Colombia


Los niños perdidos de Armero, una búsqueda de 35 años

Este viernes se conmemoran 35 años de la avalancha que sepultó Armero en 1985. Más de tres décadas después, muchas familias siguen buscando a los menores que perdieron ese día.

COLPRENSA

13 de noviembre de 2020 04:19 PM

Esperanza Fierro salió con vida, y con su hija en brazos, de la avalancha provocada por la erupción del Volcán Nevado del Ruiz en la noche del miércoles 13 de noviembre de 1985, cuando Armero, un municipio del norte del Tolima conocido como “La Ciudad Blanca” por sus importantes cultivos de algodón, fue borrado del mapa.

Hace 35 años, una erupción del volcán sobre las nueve de la noche provocó el desprendimiento de las capas de hielo del glaciar del nevado. Estas fueron bajando hasta arrastrar rocas y árboles y hasta mezclarse con las aguas de los ríos Lagunilla, Chinchiná, Azufrado y Gualí. A las 11:30 de la noche, esa avalancha de lodo, agua, rocas y árboles llegó a Armero, arrasó con todo a su paso y sepultó la población y la vida del municipio como hasta ese momento se conocía.

La tragedia acabó con la vida de 24.442 personas, según los datos registrados en la base de datos Desinventar. De los fallecidos, 22.942 fueron personas residentes de Armero y 1.500 de Chinchiná, Caldas.

El 13 de noviembre de 1985 dejó un saldo de 229.154 personas afectadas en 13 municipios del Tolima y cuatro de Caldas. Hubo al menos 5.392 viviendas destruidas y pérdidas estimadas en 246 millones de dólares.

Pero en medio ese trágico panorama, Esperanza y su hija salieron con vida. Debido a sus heridas, tuvo que dejar a su hija en un albergue en Cambao mientras era trasladada a un hospital de Girardot. Nunca volvió a verla, pero sabe que Diana Marcela Acosta Fierro, quien tenía cuatro años en aquella tragedia, está viva en algún lugar del país, o del mundo.

Como ella, Margarita Gómez también sabe que su hijo, Jorge Armando Lugo Gómez, salió vivo y de la mano de su hermana de aquel lugar en el que solo había barro y dolor. Jorge Armando fue separado de su hermana y desde entonces, su familia desconoce su paradero.

Otros padres como Ricardo Morad, quien vio en un noticiero cómo su hija, Layla Morad, era entregada a un socorrista; o Claudia Ramírez, quien también vio a su hijo, Andrés Cubides, en los medios que registraron la tragedia; saben que sus hijos salieron sanos y salvos de Armero, pero nunca más conocieron de su paradero o de su destino.

Los niños perdidos de Armero son la herida más grande que dejó la tragedia. Según los reportes de la época, Armero tenía al menos 8.000 menores, pero varias de las madres y familiares que sobrevivieron al 13 de noviembre de 1985, 35 años después desconocen si sus hijos están vivos, muertos o si fueron adoptados en cualquier lugar del país o del mundo.

Al trabajo de buscar reencuentros entre niños, que hoy incluso superan los 30 o 40 años, y sus padres, hermanos o tíos, se ha dedicado la Fundación Armando Armero, creada por el también armerita Francisco González.

González se dedicó a estudiar el que fue el lugar de su adolescencia: la política, la religión, la vida del lugar en el que creció, y en esa búsqueda de historias, de fotografías, de armeritas que permitieran conocer lo que era su pueblo antes de la tragedia, madres de Armero comenzaron a acercarse a él con las fotos de sus hijos pidiéndole que les ayudara en la búsqueda de sus menores, perdidos hace años en medio de la emergencia.

En un principio no lo creyó posible. Él mismo había perdido a su padre y a su hermano y para ese momento ya sentía que había pasado el duelo de la pérdida, por lo que no entendía cómo años después muchos seguían buscando a sus hijos perdidos.

