Poco antes de partir, le miró los ojos a la muerte y escribió una dulce y tierna premonición a sus amigos, para recordar que el gozo festivo de vivir no acaba con la muerte.
Braulio Peña Gómez, era en el sentido integral y caballero de la palabra, una fiesta ambulante de la palabra, un poeta romántico que se negó a publicar sus poemas, una criatura irreverente, apasionada y crítica, lector voraz de la literatura del mundo y la génesis creadora de los aprendices y los veteranos. Tenía un alto sentido de la amistad y su humor era capaz de desnudar misterios y mitos, destronar deidades y descubrir milagros invisibles, encontrar hilos ocultos en una trama aparentemente perfecta y desacralizar la solemnidad con una sentencia inesperada y feliz. Todo con la naturalidad y la humana y espléndida sencillez con que en Chinú, se conversa a la sombra de los mangos del patio y se construye con rigor y pasión, una quimera cultural para que el verano no le gane la batalla a la lluvia de los sueños. Él fue un capitán de esas quimeras sinuanas puestas a madurar en el tiempo, como los festivales y los encuentros poéticos, que cada año revelan la sorpresa de un poeta o un declamador memorioso de la poesía del universo, en los labios de una niña o un niño, o en la perplejidad de un peregrino de las estaciones que esperó jubilarse para dedicarse a lo que más quería: cantar.
Braulio atizó el fuego de los soñadores de todas las edades y no se jubiló jamás en su arte y devoción de pedagogo vitalicio del español y el inglés. Varias generaciones de alumnos del Sinú, entre Chinú, Sahagún y Montería, lo recuerdan como el Maestro Braulio Peña, el eterno, querido y entrañable profesor, con su corazón dispuesto a conversar y a compartir. Escribió en secreto poemas amorosos y solo hace un mes, escribió el poema premonitorio de su regreso a la infancia que es como el poema nostálgico de quien se suba al tren del reino de lo inexorable. Pero lo hizo siempre con la sonrisa en los labios, como la sentencia de despedida a sus amigos:
"No he muerto. Sólo me fui antes que ustedes en un tren que parte sin regreso. Les dejo el silencio de la reflexión, las manos dispuestas a construir un mejor camino, los pies en dirección al norte para recorrerlo, la mesura para corregir los errores y los sentimientos en sí bemol para estrechar lazos. No he muerto. Sólo abordé el tren primero que ustedes y les pido perdón porque no tuve tiempo de avisarles".
Para los que no conocieron la magnitud de la poesía de Braulio Peña, les comparto este poema que Rúber Burgos Alvis, su gran amigo, nos envió a todos, y es el último y bellísimo poema de regreso de Braulio a la morada de la eternidad.
EL INCESANTE RETORNO
Somos el incesante retorno
somos añoranza, nostalgia, evocación
somos recuerdos licuados en el alma
que se desbordan en copioso llanto.
Vamos tras el niño que ya fuimos
nos resistimos aceptar que ya no es.
Esa niñez que llenó con su presencia
el amplio espacio de la casa paternal
que dejó sus huellas impresas en el patio
tal vez reposa en algún lugar del corazón
atizando de cuando en cuando los recuerdos.
Esa niñez mutó en alborotada juventud
que tuvo también su cenit glorioso
encegueciendo con sus luces la inocencia
de aquella irrecuperable edad de nuestras vidas.
En esta etapa de ocaso irreversible
regresa con insistencia la niñez
buscando en las arrugas de la piel
algo que una vez fue tersura, suavidad.
Gotea lluvia de saudade en el alma
pero es, a pesar de todo, confortante.
Somos el incesante retorno...
Braulio Peña Gómez
Este es el tamaño del corazón de este inmenso ser que acaba de partir. A la Niña Mayo, al Mello, a Margarita, a Rúber, a Jairo, a Adela, a toda la legión de amigos y familiares que fueron sus ángeles consentidores y nada clandestinos, solo les pido que en su nombre y en su felicidad contagiosa, sigamos inventando el ritual bajo la sombra del patio, en tertulias braulianas en donde nunca falte el sabor de los ancestros, la música de la tierra y la poesía bebida sílaba a sílaba, gota a gota. ¡Gracias! ¡Hasta siempre, amigo!
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