Los Lebrón en concierto


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El sábado 26 de octubre fue la primera vez que los cartageneros vieron actuar a la orquesta de Los Hermanos Lebrón; o The Lebron Brothers, como la rotulaba la casa disquera norteamericana con la cual el conjunto puertorriqueño se dio a conocer en el mundo.
Ahora tienen 35 años de estar tocando esas fusiones extrañas, pero sabrosas, que les abrieron un lugar en el inmenso álbum de los intérpretes de música afroantillana que fundaron la llamada Salsa en el Nueva York de los años 50.
Muy adolescentes, los hermanos Lebrón integraron esa oleada de inmigrantes antillanos que partieron hacia los Estados Unidos con la urgente necesidad de seguir haciendo la música que elaboraban en Puerto Rico y que en las estaciones radiales de Latinoamérica ya empezaba a tomar cierta importancia, por lo novedoso de sus propuestas.
Y si de propuestas se trata, desde el principio los hermanos Lebrón integraron las filas de aquellos músicos latinos que no se conformaron con seguir la línea del son cubano y sus vertientes, pues desde temprano descubrieron que la zona caribeña, y la diáspora africana asentada en los Estados Unidos, eran todo un salpicón de ritmos y sonoridades que merecían una resaltación que no sólo invitara a bailar sino también a diferenciarse del resto de la producción discográfica que inundaba las discotiendas en ese entonces.
Vale decir, sin embargo, que toda esa aventura musical fue impulsada también por la escasa credibilidad que las disqueras norteamericanas tenían en la música latina, razón por la cual muchos músicos del sur de América se vieron en la necesidad de acompañar grupos de rock, de jazz y de otras tendencias negroides, que eran lo más familiar que los latinos podían encontrar en el cerrado mundo norteamericano de mediados del siglo XX.
Los Lebrón no fueron cuento aparte. Ellos —como Chano Pozo, Tito Puente o Alejandro “El Negro” Vivar, entre otros— debieron entrar por la apremiante puerta que ofrecían los negros norteamericanos y otros músicos no tan “negros”, pero sí adoradores de los sonidos que estaban proponiendo las comunidades marginales de Nueva York, Miami y Nueva Orleans.
De esa experiencia multirítmica, multimelódica y multicolor surgió la filosofía del grupo, aquella idea de no quedarse en un solo puesto, de no cultivar un solo estilo, pero sí una sola cadencia y un solo acoplamiento, como era la virtud de los viejos salseros que aún comparten labores con ellos en los grandes escenarios de Colombia, Perú, Panamá o Venezuela, en donde todavía reinan destellos como “Salsa y control”, “Chemanía”, “Inconsciente”, “La pela”, “La temperatura”, “El manicero”, “Amazonas”, “Esposa y querida”, “Piénsalo bien” y “Qué pena”, entre otros.
Casi todas esas canciones tuvieron —además de la mezcolanza de acordes y lentejuelas brotadas de mar Caribe— el calor inconfundible de Pablo Lebrón, el hermano cantante que partió hacia otros cielos latinos, víctima de una trombosis que complicó su existencia, pero no la de la orquesta, que aún persiste con la voz de Luisito Ayala (homónimo del director de la Puerto Rican Power) o de Ángel Lebrón, quien se ha hecho popular en la Colombia de los últimos años con la interpretación de “Qué Pena”.

