Cultural


Diego Garcés despierta las estatuas de Cartagena

El fotógrafo, con su cámara y su ingenio, despierta las estatuas de Cartagena, dándoles otra mirada.

GUSTAVO TATIS GUERRA

14 de julio de 2020 07:00 PM

La Nole Me Tangere (No me toquéis), es una estatua que las mujeres de Cartagena, descendientes de algunos mártires de la Independencia erigieron en El Camellón de los Mártires para celebrar los cien años de la gesta independista de 1811. Se hizo con mármol de carrara. Por supuesto, muchas mujeres cartageneras murieron al enfrentarse al sitiador Pablo Morillo. Esas mujeres han sido borradas de la historia y del paisaje histórico visual de la ciudad. Todo esto para decir que lo que antecede a una estatua, es un enorme grito de libertad o resistencia, y un deseo colectivo de perpetuar una memoria. Pero Cartagena está llena de estatuas de memorias olvidadas o estatuas invisibles que esperan pasar del grito ignorado a la piedra o al mármol. A veces uno mira las estatuas y no recuerda que están allí en un lugar del tiempo y que son parte de la otra memoria visual o histórica, pero uno se acuerda que existen solo cuando se posan en ellas los pájaros. Sea esta la ventana para asomarnos a la silenciosa y hermosa tarea del artista Diego Garcés, quien, con su cámara y su ingenio, despierta las estatuas de Cartagena. Al principio había realizado una serie de maríamulatas en las mujeres de la estatua Nole Me Tangere. Las mujeres estaban vivas en el mármol lavado por la lluvia o cagado por los pájaros. En Cartagena aún se cree que una gracia de los pájaros que le caiga a uno en la cabeza es un signo afortunado de que algo bueno ocurrirá. Pero demasiada gracia asusta. Bien. Diego Garcés atrapó ese momento en que una maríamulata estaba en el brazo y en las manos de la mujer. La foto era la mujer visitada por los pájaros. Luego a esa serie, logró que la luz visitara esas estatuas. Las bañara con el oro de las cinco de la tarde. El oro sobre los rostros, las manos y las caras de las mujeres. Era un oro encendido, una llamarada que hacía vivaces a estas mujeres de la historia. Diego ha seguido explorando otras formas para despertarlas con pájaros, con resplandores de luz, e incluso vistiéndolas o encarnándolas con performances que replican a la estatua. La última serie que ha logrado en la soledad de esta cuarentena, son la decantación de un propósito artístico que lleva muchos años de vigilias y esperas en el Camellón de los Mártires. Hay que ser apasionado y obsesionado por la belleza para esperar que ocurran los milagros de las cinco de la tarde o los milagros instantáneos del rayo verde que antecede al ocaso. Otros artistas de la ciudad han interpelado a las estatuas de otras formas, recordando que no somos una matriz europea sino africana e indígena. Todo está bien y nos permite la riqueza de lecturas, como la de seguir creyendo que ciertas imágenes concebidas a perpetuidad no son como las heredamos. Ni Jesús tenía los ojos azules y la piel demasiado blanca como lo han dibujado, ningún judío expuesto a los soles del desierto puede ser tan blanco. En la iconografía religiosa hay también enfoques culturales ortodoxos. Qué bueno que entre los mitos chocoanos se crea que Adán y Eva eran negros y se volvieron blancos de puro susto el día que Dios los sorprendió felices fajados en lo que estaban (y no era debajo del árbol de la ciencia) y los expulsaron del paraíso.

Volviendo a Diego Garcés, creemos que ha logrado darles una nueva dimensión a las estatuas y especialmente la Nole Me Tangere, que de tanto estar allí no son percibidas, y están como ausentes de la mirada colectiva, desvinculadas de la sensibilización pedagógica de la historia en las escuelas de Cartagena. Detrás de ese mármol de carrara y de esas mujeres convertidas en piedra, hay una historia de lágrimas y de sufrimiento para que la ciudad fuera libre del dominio de España por más de trescientos años. Y detrás del lente de Diego, hay una sensibilidad que nos reconcilia con la belleza y los secretos de la historia.

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