El esperado grito “ahí están, ahí están”, y algunos otros en inglés de Shannon y de Shauna, turistas de Estados Unidos y de Canadá con las que compartí lancha, le pusieron punto final a la embarrada de haber navegado durante 7 horas por Bahía Solano, en dos días, varias veces bajo la lluvia, sin ver ni media joroba.
Estaban lejos, se dejaron ver por los chorros de agua que lanzan al aire y, ante los gritos, el lanchero literalmente voló tras las ballenas ¿Vi 8 o vi varias veces la misma? No lo sé, pero fue emocionante. Salen a respirar, muestran su joroba, botan agua, “saludan” con la aleta, alguna hizo un salto con todo el cuerpo afuera del mar.
¿Y el brindis? Cuando comencé a planear el viaje, el punto de partida era “avistamiento de ballenas, buena comida y buen vino”, y en una mezcla de desconocimiento más dos gotas de ingenuidad, imaginé el paraíso: lancha, botellas puestas en su temperatura ideal, el mar negroazulado del Pacífico y una manada de ballenas haciendo gracias para Shannon, Shauna, 16 compañeros de viaje y yo.
Pero, bastaron 5 minutos entre las olas, para entender que en lancha, y menos persiguiendo ballenas, se puede descorchar.
De entrada, está el calor, que en un par de minutos convierte los aromas y el gusto en poco más que fuertes notas a alcohol, por efectos de la evaporación. No hay piña, ni mora, ni café, ni vainilla: se pierde el vino.
Cuenten además, con la mezcla de vidrio, cristal más velocidad: ípeligro! Va con todo tipo de comidas, se acomoda, según su forma de elaboración, a todos los momentos, sin embargo, a bordo de una lancha, donde además hay aroma penetrante a gasolina, el vino se raja.
Para el caso, es mejor descorchar después, como celebración del avistamiento, con la ropa seca, con el suelo quieto y los 6 grados de temperatura de servicio, que van de lujo en una zona acalorada.
Buena comida también hubo, resultado del maridaje elaborado entre Marpico y los platos estilo MontMar: mero apanado con el italiano Orvieto, filete de atún con Merlot y atún a la plancha con un rosé de Syrah.
Un rato que alegra la vida, entre cetáceos de 40 toneladas y remate con toques chilenos, italianos españoles y australianos: así cerré mi bitácora.
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