Nos volvimos viejos y no nos dimos cuenta, solía decir García Márquez. Una mañana todos amanecimos viejos, me cuenta Gloria Triana, que dijo una vez en su casa. Bueno, esta vez quiero referirme a ciertas estrellas del arte, el cine o la música que cumplirán sesenta años en este 2020.
Sesentones que conjuran o conjuraban el paso del tiempo con una sonrisa en los labios, con la sabiduría entretejida de oriente y occidente y con el sentido común de que no hay milagro en este mundo que no alcance la sola alegría de estar vivo. Los más jóvenes sesentones colombianos son curiosamente del Caribe, de Santa Marta: el músico Carlos Vives, que cumplirá 59 años el 7 de agosto, y Carlos “el Pibe” Valderrama, que cumplirá 59 años el 2 de septiembre. El cantante Paul David Hewson “Bono”, de U2, celebrará sus sesenta el 10 de mayo. La estrella española del cine Antonio Banderas cumplirá sus sesenta el 10 de agosto. El astro argentino del fútbol Diego Armando Maradona cumplirá sus sesenta el 30 de octubre. La actriz Tilda Swinton, que estuvo en Cartagena, cumplirá sus sesenta el 5 de noviembre. David Duchouny, el 7 de agosto. El cómico Jason Alexander celebrará sus sesenta el 23 de septiembre. La estrella Julianne Moore el 3 de diciembre.
En fin, todo este cortejo de sesentones para reflexionar un poco sobre la vida, el arte y el paso del tiempo. Sobre cómo algunas de las celebridades son atrapadas por el laberinto devastador de la fama con sus consecuencias no siempre afortunadas, muchas veces terribles y nefastas. Se me ocurre pensar en la vida secreta del escritor Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura norteamericano 1954, que encarnó el mito del super macho, cazador, torero, aviador, bebedor, viajero, mujeriego y exitoso novelista y cuentista. Sus novelas ‘El viejo y el mar’, ‘Adiós a las armas’, ‘Por quién doblan las campanas’, para citar tres de ellas, siguen leyéndose con la misma devoción de sus cuentos magistrales. Quiero contar un poco su historia en contrapunto con las famas de otros sesentones y sacar algunas conclusiones.
El escritor norteamericano Ernest Hemingway no alcanzó a cumplir 61 años cuando se suicidó en la madrugada del 2 de julio de 1961, en Ketchum, disparándose en el paladar con su escopeta Boss calibre doce, a la que le había reservado dos balas. Se estalló su cerebro. Era su escopeta favorita. Le faltaban 19 días para cumplir 61 años. Siete meses antes del suicidio, Hemingway fue internado a finales de noviembre de 1960, en la Clínica Mayo en Minnesota, y tratado en diciembre con terapia electroconvulsiva hasta quince veces. Hemingway sufría de depresiones constantes. El final del escritor fue parecido al de su padre, que también se suicidó y sufría de una enfermedad genética: hemocromatosis consistente en que el cuerpo no metaboliza el hierro y termina degenerando el cerebro. También sus hijos terminaron mal. Y dos de sus nietas: Mariel y Margaux Hemingway, se suicidaron. Cuatro generaciones de Hemingway se suicidaron. Al visitar su casa de campo en Finca Vigía en La Habana, tuve la oportunidad de conocer el ámbito íntimo de la casa de Hemingway, su estudio con las pieles de sus tigres o leones cazados en África como alfombra o las cabezas momificadas de sus antílopes en las paredes. Hoy Hemingway es repudiado por los animalistas, los conservacionistas y los ambientalistas. Entré al baño de la casa de Hemingway y descubrí en las paredes una señal del escritor: día a día se pesaba y anotaba a lápiz cuánto había aumentado. Estaba atormentado por el aumento de su peso, por su apariencia personal. Y tenía en su cama infinidad de sobres de cartas aún sin abrir. Aquel narcisismo atormentado aunado con la enfermedad genética y las depresiones del escritor, complicadas con su alcoholismo, le aceleraron la muerte. Entrevisté a un jardinero sesentón cubano que era muy joven cuando conoció a Hemingway, y me contó que muchas veces el escritor jugaba a matarse con la escopeta sostenida entre sus piernas apuntando hacia su cara. Era un ser de apariencia feliz, pero era un hombre con una gran depresión por dentro. La gente nuestra tiene un refrán popular: el funeral va por dentro. La fama no es siempre felicidad sino la tiranía de un poder que puede salirse de las manos y alejar la esencia del ser: la familia, los seres amados, los amigos, las querencias ancestrales. Pienso ahora en la soledad generada por la acumulación de riquezas en un mundo que reclama hoy otra pandemia: la de la solidaridad. Si existe la globalidad del virus, ¿por qué no la globalización de la solidaridad?
No alcanzo a imaginar cómo vería Hemingway el despertar de un planeta amenazado en esta cuarentena global. Los animales salvajes que él persiguió y depredó ahora respirando el aire que se les había negado.
La felicidad no es el dinero, pero compite con ella, creo que dijo Mafalda en una de los célebres episodios de Kino.
“¿Para qué quieres ser rico y para qué quieres ser famoso?”, un día le oí decir al gran poeta y artista Héctor Rojas Herazo: “En Colombia hay dos clases de personas: las que quieren ser importantes y las que quieren ser útiles”, lo mismo podría decirse del mundo entero.
Entre los sesentones que nombré hay seres maravillosos y afortunados, sin duda, pero habrá unos cuyas vidas secretas son un desastre y estarán pasando por momentos cruciales en su interioridad. Siempre se habla de enfermedades del cuerpo, pero poco se habla de las enfermedades que también sufre el cerebro y la mente, las emociones y lo que de forma ligera llamamos “alma” o “espíritu”.
Ojalá al celebrar los sesenta años no tengamos miedo de nada, y menos miedo de desaparecer. Morir es, de alguna manera, descansar de uno mismo y de los demás. Pero eso no afecta en nada al vuelo de los pájaros y al parpadeo de las estrellas. Desde que nacemos empieza la cuenta regresiva hacia la muerte. Rojas Herazo me dijo una vez que desconfiaba del que le temía a la muerte, porque en el fondo, tenía un gran temor de la misma vida, y ese temor no lo dejaría ser feliz a plenitud. ¡Qué bueno llegar a cumplir dos veces treinta años, y seguir con una felicidad activa y creativa, como si se tuvieran diecinueve años!
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