Cualquier ruido, por menor que sea, le genera episodios de pánico a María*. Son prolongados: le recuerdan el segundo en que una bala entró a su ojo derecho y lo apagó. Han pasado 24 días desde que la vida de esta niña de 13 años se partió en dos: aún no sabe si la luz se irá para siempre o si la oscuridad se quedará con ella.
El incidente, ocurrido el 11 de agosto en Nariño, en el Oriente antioqueño, se ha vuelto una lucha colectiva. Desde entonces, la familia de María trata de conseguir el dinero necesario para los tratamientos que necesita, más allá de las limitaciones del sistema de salud. Este, según dicen, poco ha hecho para que la mirada de su niña, de María, vuelva a ser la de antes.
En una casa del nororiente de Medellín, a 152 kilómetros y cuatro horas de la suya, en Nariño, María se recupera de las dos cirugías a las que se ha sometido después de lo ocurrido. Está bajo el cuidado de las tres mujeres que la han visto crecer: su mamá, su tía y su abuela.
Una vida activa
La rutina de María cambió a las tres de la tarde de un jueves, justo antes de ir a piscina con sus compañeros de clase y un joven que no pertenecía a su grupo, mas sí a su colegio, la Institución Educativa Inmaculada Concepción, la única en el casco urbano de Nariño.
Ese día de agosto, uno de los jóvenes habría sacado un arma de fuego y, de imprevisto, le disparó. Entonces, entre los muchachos, se hizo el silencio: el impulso del gatillo bastó para que la bala abandonara la corredera del aparato. Un segundo fue suficiente para que esta impactara con fuerza el ojo derecho de María: entró, avanzó, le dio la vuelta a su cabeza y luego se alojó en la parte trasera del cuello.
María estaba bajo el cuidado de su abuela, quien llegó a Nariño desde Armenia, Quindío, hace más de cuatro décadas. Allí, tras dejar esas tierras cafeteras, conoció el amor y tuvo a sus tres hijos, dos mujeres y un hombre. De una de sus hijas nació María, una niña sociable, deportista, entregada al grupo juvenil de Nuestra Señora de las Mercedes, la parroquia del pueblo.
Séptimo, el grado que cursa en el colegio, comenzó con turbulencias este año. Dicen sus familiares que por estos días María estaba muy contenta porque por fin le estaba yendo bien en los estudios. El tiempo también le alcanzaba para jugar baloncesto y microfútbol cada que salía de clase. Le iba muy bien, dice ella, en el juego de la pelota naranja: “¡En el baloncesto!”.
Problemas con su vista
Ahora, si va a salir a la calle, María se pone unas gafas grandes, oscuras, para que la lesión que sufrió en su ojo, que permanece cerrado todo el tiempo, no se note. Si está en la casa, se cubre con un protector plástico, blanco, que pega a su rostro con dos recortes color piel de esparadrapo.
El temor ahora llega por los oídos, no necesita verlo. Ese sentido, que le ha permitido escuchar desde hace 13 años, se convirtió en puerta de entrada para la tristeza. Los sonidos fuertes, incluso corrientes, le arrebatan a María la alegría. Ella, cabizbaja, asume su nueva vida, aunque sus familiares conservan la esperanza de que agotando todas las posibilidades pueda volver a ver con los dos ojos.
Hasta una rifa se idearon para recoger fondos y costear los tratamientos que requiere de manera urgente. Una boleta de talonario, por valor de 20.000 pesos, es el recurso de lucha. Un papel, que promete una recompensa de un millón de pesos y que juega el 20 de octubre próximo, ha puesto a prueba la solidaridad de los conocidos de María y su familia.
En el momento son 480 las boletas vendidas, a un mes de que la rifa juegue. “Hemos sentido la solidaridad. Hay gente que, incluso, no compra la boleta. Dicen que mejor nos dan la plata. El amor que le tienen se ha notado”, cuentan los familiares de María.
La tragedia
El suplicio de esta niña comenzó cuando ultimaba detalles para una tarde de diversión, que pintaba lejos de convertirse en una tragedia. Ese jueves nadaría, pero el plan se aguó luego del ataque. Se sabe que el señalado tomó el arma y la accionó. Se desconoce la minucia del episodio, la totalidad de las circunstancias.
La niña solo sabe que se le fueron las luces, que perdió el sentido y la noción del tiempo con el disparo. “Cuando se miró al espejo, vio que estaba ensangrentada y como pudo bajó unas escaleras y tomó un mototaxi”, dicen los parientes de María, quien fue atendida de urgencia en el San Joaquín, el hospital del municipio.
El médico, al evaluarla y ver el estado en que se encontraba su ojo, ordenó su traslado en una ambulancia a un centro asistencial de mayor complejidad. “Las remisiones se pueden demorar horas, pero la vieron tan mal que en menos de 40 minutos la despacharon”, dice la familia. María fue trasladada al Hospital de La Ceja, pero allí no la recibieron porque no tenían los especialistas necesarios.
“Tocó llevarla a la Clínica Somer, de Rionegro, para que nos la atendieran. Allá la dejaron varios días esperando hasta que por fin la operaron. Pero ella seguía con la bala en el cuello y no podía comer. La iban a dejar salir así, si no fuera porque nosotros peleamos”.
Finalmente, ante la presión de la familia, a María le hicieron una segunda cirugía y le extrajeron la bala, que quedó bajo custodia de las autoridades para el proceso de investigación. En esas pesquisas, se confirmó que no era un tiro de arma traumática, sino uno de arma de fuego. Sin embargo, el paradero de dicha arma aún se desconoce.
Lo que dicen de María
Este hecho es tema de conversación en las esquinas de Nariño, pero las autoridades guardan silencio. Este medio contactó al alcalde JohnFreddy Cifuentes y al responsable de la Comisaría de Familia del municipio, Alexánder Orozco, pero ninguno compartió detalles.
José Yépes, rector de la Inmaculada Concepción, expresó que al menor señalado de disparar se le está brindando acompañamiento en el proceso de restablecimiento de derechos. A María le tocó parar sus estudios y salir a recuperarse por fuera del municipio.
Familiares de María.
En cuanto al proceso judicial, poco se sabe. Los familiares de la víctima no han formulado la denuncia porque están más preocupados por su recuperación. Las versiones del caso no solo involucran a las familias de María y del muchacho que disparó. Se dice que el arma fue sacada de la casa de otro menor.
Lejos de su colegio y de sus amigos, María se refugia en el futuro. Se muestra positiva pero sus deseos, después de recuperarse física y emocionalmente, no pasan por regresar a su pueblo, a Nariño. “Seguramente se quedará en Medellín ”, dice la familia.
Tanto ella como sus parientes esperan que una vez se recupere se judicialice a los responsables, más allá de que apenas estén entrando a la adolescencia. Esperan salir de todo el tema médico para interponer la denuncia.
Pese a tener su ojo derecho cerrado, María no ha descuidado su apariencia física. Luce impecable, peinada y maquillada, como si fuera a salir para cualquier reunión, mientras se estrena unos zapatos blancos. Entre el amor de su familia, busca no decaer porque su objetivo es seguir hacia adelante. Aunque ahora el temor entra por los oídos, ante el más mínimo ruido, espera nacer por segunda vez.
(*) Nombre cambiado para proteger a la menor de edad.
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