desaparecidos regresen a casa, los descarriados abandonen las pandillas o la prostitución y se dediquen a colaborar en la biblioteca, que, pese a sus grandes esfuerzos y entusiasmo, aún necesita más estantes para más libros actualizados en todas la áreas, un curso de Inglés que está a punto de ponerse en marcha, al igual que un convenio con el “Festival de Cine de Cartagena” para que los niños de Loma Fresca y sus barrios vecinos aprendan a escribir guiones; y otro acuerdo con el “Colegio del Cuerpo” para que las danzas simbólicas ayuden a armonizar las mentes con los músculos.

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Cuando el taxi alcanza la punta de lo más alto de la carretera que lleva a Loma Fresca, el padre Aldana me cuenta que, aunque los odios y escaramuzas entre pandillas han disminuido considerablemente, todavía es posible encontrar a jóvenes que llevan un año, dos o tres sin regalarse un paseo a playa o sin acompañar a sus padres al mercado de Bazurto.

—¿Y eso por qué?—les pregunta intrigado el sacerdote.

—Porque tengo una culebra con los manes de Petare, y por ahí no puedo bajar. También tengo quiebre con los de El Hoyo, y por allá tampoco puedo bajar. Y tengo una vuelta rara con “Las Águilas”, y no puedo dejar que me vean.

Me dice el cura que, entre pandilleros, los odios duran años sin disolverse y las cobranzas también. Y en ese angustioso vaivén, los jóvenes terminan prisioneros en sus propias casas; y ni siquiera en ellas, debido a que se mantienen en los tejados, eternamente alertas, vigilantes y en constante huida, con tal de no dar la oportunidad de que el enemigo se cobre una antiquísima ofensa.

“Pero —explica—, si uno se pone a investigar cuál es la causa de la rencilla, se puede encontrar con que hace diez años, un muchacho de Palestina estaba en una fiesta de Petare e invitó a bailar a la novia del jefe de ‘Los Kalimanes’. Y allí empezó todo. Y lo peor no es eso, pues resulta que si el que supuestamente ofendió vive en Petare, todos los muchachos de ese barrio se convierten en objetivo de la pandilla ofendida, sean pandilleros o no.”

El padre Aldana alcanzó a presenciar en más de una oportunidad la época cruenta de las pandillas, porque el sitio preferido para encenderse a balazos era —¡vaya ironía!— el lote en donde ahora se levanta la biblioteca. En cuanto empezaban los gritos, las correndillas, las persecuciones y el estruendo de los revólveres, mujeres y niños corrían a esconderse en sus casas, o en donde mejor pudieran, pero muchos no dejaron de recibir su candelazo únicamente por seguirle las aguas a la curiosidad.

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Por fin llegamos a la biblioteca, una mole construida con ladrillos rojos y baldosas coloniales, que la hacen ver hermosa e imponente entre las pequeñas casas de material o tablas, que, pese a su sencillez, también conforman un paisaje acogedor en las alturas bendecidas por la brisa del mar.

Antes de que ingresemos, el taxista (quien debe sentirse suficientemente instruido en la cátedra de “Introducción al Pandillismo I” que acaba de dictarnos el padre Aldana) da media vuelta en dirección a la salida del barrio. El sacerdote paga la carrera y el vehículo huye como alma que lleva el diablo.


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