La orquesta en el camerino

Venciendo un poco la timidez, José Lebrón, el pianista de la orquesta, acepta tomarse fotos con un grupo de admiradores en la parte exterior del camerino que les improvisaron en los pasillos de la Plaza de Toros Cartagena de Indias, pero una barrera de rejas no permite que los salseros de Cartagena se lancen a abrazarlo o a brindarle una cerveza para expresarle su admiración y agradecimiento por ese abanico de canciones que los piratas disqueros están explotando en discos compactos, a la usanza de la nueva tecnología.
Sin embargo, el pianista no tiene inconvenientes en conversar con cuatro borrachos que dicen ser coleccionistas de salsa y que quieren saber las intimidades la música creada por los hermanos Lebrón, como si hubieran pensado en barrios cartageneros como Getsemaní, San Diego, La Quinta o Bruselas, pues es allí en donde más admiradores tienen.
—¿Cómo podría definirse la música de los hermanos Lebrón?—pregunta a gritos uno de los borrachos. Y José responde con un español trabado por el espanglish aprendido, tal vez. en las calles de Queens o en El Bronx:
—Es que no tiene definición. Y eso es porque a nosotros nunca nos gustó quedarnos con un solo estilo. Nuestra idea era siempre mezclar cosas, escribir de esta forma o de la otra, hacer coros nuevos, etc. Pero nunca nos quedamos en el mismo asunto.
—Por ejemplo: una canción como “Chemanía”, ¿en qué ritmo podría ubicarse?
—Esa es una mezcla de reggae con calipso y son cubano en algunas partes.
—¿En dónde nació la orquesta?
—Los hermanos Lebrón nacimos en la ciudad de Aguadilla (Puerto Rico), pero la orquesta en sí, nació en los Estados Unidos, en donde estamos viviendo desde hace 50 años.
—¿Toda la familia Lebrón estaba compuesta por músicos?
—Sí. Francisco Lebrón, nuestro padre (quien no era de Aguadilla sino un jíbaro de Lares), era poeta. De él tomamos una composición que titulamos “La pela” y le pusimos música. Nuestra madre era una bailarina que ganaba premios en donde quiera que la invitaban a bailar. Y, a parte de eso, muchos primos y tíos tocaban piano, violín, flauta y cantaban. Actualmente tenemos sobrinos en Colombia y en los Estados Unidos que piensan armar una agrupación que se siga llamando “The Lebron Brothers”.
—¿Cuánto tiempo pasó para que dejaran de tocar música norteamericana y cultivaran la música latina?
—Bastante, porque cuando llegamos a los Estados Unidos las posibilidades de prosperar con una orquesta de música latina no eran muchas. Sin embargo, había gente como Ricardo Ray, Boby Cruz, Ray Barreto y Tito Puente que sí se atrevió a sacar adelante la música latina. Precisamente, fue Ricardo Ray quien nos ayudó y nos orientó cuando decidimos cambiar de música y así grabamos nuestro primer LP con lo que ya se empezaba a conocer como “Salsa”.
—¿Cuál fue ese primer trabajo discográfico?
—Se llamó “Sicodélico”. Allí tocamos puro bugalú, que era el ritmo de moda, impulsado por la orquesta de Ricardo Ray. Después grabamos un segundo LP, de donde surgió una canción que se llama “Eres tú”, que no la conocen ustedes, porque sólo se promocionó en los Estados Unidos. Considero que esa es la mejor canción que hemos grabado hasta el momento.
—¿Con cuál trabajo empezaron a conocerse en Colombia?
—Con el tercero, en donde está “Salsa y control”. Ese es nuestro LP más exitoso, por el que todavía nos deben plata, porque en esa época los disqueros eran muy tramposos y con ese cuento de que las disqueras norteamericanas tenían poder para hacerlo famoso a uno, nos enredaban las cosas y todo quedaba a favor de ellos.
—“Salsa y control” los dio a conocer en la Costa Caribe colombiana, pero hasta ahora nos visitan. ¿Por qué?
—Supongo que son cosas de los empresarios. Sin embargo, nosotros nos moríamos por conocer a Barranquilla y a Cartagena, ya que en Cali y Buenaventura nos decían que acá amaban mucho nuestra música, pero nunca nos había contratado ningún empresario. Aún así estamos muy agradecidos de Colombia. Por eso, en diciembre vamos a grabar en Cali un disco compacto que debe estar saliendo en enero.
—Este sería el disco número...
—42.
—¿A qué le atribuye la permanencia de la orquesta?
—A que somos hermanos, y desde el principio sabíamos lo que queríamos.
—Pero el sonido de la orquesta ha cambiado con el tiempo...
—Sí, porque nosotros siempre estamos experimentando. No obstante, la gente nos pide las mismas canciones, y ahí sí que tratamos de que el golpe y la melodía sean los mismos de siempre.
—¿A cuáles cantantes y agrupaciones admiran?
—A varios, pero especialmente a Chano Pozo, a Tito Puente y a Toñito Ledé (q.e.p.d.), quien era cantante de la Sonora Ponceña y alumno de nuestro hermano Pablo, quien también murió. Con el hijo de Toñito Ledé tenemos actualmente una buena amistad, aunque él no es músico. Está jugando en el béisbol grandes ligas de Estados Unidos.
—¿Cómo fue la elección de Luisito Ayala para que reemplazara a Pablo?
—Es que Luisito era vecino nuestro y siempre mostró admiración por la orquesta, además de su talento; así que resultó ser el mejor candidato para cubrir el retiro de Pablo.
—De los salseros nuevos, ¿a quiénes admiran?
—A Jimmy Bosch, por lo tremendo que es con el trombón; y a Gilberto Santarrosa, quien además de gran sonero y mejor cantante, es muy sencillo, humilde y buena gente.
—¿Qué opina de los jóvenes salseros de los noventa?
—No me gustan. Ellos son víctimas de los nuevos productores, quienes han hecho de la salsa un taller en el que todo mundo toca igual, canta igual y compone igual. Para mí, el verdadero sentido de la salsa sigue siendo que cada músico o cantante se diferencie. Que cada quien descargue lo que tiene, para que la música siga siendo rica.
—¿Cómo les pareció la versión de “Salsa y control” que hizo la Orquesta la Luz?
—Buena.

En el escenario

José no alcanza a escuchar las últimas preguntas de los borrachos, porque en la tarima interior del Festival de la Cerveza, un grupo de salseros hartos de cebada reclama la presencia de los Lebrón. Sólo falta que Angel Lebrón haga las señales de rigor para que el cielo oscuro y amenazante de lluvia que le sirve de techo a la plaza, se inunde con las primeras frases de Yo le digo a mi gente/que está gozando/ que la Orquesta Lebrón está tocando...

Octubre de 2002


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