Rafael Ithier, el grandes ligas que no llegó al béisbol


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El viernes 28 de febrero, en las horas de la mañana, Rafael Ithier Natal estaba sentado en la terraza del Hotel Costa del Sol conversando ruidosamente mientras la brisa del mar del barrio Bocagrande empañaba sus anteojos de abuelo casi octogenario.
Esa fecha sería la enésima en que el director de El gran combo de Puerto Rico vendría a Cartagena a cumplir con un espectáculo musical que había sido reclamado por los aficionados a la salsa, gracias a la versión en vivo de “Hojas blancas”, que estaba sonando en las emisoras con la voz de Gilberto Santarrosa.
Aquella versión celebró los cuarenta años de existencia de “La universidad de la salsa” (como se le conoce al combo borinqueño), y la ocasión de que Rafael Ithier estuviera recibiendo la brisa del Mar Caribe en la terraza de un hotel cartagenero, era propicia para conversar a cerca de esas cuatro décadas al frente de uno de los conjuntos más sobresalientes y venerados de la música antillana en todas las épocas.
Varias muchachas, quienes podrían ser las nietas del maestro Ithier, se detienen para saludarlo, procurando, eso sí, que la mirada del pianista se detenga en los redondos ombligos que no alcanzan a cubrir los pantalones descaderados.
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Las cámaras caseras que las familias de turistas de otras ciudades de Colombia han traído hasta la capital de Bolívar para llevarse sus imágenes históricas, también han servido para congelar la eterna sonrisa que Rafael Ithier siempre ha exhibido en las carátulas de los discos desde que se le empezó a escuchar por estos lados, haciendo parte del combo de Rafael Cortijo con Ismael Rivera.
En esas imágenes discográficas aparece un Ithier rechoncho y rozagante, con cara de gente feliz, de compadre dicharachero y hasta esquinero, como esos cartageneros que suelen conversar las tardes en las equinas de barrios como La Quinta, Getsemaní o Bruselas.
Pero actualmente, con 77 años a cuestas, el pianista de El gran combo, lejos de parecer un músico, se asemeja a una vieja gloria del deporte. Su figura, su andar y sus ademanes son iguales a los de un beisbolista retirado, algo así como un entrenador de chiquillos que desean ingresar al mundo de las grandes ligas, ese mundo del que Ithier quiso hacer parte cuando aún no tenía muy en claro qué era lo que debía hacer con su vida.
“¿Tú eres el periodista?”, preguntó sin separarse del grupo, y señalando a un recién llegado que había conversado telefónicamente con él a tempranas horas del día para formalizar una entrevista. En el mismo instante cambia de silla y de mesa, siempre haciéndose acompañar de Luis Fernando Martínez, un admirador acérrimo El gran combo tiene en Cartagena y quien parece una especie de biblioteca ambulante, cuyos tomos se han especializado únicamente en la historia de los intérpretes de “Un verano en Nueva York”.
Tanto es así que mientras Ithier conversa casi solo, casi sin necesitar de preguntas, Martínez le refresca algunas cosas que el maestro no recuerda, o menciona con imprecisión, de manera que el monólogo sea lo más completo posible.
“Tengo 50 años de ser músico —dice—. Pero desde pequeño siempre quise ser beisbolista. En Puerto Rico se jugaba mucho béisbol y se escuchaban las transmisiones radiales de las grandes ligas. Por eso, mi más grande anhelo era hacer parte de Los Dodgers o Los Yankis, pero mis condiciones físicas no se prestaban. Me cansaba rápido. Hasta que por fin me convencí de que nunca estaría en la Gran Carpa.
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—¿Y cómo le ganó el músico al beisbolista?
