Cartagena


[Video] La cuarentena del señor que alimenta a las palomas del Centro

Se llama Arides Beleño y ha vendido por 31 años el maíz con el que alimentan a las palomas de la Plaza de San Pedro. Esto ha sido de su vida durante la pandemia.

LAURA ANAYA GARRIDO

15 de agosto de 2020 08:25 AM

Los ochenta años que carga sobre sus espaldas no parecen pesarle tanto a Arides Adolfo Beleño Morales como el encierro.

Él sabe que no debería asomarse a la calle y que su edad es un factor que lo hace más vulnerable ante el COVID-19, lo entiende porque a lo mejor lo ha escuchado en las noticias y su familia se lo repite a cada rato, pero durante la última semana ha decidido atravesar la ciudad de cabo a rabo para llegar al Centro y ser lo que era antes de la pandemia: el señor que alimenta a las palomas de la Plaza de San Pedro. (Le puede interesar: Una crónica de palomas y bolsitas de maíz)

“Él sale de la casa (en San José de Los Campanos) todos los días como esperando que esto se acabe. Yo le digo que se calme, que esto no es culpa de nadie y que la pandemia nos recogió a todos, pero qué va, él se desespera”, cuenta al otro lado del teléfono Martha, una de los 10 hijos que “apenas” -dice él mismo y se ríe- alcanzó a engendrar.

Aunque ha sido difícil sostenerse, a Arides no le ha faltado el pan ningún día: a él le dan el subsidio de la tercera edad, le fían en la tienda del barrio y la misma Martha se las arregla vendiendo arepas de huevo en Los Campanos; lo que vende le alcanza para comprar la comida, pero no para darle los tres mil o cuatro mil pesos que él siempre está acostumbrado a tener en los bolsillos. Por eso le ha dado tan duro el encierro: porque lo ha dejado sin la posibilidad de ejercer un oficio que comenzó en 1989 casi que por casualidad. “Recuerdo que era de tardecita, yo estaba en la Plaza de San Pedro y llegó un niño con su abuelo, se sentó frente a la iglesia, llorando. El señor me dijo: ‘¿Quién es el que vende maíz de las palomas?’, yo le respondí que yo hacía los mandados y él me dijo que le fuera a comprar maíz porque si no lo hacía el niño no iba a dejar de llorar, así que fui y me dije: ‘Mañana comen las palomas y como yo’”, recuerda y ríe.

De aquello ya han pasado 31 años y ese mismo tiempo lleva Arides saliendo de la casa a las siete de la mañana y regresando a las nueve de la noche, siempre en su labor de alimentar a las palomas. Antes vendió paletas en la subida al Castillo de San Felipe, fue vendedor ambulante y asegura que pagó 3 pesos con 75 centavos como impuesto al Distrito para ganarse el derecho de comercializar productos. (Lea también: Así es una noche en el Centro de Cartagena en medio de la pandemia)

[Video] La cuarentena del señor que alimenta a las palomas del Centro

Arides ha visto la vida pasar en esa plaza y por eso es que la extraña tanto, pero ese no es el único lugar que le hace falta... “Él llegó a Cartagena en el 52 y vivió en Getsemaní, en San Diego y ya después en Olaya, en el sector El Progreso. Yo me lo traje para acá, para Los Campanos, porque allá en Olaya ya se hubiera muerto. Allá vive en una casa sola, abandonada, destruida, sin piso, yo no puedo ayudarle a arreglarla porque no gano lo que quisiera. Yo vivía en Venezuela, pero me tuve que regresar por la situación de ese país... No le puedo ayudar, pero me lo traje para mi casa para cuidarlo (...) Él está tan amañado en esa casa de Olaya que se quiere ir, está es esperando que abran otra vez El Progreso para irse, porque lo habían cerrado porque allá hubo contagios y muertes”, dice Martha. Arlides no es hipertenso, tampoco diabético... No padece ninguna enfermedad crónica y aunque su hija le repita en que sus 80 años son la razón suficiente para dejar de ir a alimentar las palomas del Centro, él se rehúsa a aceptarlo e insiste en ir a la plaza a ver si ya el mundo volvió a ser como antes.

“Nosotros no queríamos que él siguiera echándole maíz a esas palomas, por eso mi mamá decidió irse con nosotros para Venezuela. Por esas palomas perdió una parte de su familia y el ojo izquierdo, ¿pero quién se lo paga? Eso es un amor por las palomas, no quiere dejar de ir porque dice que se mueren de hambre. Él quiere que le ayuden a componer la casa, me dice que le mande una carta al presidente para que le ayude, porque la casa está destruida. Yo le digo que ojalá, pero no creo”, concluye Martha.

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