Cartagena


La calle de La Lengua, la identidad de Los Calamares

Se trata de una de las calles más famosas de los barrios populares de Cartagena. En los últimos años ha experimentado un creciente auge comercial. Su deterioro es preocupante. El espacio público reclama atención.

La calle de La Lengua, de Los Calamares, comenzó a llamarse así cuando el barrio estaba recién hecho, pero, al parecer, algunas acometidas de aguas servidas y pluviales no quedaron bien ajustadas del todo.

De manera que las plaquetas del pavimento se fueron deteriorando por la acción del agua, que permanecía estancada (o corriendo por las orillas de los andenes), hasta que esa anomalía se fue convirtiendo un punto de referencia, que hasta el momento no cesa.

La vía, que al mismo tiempo es una loma que asciende desde la entrada al vecino barrio Nuevo Bosque, está trazada sobre gran parte de la tercera etapa de Los Calamares (manzanas 53, 54 y 55), pero nadie se refiere a ese número cuando de identificar direcciones se trata.

Todo el mundo pronuncia “La calle de La Lengua” como el punto caliente para ubicarse dentro del barrio o en sus cercanías, nombre que los transportadores, tanto legales como ilegales, ubican al instante, como si se tratara de un punto rojo en el mapa de las informalidades urbanas de Cartagena.

Otros barrios igualmente populares tienen su propia “calle de La Lengua”, pero ninguna ha logrado opacar la marca de alta recordación que se ganó la de Los Calamares, con todo y que, después de tantas idas y venidas ante las autoridades distritales, fue arreglada del todo en el gobierno del entonces alcalde Nicolás Curi Vergara.

Nunca más volvió a ser presa de las aguas desordenadas, pero tampoco se pudo liberar de su apodo. En ambas aceras se levantan un poco más de 60 viviendas, que en los últimos años han sido vendidas o arrendadas por sus propietarios primigenios, mientras que los recién llegados han abierto toda clase de establecimientos que le han dado a la vía un auge comercial al que no se le pueden negar sus bondades, pero tampoco sus incomodidades.

José Pájaro Ramos, el presidente de la Junta de Acción Comunal, cuenta que los cráteres de la vía, por el deterioro del asfalto, fueron notificados el año pasado a la Secretaría de Infraestructura del Distrito, la cual anunció que este año se trabajaría en esa solución, pero hace unas semanas informó a la comunidad que no quedó presupuesto y que los trabajos se aplazaron.

“El problema --agrega Pájaro Ramos-- se está agudizando, porque ahora nos metieron los busetones de Transcaribe, que son bastante pesados, y el asfalto ha ido cediendo tanto que toca echarles tierra y escombros a los cráteres para que medio se mejore la movilidad vehicular”.

Sobre el mismo tema, Moris Zapata Bustos, el vicepresidente de la JAC, considera que con el advenimiento de la temporada invernal el deterioro se incrementará, “tomando en cuenta que algunos establecimientos comerciales han reducido lo que antes eran amplios desagües pluviales y ahora las aguas demoran más horas para evacuarse”.

Al mismo tiempo, dicen los líderes comunales, “la calle padece algunos vecinos anticívicos quienes no tienen inconvenientes en lanzar aguas al pavimento, cuando terminan de lavar sus terrazas y vehículos. Aparte de eso, en la diagonal 30 de Nuevo Bosque, hay un manjol que a menudo se rebosa y el inicio de nuestra calle dura días y semanas inundado de aguas servidas y hediondas. Es un problema que Acuacar no ha podido solucionar del todo”.

Sin embargo, esas aguas malolientes no son el factor que pueda impedir que todas las noches, pero especialmente los fines de semana, La calle de La Lengua se transforme en un hervidero de gentes y carros provocando trancones y ocupación del espacio público, entre los negocios que expenden comidas rápidas y bebidas que se amenizan con equipos de sonido contaminadores de la audición colectiva.

“La inconsciencia es tanta que muchos no tienen que ver para parquear sus carros en las paradas que trazó Transcaribe. Y los trancones, la pitadera y la música son como para volverse loco”, lamentan los residentes.

El caos, según la JAC, también es aprovechado por los ladrones motorizados, quienes se dedican a arrancar bolsos y teléfonos celulares, como también a violentar a quienes trafiquen la vía después de las diez de la noche.

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