—Lo que pasa es que en mi casa siempre hubo tradición musical. Mi papá, Nicolás Ithier, era un guitarrista bohemio, que tocaba serenatas. Un hermano suyo fue integrante del primer trío que fundó Rafael Hernández. Mi hermana Esperanza era cantante y pianista. Yo tocaba la guitarra y después aprendí el contrabajo. Pero mi entrada al piano fue gracias a Esperanza, quien me orientó mucho, porque la verdad es que nunca fui a una escuela a que me enseñaran formalmente el piano.
—¿Cómo llegó la vida profesional?
—Muchos más tarde, porque en esos momentos en Puerto Rico no se podía vivir de la música, ya que a esa labor la asociaban mucho con la vagancia, el alcohol y las malas mujeres. Había unos pocos directores de big bands a quienes se les miraba con respeto, como Rafaelito Muñoz, Miguelito Miranda y César Concepción. Sin embargo, los músicos del pueblo-pueblo teníamos un espacio para tocar, que era los domingos, para ganarnos cinco dólares por el toque. En ese momento yo hacía parte de un grupo llamado “El Taoné”, con el que toqué en muchos sitios. Pero considero que mi inicio como músico profesional fue en el grupo “Borinqueneers Mambo Boys”, el que conformé cuando estaba prestando el servicio militar en un campamento de Korea, pero ese conjunto se acabó en cuanto nos licenciamos y regresamos a Puerto Rico. Recuerdo que me licencié el 28 de enero de 1954.
—¿Cómo encontró la isla?
—Había mucha actividad musical. Ya estaba pasando un poco esa mala imagen que tenían los músicos, pero no encontraba en dónde ubicarme. De pronto, alguien me dice que Rafael Cortijo —con quien me había criado en la zona de Santurce, más exactamente en la Parada 21, en donde tocaba congas con los pleneros de San Juan— trabajaba con la cantante Mirtha Silva en un programa de la emisora WIAC. Cuando llegué a la emisora, el programa ya estaba al aire, así que me tocó esperar en una factoría (almacén) que hacía frente con ella. Por fin se acaba el programa y, cuando Cortijo sale, me dice: “chico, llegaste como caído del cielo. Te estoy necesitando para que me acompañes a tocar en La Riviera.” Me estaba hablando de un cabaret famoso de San Juan, cuyo dueño era Suaso Betancourt, quien le había dado la idea a Cortijo para que tocara los jueves, que era el día libre de los músicos.
—¿Estaban muy de moda los cabarets en esos tiempos?
—Sí, pero a mí no me gustaban mucho. Por eso en un principio me le negué a Cortijo, pero después me convenció. Claro, ya Cortijo había empezado a tocar en La Riviera, pero el inconveniente estaba en que su pianista, Tony Muriel, (q.e.p.d.) también tenía que tocar en otro cabaret que se llamaba El Caribe. Él terminaba una tanda y se iba para allá. Terminaba allá y se venía para La Riviera. La cosa se acabó cuando yo me ocupé del piano. A veces llegaba por allá Ismael Rivera, quien era el cantante de la Orquesta Panamericana, de Lito Peña. Y también se rebuscaba como albañil.
—¿Fue allí cuando formaron a Cortijo y su Combo, cantando Ismael Rivera?
—No, porque el cantante nuestro en ese momento era Sammy Ayala. Ismael se quedó en el combo porque Cortijo se consigue otro contrato en un sitio que se llamaba el Black Magic. Él salía de La Riviera a las 3:00 de la madrugada y se iba para el Black Magic a tocar hasta las 6:00 de la mañana. En ese momento, Ismael Rivera se presentaba con La Panamericana en un sitio llamado El Escambrón. Cuando terminaba de tocar ahí, entonces se iba para el Black Magic. A veces se subía a la tarima y acompañaba a Cortijo, hasta que se quedó definitivamente. Pero eso coincidió con el cierre de La Riviera, porque Suaso Betancourt se fue para Nueva York. Cortijo se queda en Puerto Rico y yo también me voy para Nueva York. Al año siguiente, en 1955, Cortijo me escribe invitándome a que me una al grupo, que la cosa tenía mucha acogida en Puerto Rico. Y es cuando regreso.
