Cultural


Federico Bianchini, en una cárcel de hielo

LAURA ANAYA GARRIDO

20 de febrero de 2017 12:00 AM

¿Se imagina pasar 25 días encerrado en un mundo de hielo? Con frío, sin saber cuándo va a salir... una verdadera aventura digna de un libro. Pues bien, ese libro ya está escrito y firmado por el argentino Federico Bianchini, de 34 años. En su labor como periodista, un día de febrero de 2014 se embarcó en un avión para ir a la Antártida y el viaje que estaba programado para pocos días terminó extendiéndose a 25, todo por culpa de las condiciones climáticas agrestes. Federico estuvo en Cartagena presentando su obra: “Antártida, 25 días encerrado en el hielo”, y esto es lo que nos contó.

¿Por qué ser periodista y escritor?
-Cuando terminé la secundaria, decidí que iba a estudiar ingeniería industrial. Cursé la carrera durante dos años. Luego, me di cuenta de que si bien la química, la física y la matemática me gustaban, no era eso lo que quería hacer. Desde chico, escribía cuentos y participaba en talleres de escritura. Pensé: ¿Cómo puedo hacer para vivir de lo que me gusta, que es escribir? Leía mucha literatura, pero se me ocurrió que el periodismo podía llegar a ser un buen camino. Una tarde de 2007, en una pileta, me crucé con el escritor argentino Rodolfo Fogwill. No tenía idea de qué era una crónica, pero hubo una situación particular, graciosa, que escribí en mi blog y olvidé a los pocos días. Dos años después, se me ocurrió que con esa escena podría hacer un artículo más largo. Lo llamé y le dije de entrevistarlo. Nos encontramos varias veces, en un café, en su casa, y hablamos de literatura, de su vida. Mandé ese texto al Primer Concurso de crónicas inéditas Las Nuevas Plumas en México y gané. Así que creo que en mi acercamiento al periodismo narrativo hubo mucho de azar.

¿Cómo fue el proceso para “Antártida, 25 días encerrado en el hielo”?
-Desde chico había tenido ganas de conocer la Antártida, esa tierra misteriosa de desafío y paisajes indescriptibles. Un amigo de mi abuelo había viajado y al volver, me contaba él, le costaba poder expresarse, contar lo que había visto: decía, las palabras no le alcanzaban para relatar tanta belleza. Creo que eso fue el inicio de todo. En 2010, cuando trabajaba en Clarín, haciendo una nota para Viva, pasé cinco días en el Cerro Tronador, en la provincia de Río Negro, entrenando con los militares que irían a la Antártida. Muchas veces, el periodismo no es más que una excusa para hacer lo que uno quiere y no se anima a hacer. La crónica se publicó, pero la invitación a la Antártida se postergó hasta concretarse unos años más tarde. La realidad superó las expectativas. Muchas veces había tratado de imaginarme qué se sentía estando en un lugar así. Ninguna de ellas estuvo a la altura de lo que sucedió luego. Viajé a la Antártida para hacer una nota breve. Iba a estar diez días, pero por las inclemencias del clima no pude volver: todas las semanas nos postergaban el vuelo de vuelta y así fue que terminé quedándome casi un mes.

Cada página de “Antártida” está llena de detalles que transportan al lector, ¿cómo lograr escribirlos todos sin saturar?
-Intenté estructurar y narrar las historias del libro con recursos de la ficción. Me mantuve, es cierto, en el terreno de la no ficción, de la crónica, apegado a los hechos que conforman lo que llamamos “verdad”. Antes de viajar leí el libro de un biólogo británico que tenía un título muy poético (“El desierto de cristal”): empezaba con una gran descripción de la flora y la fauna antártica y seguía con lo mismo.

Cuéntanos un poco de la nuez del libro, ¿cuál fue el día más difícil en la Antártida?
-Los días más difíciles eran aquellos en los que me decían: “Prepará el bolso porque salís mañana al mediodía” y al despertarme miraba por la ventana y veía la nieve cayendo de forma violenta, escuchaba el viento que no paraba de ulular y sabía, sin dudarlo, que otra vez la vuelta se suspendería.

Si alguien regresara el tiempo y mañana fuese lunes, 2 de febrero de 2014, ¿volverías a embarcarte en el Hércules (Avión en que viajó)?
-Sin dudas. Al caminar sobre la nieve en ese ambiente monocromo tuve una sensación que sólo había sentido de chico, en un campo de oscuridad completa, en el momento en que decenas de luciérnagas (bichos de luz) comenzaron a encenderse y yo pensé: “esto es magia”. No era una cuestión esotérica sino el sentimiento (artificial pero verosímil) de que ese momento estaba atravesado por una potente fuerza estética. En la Antártida me volvió a pasar: cuando abría los brazos en cruz y me dejaba caer hacia atrás pero el viento me sostenía a cuarenta y cinco grados. O después de caminar kilómetros, cuando ya no daba más, pensaba: ¿Cuándo volveré a estar en un lugar como éste? Y de algún lado, sacaba fuerzas para poder seguir caminando.

Viniste a Cartagena para Hay Festival… ¿Qué tal tu experiencia en la ciudad? ¿Quieres volver?
-Había estado ya dos veces. En 2008 y en 2010: en ambos casos para hacer talleres de la FNPI. Uno con Rafael Argullol y otro con Villoro. Me parece una ciudad encantadora: mezcla de Caribe y rumba. Cartagena es una ciudad para volver.

¿Por qué leer tu libro?
-No sé si es algo que debería contestar yo. Lo cierto es que disfruté mucho escribiéndolo. Me parece que podría interesarle a todos aquellos que quieren conocer cómo es la vida en ese lugar tan alejado: un lugar en donde no hay armas, dinero ni llaves; un continente helado donde el tiempo parece no pasar. 

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