En su memoria estaban nítidos los primeros años del naciente periódico El Universal, en el que trabajó como reportero gráfico durante varios años en sus inicios, y en intervalos a lo largo de más de medio siglo, en distintos momentos. Con su lente captó aviones estrellados, reinas de belleza, muertes trágicas en los años borrascosos de la bonanza marimbera y en los años de los conflictos armados entre guerrillas y paramilitares, también fotografió dramas sociales, escenas cotidianas y escalofriantes amaneceres de accidentes automovilísticos y homicidios en extramuros de Cartagena y en toda la ciudad. Su trayectoria abarcó los periódicos El Diario de la Costa, con la familia de Álvaro Escallón Villa; el Diario del Caribe con Álvaro Cepeda Samudio; y con el diario El Universal, con Domingo López Escauriaza, Gonzalo Zúñiga, Fabio Morón y Héctor Hernández Ayazo. (Lea aquí: Adiós a Heber Durán, “el lente vigilante”)
Heber Durán era un hombre bonachón, con gran sentido del humor, gran amigo de sus amigos, que disfrutaba conversar en los cafés y en los bares de salsa de la ciudad, como La Esquina Sandiegana, le fascinaba bailar Un verano en Nueva York, su canción predilecta, y celebraba la vida recordando los años gloriosos de la fotografía en Cartagena, junto a amigos como Álvaro Delgado, Nereo López, Libardo Cano, Eduardo Herrán, para citar algunos de ellos. Hasta el borde de sus ochenta años seguía fotografiando con la misma pasión de sus veinte años. Su humor y sus ocurrencias las decía con la mayor seriedad, y a su amigo, el Mocho Cano, le inventó historias a su mano faltante, con una seriedad sacerdotal, imperturbable, con un mamagallismo contagioso, cuyas picardías y ocurrencias eran tan verosímiles y solo podían delatarlo el brillo travieso de sus ojos de halcón en las alturas.
Para Edwin Torres, uno de sus más cercanos amigos, Heber era un excelente reportero judicial “capaz de sentarse en la sala a conversar con los familiares del muerto y tomarse un café para conseguir una foto en vida. Tenía una labia que aún si el muerto era malo, también conseguía la foto”.
“A los muertos no le tengas miedo”, le decía a Zenia Valdelamar, una de sus discípulas. “A los que hay que tenerles miedo es a los vivos”.
Lo curioso es que Heber, que empezó muy joven en El Universal, siguió a lo largo de su vida como reportero gráfico en distintos escenarios, en la juventud y en la madurez, siempre vivió en la avenida primera del barrio Paraguay, en una casa de esquina, hasta que murió su esposa y se mudó a Crespo con una de sus hijas. Heber tenía el don de tener amigos en todas las edades, y de trabajar con jóvenes que podían ser sus hijos o nietos, jamás establecía jerarquías y menos distancias generacionales. Era sencillo, humilde, noble, dispuesto a prestar su servicio y a cumplir con su trabajo.
Julio Castaño recordó un episodio que Heber le contó en una de sus salidas. Lo enviaron a fotografiar una escena de venta de pescados en la Avenida del Lago, frente a Bazurto, ante una queja de que los pescados los estaban vendiendo en el suelo. Ante la llegada de Heber, los vendedores de pescados estaban escamosos y pusieron los pescados sobre un plástico. Era una foto muy complicada porque iba a tratar con la gente que no quería que eso se viera en los medios. Heber pensó varias veces cómo hacerlo y cómo convencerlos. Entonces se acercó a ellos y les dijo: Soy de El Universal. Y ellos le preguntaron ¿cuál es la foto que quiere hacer? Heber les dijo es que nos llamaron para decirnos que ustedes venden los pescados en el suelo, pero me doy cuenta que está sobre un plástico. Así que la voy a tomar para decir eso. Y le permitieron hacerla al punto que ellos mismos posaron. La verdad es que todo estaba sucio y antihigiénico, decía Heber a Julio. El lente de Heber captó el desastre del mercado en esa zona y su imagen fue la foto del día en primera página. Cuando él mismo vio la foto, decidió no pasar por un tiempo por el mercado de Bazurto. Los protagonistas de aquella foto no querían entender que no debía convertirse el mercado en un basurero. El mismo día en que salió la foto, les cayó la Secretaría de Salud del Distrito.
Aníbal Therán Tom dice que Heber era su gran amigo, a pesar de la diferencia de edad. Recordó su sonrisa y su carisma, y evocó una anécdota que su amigo le había contado en una de sus andanzas. En la década del setenta del siglo XX, don Picho Escallón Villa le pidió que fuera a fotografiar a una célebre modelo brasileña que estaba de paso por Cartagena. Heber se llevó una sorpresa y quedó enmudecido “cuando la hermosa y esbelta muchacha que resultó ser del interior del país, se quitó el brasier y posó con los senos al aire caminando por las playas de El Laguito, lo que llamó la atención de cientos de bañistas desprevenidos. Heber me contó que la mujer, que parecía una sirena, con sus senos de piedra y cintura de guitarra, había salido en la primera página del Diario de la Costa, con el titular: “Cartagena tiene su chica de Ipanema”. A los dos días me contó entre risas, que entró a la catedral a una ceremonia religiosa y el obispo lo llamó bajo el engaño de que lo iba a bendecir, y cuando Heber se acercó donde el obispo esperando su bendición, sintió el cocotazo que le dio el obispo con su gran anillo, por el sacrilegio de haber publicado la foto de la modelo desnuda”.
Rafael Polo recordó que una vez Heber fue a fotografiar un cargamento de marihuana que había sido incautado en una finca y un general estaba preocupado porque el más viejo de los fotógrafos que iba en el grupo de reporteros gráficos de toda la región era Heber Durán, y creía que sería el más rezagado de esa misión periodística. De repente, Heber desapareció del grupo y nadie nada razones de él. El general se alarmó y confirmó sus alarmas: No podemos esperar que el fotógrafo llegue a paso de tortuga. Vamos rápido. La sorpresa del general es que cuando atravesaron ciénagas y calles fangosas, y por fin, llegaron a la finca, descubrieron que el primero que había llegado al lugar de los acontecimientos era Heber Durán. El general quedó sin palabras.
“Papá jamás hablaba de la muerte, porque era un hombre que derrochaba vida”, dice Aurora Luz, su hija, con quien vivía. “A su edad, mantenía su lucidez y su gran sentido del humor. Se complicó con sus problemas renales crónicos e infartó”.
A Heber le sobreviven sus cinco hijos: Edgardo, Ester María, Heber de Jesús, Pedro Antonio y Aurora Luz Durán González. Los cinco hijos de Heber Durán y su esposa Gladys González de Durán.
Las muchachitas de la noche que veían a Heber Durán le decían cariñosamente El Viejo Zorro. Y él, muy galante, fino encantador de serpientes, las trataba como un caballero que entra desprevenidamente a un burdel, y en lo alto de su felicidad, suelta unos pases de salsa en la pista, con la destreza y la sabiduría de un bailador veterano. Siempre pedía que le pusieran Un verano en Nueva York, y salía a bailarlo. Entonces las muchachitas para retarlo, le pedían que bailara además de salsa, la champeta de El Viejo Zorro. Las complacía con su gran sentido del humor, su grandeza humana, su nobleza y su veteranía. Mientras las muchachitas aplaudían al más viejo y feliz bailador de la noche, Heber miraba su reloj y se acordaba que ya tenía que irse porque haría lo que siempre hizo: ser el puntual y responsable reportero de la vida y la muerte.
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