—¿Cuál fue el primer éxito de Cortijo y su Combo?
—Yo creo que fue “El bombón de Elena”, porque un día estábamos haciendo una presentación y llegó Rafael Cepeda, el autor de esa canción, y medio se la tarareó a Ismael, quien se la aprendió rápido. Pero cuando la cantó, ¡eso fue mucha euforia, muchacho! Con decirte que a la semana apareció Catalino Rolong, un funcionario del sello “Seeco”, invitándonos a grabar ese número. La grabamos y el éxito fue tan grande que enseguida nos invitaron a Nueva York, pero Ismael tuvo que pedirle permiso a Lito Peña para que lo dejara ir. El cuento es que cuando regresamos, Ismael no quiso cantar más con La panamericana.
—¿Qué recuerdos tiene de Ismael Rivera?
—Ismael era un tremendo cantante, especialmente guarachero. Cantó boleros y uno que otro ritmo suave. Pero lo suyo eran las guarachas, la bomba y la plena, porque era un vocalista muy rítmico. A parte de eso, era un magnífico compañero e incansable en la tarima. Pero también era un tipo que hacía lo que le daba su gana; y eso, desafortunadamente, fue desestabilizando al grupo. Cortijo, que era un poco más ordenado, también se desorientó y cometió muchos errores. Yo, como vi que la cosa no iba a seguir funcionando como debía ser, me salí del grupo. Al rato Ismael y Cortijo se meten en problemas con la ley, y se acabó todo. El grupo duró cuatro años, lo que considero que es poco, viendo el enorme material artístico que teníamos.
—¿Qué vino para usted después de eso?
—Una tremenda frustración, porque no pensé que las cosas durarían tan poco. Yo le tenía mucha fe al grupo de Cortijo. Así que traté de olvidarme de la música y me presenté en la universidad con la idea de seguir la carrera de Contaduría Pública, para después estudiar leyes. Estando en esas, un día se presentaron a mi casa varios ex compañeros del combo de Cortijo, como Eddie Pérez, Héctor Santos, Kito Vélez, Martín Quiñones, Miguel Cruz y Robertico Roena para proponerme que organizáramos otro grupo. Un día nos reunimos en la casa de Robertico y yo puse las condiciones de cómo debía ser ese grupo, cuáles eran las normas a seguir para que no pasara lo mismo que en el combo de Cortijo. Ellos aceptaron y enseguida empezamos a trabajar.
—¿De dónde salió el nombre de “El gran combo de Puerto Rico”?
—Ese nombre nos lo puso un empresario cubano llamado Guillermo Álvarez Guedes, quien nos invita a grabar en el sello “Gema”. Como la palabra “combo” estaba de moda en esos momentos, Álvarez Guedes quería que el grupo se llamara “Rafael Ithier y su combo”, pero yo no estuve de acuerdo, porque como no pensaba quedarme tanto tiempo, entonces no quise que los muchachos tuvieran problemas con el nombre cuando yo me fuera. La primera grabación la hicimos acompañando al cantante Joseíto Mateo, en una producción que se llamó “Menéame los mangos”, con arreglos de Radamés Reyes Alfaro. Claro, debo decirte que para que nos aceptaran, la cosa fue dura. La gente nos veía mal porque pensaban que habíamos traicionado a Cortijo. Pero en 1962 debutamos en la WIAC y después en el salón “Rock and Roll” de Bayamón, y ahí fue cuando le gente empezó a aceptarnos.
—Pero el sonido seguía siendo el mismo de Cortijo y su combo...
