Cartagena


Es como si llevara a Cartagena en las líneas de su mano

La dirección del periódico El Universal la asumió el cartagenero Nicolás Pareja Bermúdez, abogado de la Universidad de Cartagena, con especialización en Derecho Comercial y Maestría en Derecho Administrativo.

GUSTAVO TATIS GUERRA

08 de marzo de 2019 12:00 AM

La dirección del periódico El Universal la asumió el cartagenero Nicolás Pareja Bermúdez, abogado de la Universidad de Cartagena, con especialización en Derecho Comercial y Maestría en Derecho Administrativo.

No hay un solo acto suyo y ningún pensamiento secreto, que no esté unido a Cartagena, la ciudad donde nació el 4 de marzo de 1965. Es un abogado singular que canta boleros, escribe desde muy joven columnas de opinión, toca guitarra y tambor, tras la música cubana, es lector sediento de literatura, conoce la historia de Cartagena, y es uno de los contadísimos cartageneros que se ufana de ser provinciano y de no haber salido de su ciudad.

Es de la estirpe en extinción, del que lleva como los caracoles, la ciudad a cuestas. Es uno de los siete hijos del médico Adolfo Pareja y Diana Bermúdez, de quienes heredó la vocación musical, la pasión por las letras, el fascinante arte de la conversación y la tertulia, la bohemia creativa, y por el lado de la madre, la infinita generosidad y el don de servir a los demás.

“Me crié al pie del mar en Castillogrande, en una casa con un patio lleno de perros, loros, conejos y tortugas. Mi infancia transcurrió allí frente al mar, siempre descalzo en la arena. Mi mayor felicidad es no haber salido de Cartagena, salvo en vacaciones, pero no me imagino fuera de este entorno. Cuando quiero encontrar la calma, vuelvo a tocar la arena y a meter los pies en el agua. Estudié en La Salle mi bachillerato y estudié Derecho en la Universidad de Cartagena. Si quisiera conocer un país, ese sería Rusia, porque me gustaría ver cómo una nación fue monárquica, republicana, comunista y luego, democrática”.

Ha leído tres libros que lo han impactado en su vida: “Confieso que he vivido”, de Pablo Neruda; “El hombre mediocre”, de José Ingenieros; y “Tus zonas erróneas”, de Wayner W. Dyer. Pero ha leído tres veces la novela “El amor en los tiempos del cólera”, de García Márquez, en la que encuentra reflejada, la historia amorosa de los abuelos Adolfo Bermúdez y Diana de León. Sus influencias humanas han sido además de sus padres, el tío Carlos Arturo Pareja, fundador de la Facultad de Mundología, en los años cincuenta del siglo XX. En las reuniones en el patio de su casa, los amigos de su padre se reunían los martes y los sábados, a hablar de lo divino y lo humano, siempre en medio de la música, el bolero y la salsa cubana. “Asistí a mil bohemias con mi padre desde los nueve años, y recibí mucha sabiduría a mi edad, que me permitieron no ser sabio, pero sí feliz, porque allí aprendí de la mano de mi padre, a tocar instrumentos de cuerda y a apasionarme por la percusión. Las tertulias se hacían en casa, pero también en apartamentos y casas solariegas de los amigos de mi padre, y lo que privilegio de todo eso, son las anécdotas. En ellas, el espíritu se expresaba a través del sentimiento y se conectaba con quienes teníamos el privilegio de compartir la música”.

Ahora recuerda a su tío Carlos Arturo Pareja, que nunca construía una oración sin que incluyera un dicho, un refrán o una máxima filosófica. “De él aprendí mil dichos, me los grabé todos, algunos de ellos inconfesables”, dice riéndose. Una de esas frases del tío le generaron polémicas, como aquella de que “Cartagena necesita menos murallas y más cabaret”. “Pero no solo esa frase me generó problemas y conflictos, cuando era secretario de gobierno. Cuando era adolescente, casi me meto en líos, repitiendo las frases del tío, que yo asumía con inocencia. El tío decía: “Pídeselo a todas, que la que no te lo dé, te lo agradece”. Desde que estudiaba en el colegio La Salle, era buen estudiante de español, filosofía, estética y otras materias humanísticas, pero no era bueno en matemáticas. Y en aquellos años, existía el prejuicio de que los más inteligentes eran los que sabían matemáticas. “A mí me tenían como bruto los profesores”, recuerda. “Una vez le dijeron a mi padre, que lo mejor era que estudiara Derecho. Pensaban que no era una profesión para inteligentes. Pero ellos no sabían que esa era mi vocación: el Derecho. El abogado Héctor Hernández Ayazo, el más grande abogado que ha tenido el Caribe colombiano en todos los tiempos, leyó mis primeras columnas de opinión y me dijo que tenía un talento para escribir. Me lo dijo cuando tenía 24 años. Él me descubrió como escritor, y él me llevó a trabajar en 1992 en el diario El Universal. Allí estuve siete años como subdirector. Hernández Ayazo era un erudito. Un humanista. Sabía de todo, pero no le interesaba demostrar su conocimiento”.