“Me dio por corroborar lo que estas madres me decían, y me di cuenta que era verdad, que el ICBF no les había dado ninguna respuesta en muchos años. Luego comenzamos a buscar en archivos de la época, en imágenes. Las madres comenzaron a identificar en la televisión a sus hijos mientras que los rescataban vivos y entonces vi que era un problema grandísimo”, le dijo González a COLPRENSA.

Hoy, su Fundación tiene un compendio de 501 historias registradas de familiares que están buscando a sus hijos. De estos relatos, 137 son casos emblemáticos de la Fundación, es decir, que hay 137 historias en las que se ha comprobado que los niños salieron vivos de Armero. Algunos por los videos del periodismo de la época, otros por testimonios de vecinos, amigos o personas que vieron a los menores en albergues, pero de los que sus familiares no volvieron a tener información alguna.

La Fundación también tiene registrados 67 casos de adoptados, cuyos padres adoptivos les contaron que provienen de Armero, o que creen serlo por las fechas de sus procesos de adopción, y que ahora intentan encontrar a sus padres.

Pero, ¿qué fue lo que pasó con los menores? ¿cómo resultaron perdidos al menos 501 niños en Armero, sin saber si viven o si fueron adoptados, robados o sin tener detalles de su paradero?

La tragedia desbordó absolutamente todos los servicios y las capacidades de la época y no hubo, ni hay todavía en Colombia, un protocolo de rescate y tenencia de menores en desastres de origen natural.

Según González, mientras el mundo fijó sus ojos en Omaira, la niña de 13 años que se convirtió en el símbolo de la tragedia tras fallecer atrapada en los que fueron un día los muros de su casa, otros menores desaparecieron de la zona. Presumiblemente de buena fe, la gente llegó a rescatar a los niños, los sacó del lugar, los acogió y nunca los devolvió.

Cientos de menores fueron llevados además a carpas, albergues, sedes del Bienestar Familiar o a hospitales de todas partes del país, y cuando sus padres o familiares se recuperaron y fueron a buscarlos ya no estaban en dichos lugares. Habían sido entregados en adopción o llevados a otros lugares en su ausencia.

“Los menores llegaban a terminales de transporte en volquetas, en buses. Entonces la gente se compadecía y los acogía. Muchos que acogieron no los devolvieron y no les contaron que esos niños eran de Armero, relata González.

La investigación de la Fundación trabaja también en intentar determinar si todos los procesos de adopción de los menores de la tragedia fueron procesos legales o si hubo algunas adopciones de forma irregular. Varios menores fueron adoptados y llevados a Estados Unidos, Holanda, Suecia, España y Francia, pero muchos también permanecieron en Colombia.

Pero más que seguir poniendo el dedo en la llaga sobre errores que se cometieron en medio de una catástrofe que desbordó la respuesta y las emociones de todo un país, el objetivo es permitirles buscar la verdad a familias que llevan 35 años sin saber del destino de sus hijos, primos, sobrinos o familiares.

Por eso, y gracias a las donaciones y al trabajo del Instituto de Genética Yunis Turbay, crearon un banco de genética en el que, por medio de muestras de sangre, se coteja el parentesco de los adoptados que llegan buscando su origen y las madres, padres o familiares que buscan a sus pequeños perdidos. La prueba de sangre se ha convertido en la esperanza de cientos de personas que esperan que alguien llegue y sea compatible con su ADN.

Cuando una madre llega en busca del apoyo de la Fundación, primero cuenta su historia y, de alguna manera, vive un proceso de catarsis al sentir que no está sola luego de 35 años de búsqueda. Su historia se registra en un video, se montan las fotografías y los datos en redes sociales y posteriormente se toman las muestra de sangre, las huellas digitales, las firmas y se autoriza la búsqueda del menor.