—La verdad es que sí. Yo creo que la única diferencia la hacían Pellín Rodríguez y Chiqui Rivera, quiénes eran los cantantes, pero la estrella era Pellín. Chiqui Rivera se retiró del grupo y Sammy Ayala me recomienda a Andy Montañez, quien todavía era un muchacho, pero ya mostraba bríos para ser la figura de El gran combo. Nuestro primer éxito fue “Acángana”, interpretado por Pellín Rodríguez, quien duró once años con nosotros. Después se retira y queda Andy como cantante estrella.
—¿Cómo llegó el trombón a El gran combo?
—Llegó por dos cosas: primero, yo quería que el grupo tuviera su sonido propio, porque todavía nos seguíamos pareciendo al combo de Cortijo. Y segundo, el trombón se estaba poniendo de moda, gracias a Mon Rivera, a Willy Colón y a Edy Palmieri, entre otros. Nosotros no queríamos quedarnos atrás y fue así como lo incluimos en la producción “De punta a punta”. El ejecutante era el difunto Fanny Ceballos, quien era excelente trombonista. Gracias a él, El gran combo comenzó una nueva época.
—¿Por qué se deciden a grabar vallenatos en una época en que esa música no era tan internacional?
—Porque a mí me impactó muchísimo, desde la primera vez que lo oí. Eso fue en 1971. Andy, Pellín y yo estábamos en Barranquilla en un sitio llamado La piragua. De pronto quitaron la música del equipo de sonido y pusieron a tocar a un grupo de guitarra y acordeón. La primera canción que tocaron fue Matilde Elina. A mí me gustó tanto que pedí que la repitieran varias veces, hasta que entre todos decidimos grabarla. La verdad es que no fue tan difícil adaptarla al formato de El gran combo, porque el vallenato es una música muy sencilla, pero a pesar de eso también es muy diciente. Y creo que fue eso finalmente lo que más me gustó.
—Se retira Andy Montañez, ¿cómo le cayó eso al grupo?
—Indudablemente mal, chico. Aunque yo siempre tuve la precaución de vender la imagen del grupo y no la del cantante, pensando en que alguno podía morirse y hasta ahí llegaba todo. Pero la verdad es que no concebía el grupo sin Andy Montañez. Charlie Aponte, el corista en ese entonces, cantaba muy bien, pero no había grabado muchos temas. Así que me puse en la búsqueda de otro cantante, porque definitivamente yo no podía pagarle a Andy lo que le ofrecía La dimensión latina. La búsqueda fue dura. Me ofrecieron a Héctor Lavoe, a Cheo Feliciano y a otros, que ya eran estrellas; y yo no quería eso, porque se me podían volver inmanejables, por ser estrellas. Hasta Gilberto Santarrosa se me presentó, pero apenas tenía 15 años de edad. Andaba con el papá para arriba y para abajo. Yo le vi el talento, pero no me atreví a incorporarlo, porque me dije: “bueno y qué tal que a este chico lo cojan las mujeres de la 110 y la 115 de Nueva York y lo ultrajen. ¿Qué le digo al papá?” El caso es que la búsqueda terminó cuando Papo Lucca me recomienda a Jerry Rivas. Y la verdad es que el hombre dio la talla.
—Para algunos admiradores del combo no fue muy buena la entrada de ustedes a la llamada “salsa romántica...”