La conciencia política

Se considera un liberal ecuménico, en el extremo centro.

“No me gustan los extremos. Los extremos hacen que las ideologías se conviertan en el peor enemigo del pueblo. Todas las ideologías extremas, hacen del pueblo, un instrumento. Lo mismo ocurre con las religiones extremas que instrumentalizan al hombre. El fundamentalismo, por esencia, es violento. A esta edad, he descubierto que las ideologías son la excusa de los intelectuales para dominar a las masas. Me rebelo por eso, contra las ideologías. Mi personaje favorito de la política del siglo XX, es Alfonso López Pumarejo, quien, a pesar de haber conocido los privilegios, siempre tuvo claro que la política existe, sustancialmente, para servir a los pobres. Y el político que no sirve sustancialmente a los pobres, no merece mis respetos. Uno de mis personajes mundiales fue el líder Winston Churchill, gran estadista, fue leal siempre a sus ideas, y no cedió a los vaivenes de los políticos ni de los intereses. Dios se vale de esa clase de grandes hombres como Churchill, para torcerle el cuello al mal. De las mujeres, admiro a Oriana Fallaci, una periodista que puso a temblar a los hombres grandes, con su inteligencia, y se empoderó como periodista, sin que ese fuera su propósito”.

Cartagena en un periódico

“Quiero que la prensa escrita de El Universal sea la reserva de la conciencia moral de la ciudad, y la fuerza de todos sus positivos emprendimientos. Y la versión digital sea contestataria a las falsas noticias, y al abuso de las posverdades. Admiro el New York Times, porque tiene claro el valor insustituible de la prensa en el desarrollo y defensa de la democracia. La prensa volverá a salir avante en estos cambios acelerados, inimaginables, que estamos viviendo. La humanidad podrá vivir embotada de información, pero no podrá subsistir como especie si no hay medios que expliquen con generosidad y con pasión lo que está pasando. Solo lo consigue la prensa virtual o escrita”.

Aquel viernes no durmió

El viernes en que le propusieron ser director de El Universal, no durmió pensando si debía hacerlo. Primero se lo consultó a toda su familia. Pero a solas, lo consultó consigo mismo y con Dios, leyendo el evangelio de ese día, que era el del santo Francisco de Sales. Y aquello lo sintió como un augurio de su decisión, cuando al ver el asterisco de la página que estaba leyendo, encontró la señal: Santo de los Periodistas. Entonces cerró la página. “Ya”, se dijo. “Está clara la respuesta de Dios”. Y entonces llamó al gerente del periódico para decir: “Acepto”. Y es que él, que despierta antes de las cinco de la madrugada, conversa en una oración en voz alta con Dios. Es creyente y no concibe la existencia sin espiritualidad.

EPÍLOGO

Al entrar a la enorme oficina del director del periódico, lo primero que se preguntó al llegar fue: ¿Qué hago aquí? Y le sugirió al gerente Gerardo Araújo, una oficina pequeña y cercana a la sala de redacción. Así es Nicolás Pareja Bermúdez, una criatura sencilla, humana, divertida, al que todos llaman Nico, y a quien no le gusta que lo llamen de otra manera. Se ríe cuando le dicen: Doctor Nico. Le encanta celebrar sus cumpleaños con música, junto a sus amigos y su bella familia. Es el esposo encantado de María Patricia Viaña y el padre amoroso de María Gabriela, de 19 años, y María Patricia de 15 años. Pero la vida le regaló dos hijos más, mayores que sus dos hijos: Meyde, la nana de su hija menor, que se convirtió junto a sus hijos Samy y Mara, en parte de su familia. Ellos viven en su casa. En sus hombros lleva como los caracoles, la casa a cuestas, el amor de los suyos, y la pasión por Cartagena, la ciudad que fluye en las líneas de sus manos, y a la que espera consagrar su tiempo, como director del periódico. Así es él: corazón sentipensante. Conciencia de arraigo al pie del mar.

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