Los poetas no mueren. Simplemente se mudan. Nos llamaron ayer temprano para decirnos que nuestro amigo, el gran periodista y poeta Álvaro Burgos Palacios, había fallecido en la madrugada del jueves 12 de mayo.
La imagen que tenemos de él es la de un ser sediento de metáforas, un caballero integral, iluminado por el don de la palabra y la gracia de su corazón. Uno se muere con los grandes amigos que se adelantan en el viaje. Y prefigura su propio final, esa última intimidad solitaria, profunda y definitiva que es la muerte.
Hace algo menos de dos años nos encontramos en Cartagena y nos contó de su larga batalla con la muerte luego del transplante de sus dos riñones. Llegó al periódico pero no podía bajarse del taxi y su mujer tuvo que cargarlo prácticamente. Le dije que fuéramos donde un amigo acupunturista y médico alternativo, y me hizo caso. En el consultorio ocurrió algo fantástico. Álvaro tenía grandes dificultades para caminar. El acupunturista hizo lo suyo y activó los secretos y dormidos centros energéticos que en cuestión de algo más de una hora, revitalizaron a Álvaro y lo hicieron levantarse de la camilla y hacer pequeños y decididos saltos en uno de sus pies. Su mujer estaba deslumbrada. Me dijo: Vayamos a caminar la ciudad vieja. Fue algo inusual. Y así lo hizo animado por una fuerza que no estaba en sus pies y en su único riñón sino en su propio espíritu. A la luz de la luna cartagenera me dije que Álvaro tendría cuerda y ánimo para seguir escribiendo bellos poemas e inolvidables columnas de opinión y crónicas estupendas como la que hizo sobre una reina de belleza que le mereció en los años sesenta el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Esa bella crónica está antologada en el libro de Daniel Samper. Se enorgullecía de su cercanía y amistad con el recien fallecido escritor argentino Ernesto Sabato, con quien se carteaba y en alguna ocasión escribió unas palabras sobre uno de sus libros. La última columna que escribió Álvaro fue precisamente sobre Sabato, de quien había dicho de manera premonitoria de que moriría con la partida de su maestro. Así fue. Álvaro era una criatura generosa, entusiasta, uno de esos seres inolvidables que hacen de la amistad una forma del arte.
Burgos Palacios había nacido en Popayán pero su vida había transcurrido entre Bogotá y Cali. Fue periodista de El País durante muchos años, editor de la revista Gaceta dominical, sostuvo la columna La campana durante treinta años. Fue colaborador de El Tiempo y la revista Cromos. Su gran espíritu y sentido estético, tendió puentes humanos y abrió caminos a las artes y la literatura en Cali. Nos queda su poemario Algarabía, sus crónicas y artículos de opinión, su inmensa alegría de vivir, su sed insaciable de metáforas.
Cultural
Exequias del poeta Álvaro Burgos Palacios
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()