—Muchas personas me lo han dicho en diferentes lugares. Pero pienso que era necesaria esa entrada, porque el mundo de la salsa dio un giro de 180 grados con la aparición de Franky Ruiz y Eddy Santiago. Con el éxito de esos dos, todo el mundo empezó a grabar salsa romántica y a nosotros los veteranos, a Celia Cruz, a Tito Puente, a Machito, etc., nos decían “los dinosaurios de la salsa”. Y no sólo eso, los contratos estaban escaseando. En Puerto Rico, las emisoras dejaron de colocar la música de El gran combo. Y como si fuera poco, se mete el merengue dominicano y termina de apartarnos. Entonces, dijimos: “hay que hacer algo”. Empezamos a buscar canciones románticas y nos entregan dos: “Ámame” y “Aguacero”. Pero el problema siguiente fueron los arreglos, porque yo no sabía de eso. Y es cuando Gilberto Santarrosa me recomienda al trompetista Tony Villarini y al saxofonista Ernestico Sánchez para que se encargaran de los arreglos. Claro está, yo siempre estuve vigilante para que entráramos en la onda de lo romántico, pero sin dejar de ser El gran combo. Entonces, sale el álbum y nos encontramos con que en Nueva York estaba batiendo récords de ventas. Las cosas mejoraron. Nos programaban en las emisoras y nos contrataban. Por eso, en el siguiente LP, “Latin up”, seguimos con la misma línea, pero no fue un fracaso, sino un desastre, porque la gente no quería eso. El LP de “Ámame” y “Lluvia” nos lo compraron porque éramos El gran combo, pero después no volvieron a aceptarnos con ese estilo.
—Entonces, volvieron a la salsa dura...
—Sí, pero mejor que antes. Porque debo reconocer que el haber llamado a Ernestico y a Villarini le cambió la armonía al grupo. Yo me interesé mucho en hacer mejores arreglos, pero sin dejar de lado nuestro estilo tradicional. La verdad es que el álbum de “Ámame” y “Aguacero” fue un proceso en el que todos aprendimos de todos.
—Muere Fanny Ceballos, el trombonista que le dio identidad al grupo. ¿Qué pensó en ese momento?
—La verdad es que para nosotros fue una gran pérdida, sobre todo humana, porque Fanny fue un excelente compañero. Estuvo con nosotros durante 21 años y no fue fácil reemplazarlo. Pero ahora nos está acompañando Moisés Nogueras, que también es magnífico trombonista.
—¿Sería posible un regreso de Andy Montañez?
—No creo. La época de Andy Montañez con El gran combo es una sola. Esta es otra época. Todos sabemos que Andy tiene sus méritos; y si volvemos, la sola noticia será un batazo, pero cuando grabemos es posible que el asunto no funcione, porque entonces la gente va a querer que las cosas sean como hace treinta años, cuando grabamos “Julia”, “Los zapatos de Manacho”, “El vagabundo”, “Un verano en Nueva York” y todos esos éxitos. Te lo digo, porque así mismo sucedió con Ismael Rivera y Rafael Cortijo. Cuando Ismael sale de la cárcel, se reúne con Cortijo y logran grabar un nuevo álbum, que, musicalmente, en mi concepto, fue mejor que todos los que ellos habían grabado anteriormente, porque en los arreglos les colaboró Tito Puente, quien les sugirió bugalús y descargas que estaban en la onda. Pero la gente quería seguir oyendo “Ingratitudes”, “El negro bembón” y “Perico”, y eso ya no era posible, porque los tiempos habían cambiado, los sonidos eran otros, los arreglos que estaban de moda exigían otras cosas. Lo mismo podría suceder con El gran combo, si volvemos con Andy Montañez. Lo que sí te digo es que la escuela que Andy aprendió con nosotros es fundamental para él. Andy puede hacer un concierto en cualquier parte, pero si no toca los números de El gran combo no pasa nada.
—Algo que siempre ha diferenciado a El gran combo son las coreografías. ¿A quién se le ocurrió ese concepto?
—A Roberto Roena y a mí. Pero debo aclarar que esa inquietud la traía desde que trabajaba con Cortijo y su combo, porque allá Ismael, quien era un tipo muy alegre, cantaba una canción rumbera y pegaba sus brinquitos. De pronto se paraban Sammy y Ray y hacían una pirueta y eso alegraba a la gente. Pero no era una cosa organizada. Ya cuando conformamos a El gran combo, y estando en Nueva York con el auge de la televisión, a Roberto Roena (de quien tú sabes que siempre ha sido más bailarín que bongocero) se le ocurre que, adicional a la música, debíamos hacer algo así como un show de variedades, pero una cosa bien organizada para que nuestras presentaciones no fueran monótonas. Y fue así como nos convertimos en los primeros en crear coreografías para la salsa.