La página armandoarmero.org/ contiene hoy las 501 historias de las familias que buscan a sus hijos. Cada historia va acompañada del nombre, la edad del menor en 1985, algunos de sus rasgos físicos o de las vivencias que le permiten al niño identificarse con la familia, y el nombre de quién hoy lo sigue buscando acompañado del video de su familiar.

La Fundación ha logrado, a día de hoy, cuatro reencuentros. El primero fue el caso de Luis Guillermo, adoptado por una familia holandesa y reportado como una víctima de Armero. Sin embargo, se identificó que se había perdido en Bogotá y que nunca tuvo que ver con la tragedia, aunque sus documentos de adopción así lo dijeran.

El segundo fue el de las hermanas Sánchez, que en un intento por buscar a su madre, terminaron descubriendo que tenían una hermana que no conocían luego de haber estado separadas por 30 años.

Un tercer reencuentro fue el de Edwin, uno de los menores de Armero que fue adoptado por una familia en Estados Unidos y que encontró a Ernesto, su padre. Y por último, dos hermanas, una adoptada en Manizales y otra en España, que lograron reencontrarse y probar su vínculo de sangre con pruebas de ADN.

Estos casos de éxito han llevado a plantear que se haga una investigación más integral y sistemática, con apoyo del Estado, para que sean más familias las que puedan acceder a esta posibilidad de reencuentro.

Lecciones aprendidas y por aprender, 35 años después

Aunque una emergencia como la de Armero es imposible de evitar, lo más seguro es que hoy en día Colombia estaría mucho mejor preparada para responder a ella y mitigar sus efectos.

Tras la emergencia en Armero, el país aprendió la importancia de fortalecer sus capacidades para la prevención y atención de tragedias de esta magnitud. Por ejemplo, en 1985 el país no tenía una estructura institucional para atender desastres, pero tres años después creó el Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres.

Colombia ya cuenta hoy con una política nacional de gestión de riesgo de desastres y con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, encargada de la coordinación pública, privada y comunitaria de las acciones de prevención y atención de emergencias como la ocurrida en Armero en el 85.

Además, el país tiene tres observatorios vulcanológicos ubicados en Manizales, Popayán y Pasto que monitorean los 21 volcanes activos del país y evalúan en tiempo real las alertas de cada uno de ellos.

La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres se ha encargado de coordinar protocolos de actuación frente a posibles erupciones de los nevados del país y lidera una Estrategia Nacional de Comunicación del Riesgo Volcánico para comprender y actuar frente al riesgo que viven las comunidades expuestas a los fenómenos de este tipo.

Sin embargo, para Francisco González, en el caso de Armero fueron muchas las deudas que quedaron y esta es una lección que podría servir para otras tragedias ocurridas en el país.

Hizo falta una ley de víctimas para los afectados, que creara a su vez un protocolo de rescate y tenencia de menores ante un desastre natural, para garantizar que los niños solo fueran entregados bajo cotejos de parentesco.

Quedó pendiente además, reagrupar a los armeritas en una región en la que pudieran construirse de nuevo como una sociedad.

“Unos viven en Armero, Guayabal; otros viven en Lérida; otros viven en Ibagué; otros en San Mateo, Soacha. Es como una diáspora, todos los armeritas nos dispersamos por todo el mundo y eso también hizo perder esa capacidad de unión, de lucha. Todos salimos a ver cómo sobreviviamos”, expresó también.

Este año, como medida de prevención por la pandemia del covid-19, la conmemoración de los 35 años de la noche del 13 de noviembre de 1985 será una exposición virtual, denominada “Que no nos vuelva a pasar”. Un cubo de vidrio puesto sobre Armero al que las personas podrán ingresar y hacer un recorrido para conocer la historia de Armero y cómo se pudo evitar la tragedia.

La exposición también tendrá una sala con 501 televisores que representan la historia de cada familia que llegó a la Fundación en busca de sus menores, y un callejón del duelo en homenaje a las más de 25.000 víctimas del peor desastre natural en la historia del país.

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