—Hay dos ritmos que no han vuelto al repertorio del El gran combo: la bomba puertorriqueña y el vallenato. ¿Qué ha pasado?
—En cuanto a la bomba, te cuento que la última que grabamos fue “Me lo contó tu papá”, que hace parte del álbum “Latin up”, pero no pasó nada con ella, a parte de que, como ya te dije, ese long play fue un desastre. Pero lo cierto es que desde mucho antes de eso, la bomba y la plena decayeron dramáticamente. Una vez en Nueva York, un locutor nos invitó a Andy, a Pellín a y mí a su programa y nos hizo esa misma pregunta. La respuesta fue la misma: no vale la pena grabar bomba porque las emisoras no la colocan. Nosotros, como buenos puertorriqueños, quisiéramos grabarla, pero estamos en lo que estamos. En Puerto Rico hay muchos compositores de bomba y plena que ya se están desanimando por esa situación. En cuanto al vallenato, creo que la cosa se deterioró un poco, porque cuando nosotros lo grabamos gustó tanto que enseguida vinieron otros grupos y empezaron a meterle unos arpegios de jazz y cosas raras que nada tienen que ver con esa música. Actualmente veo a algunos que lo único que quieren es imitar a Carlos Vives. Pero por ahí tengo unos temas que me dio Jorge Oñate, que todavía no he escuchado. Si me gustan, los grabo.
—¿Cómo se logró la versión de Hojas blancas cantada por Gilberto Santarrosa?
—Porque Gilberto es muy amigo de El gran combo. Así que cuando cumplimos los 40 años lo invitamos, junto con Andy Montañez y Andrés Jiménez, “El Jíbaro”, para la celebración en el Coliseo Ramón Rodríguez. Pero la verdad es que Gilberto ya había incursionado con nosotros otras veces. Él se ha montado a cantar gratis cuando se ha enfermado Jerry o alguno de los muchachos que hacen voces. Ahora mismo creo que el no haberlo incluido en el grupo cuando le estábamos buscando reemplazo a Andy, nunca fue un desacierto, ya que Gilberto de todas maneras se hubiera ido, porque él es un cantante superior.
***
Desde mucho antes de que Rafael Ithier se sentara a conversar en la terraza del hotel, las emisoras amanecieron programando canciones como “Compañera mía”, “Brujería”, “Julia”, “Ojitos chinos”, “Gotas de lluvia”, “La soledad”, “Matilde Lina” y otros, que no son precisamente los que grabaron los fundadores del grupo; y, tal vez por eso, las nuevas generaciones desconocen quiénes fueron Pellín Rodríguez o Chiqui Rivera. Pero también es cierto que las nuevas generaciones acogieron la música de El gran combo a partir de la inclusión del trombón, la mejor selección de las canciones y los seductores coros que Papo Rosario, Charlie Aponte y Jerry Rivas le imprimieron a las grabaciones y a las presentaciones en vivo para que La universidad de la salsa siempre entrara por las puertas grandes que antes tenían cerradas los países europeos y hasta los asiáticos.
Muchos integrantes, quienes, —como Kito Vélez, Martín Quiñones, Miguel Cruz, Fanny Ceballos y Mike Malavet— han pasado a mejor vida, se perdieron de probar el pastel musical que El gran combo saboreó en sus primeros cuarenta años de vida. Y se están perdiendo también de escuchar a Rafael Ithier cuando dice que “espero paladear otros cuarenta pasteles, si Dios lo permite”.
—A sus 77 años, ¿ya ha pensado quién será su reemplazo?
—Desde hace tiempo. Y gracias a eso, ahora mismo hay mucha gente preparada que podría reemplazarme de la mejor manera...
Marzo de 2003


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