Cultural


Velada musical con juglares en Cartagena

REDACCIÓN CULTURAL

01 de octubre de 2018 12:00 AM

Una velada musical a ritmo de acordeones y anécdotas, se desarrollará a través de un Conversatorio con Adolfo Pacheco y Gustavo Gutiérrez,  el viernes 19 de octubre, de 7 a 10 de la noche, en el Paraninfo de la Universidad de Cartagena.

El acto es organizado por el Voluntariado de las Damas Rosadas, y contará con el conjunto de Oswaldo Bermúdez.

En este  evento benéfico y cultural, los dos juglares emblemáticos del Caribe colombiano, contarán aspectos de su vida, el nacimiento de algunas de sus célebres composiciones, y su visión de la música vallenata y sabanera contemporánea.

El gran Gustavo Gutiérrez

Gustavo Enrique Gutiérrez Cabello (Valledupar, 1940), sorprendió en el ámbito artístico con su primera canción Confidencias.  Es autor de más de un centenar de composiciones, dotadas de gran sentimiento, poesía, sentido de pertenencia, exaltación del amor y celebración de las tradiciones populares.

Es autor además de Te regalo mis canciones (1983), El adiós a Pedro Castro (1967),
Obtuvo la Orden al Mérito entregada por la Cámara de Representantes de la República, premio al Mejor Compositor otorgado por la CBS, y el más reciente es la Orden al Mérito “Halena de Oro’ (Patillal, septiembre de 1996). En 1969 ganó el primer puesto de la Canción Inédita en el Festival de la Leyenda Vallenata, con la canción Rumores de viejas voces, y en 1982 con la canción Paisaje de sol. Sus composiciones han sido grabadas por los Hermanos Zuleta Díaz, Jorge Oñate, Diomedes Díaz, el Binomio de Oro, los Betos, Iván Villazón, Silvio Brito, Alfredo Gutiérrez, la Billos Caracas Boys, los Melódicos, entre otros.

El autor de La Hamaca Grande

Adolfo Pacheco (San Jacinto, 1940), es el más grande juglar  viviente de las sabanas de Bolívar, autor de La hamaca grande, El pobre Migue, El mochuelo, Mercedes, El tropezón, El hombre del espejo, entre otros.

Con su composición La hamaca Grande, tendió puentes sonoros y rítmicos entre el Valle de Upar y las sabanas del Bolívar Grande.

“Mi abuelo era un negro parío de blanco”, contó Adolfo Pacheco a El Universal.

“Era hijo de mi bisabuelo que vino de Ocaña, y en una recua de mulos, conoció a mi bisabuela Crucita Estrada,que terminó llamándose Crucita Pacheco. El bisabuelo era lo que en San Jacinto se llamaba “un huevo de pava. Era pecoso, ojos de grillo. El abuelo Laureano se sacó una  muchacha que conoció en la laguna bajera y tuvo tres hijos con ella. Se llamaba Isabel Blanco, blanca, pecosa, y ojos azules. El abuelo era un hombre garañón, alegre”.

A Adolfo le gustaba ir al castaño a ver tocar la gaita al abuelo.

Desde muy niño la música   fue su pasión. Era muy joven cuando tocaba el llamador con Toño Fernández, y la guacharaca con Andrés Landero. Una de sus nuevas canciones fue una experiencia que tuvo  a sus 19 años cuando estudiaba en Bogotá. Su padre Miguel Pacheco se había arruinado, y la vida en la capital era incierta. Estaba el almuerzo en blanco. Entró a un restaurante chino. Comió y al terminar, salió huyendo porque no tenía con qué pagar. Se escondió en en un baño de mujeres. Pero de  repente entró una mujer y al sorprenderlo preguntó: ¿Y este negro malparido de dónde salió?

Aquello fue el comienzo de una reflexión que lo llevó a preguntarse por su origen y sus ancestros,  y  terminó en canción. Mirándose al espejo y reparando en su piel,  se dijo: Soy negro. Y además soy malparido”. Pensó en su madre que falleció cuando él tenía ocho años. Pensó en el abuelo negro con facciones de blanco. Pensó en el bisabuelo pecoso. En todos los colores que guardaba su piel.

La búsqueda de sus orígenes desembocó en diez canciones sobre el origen africano. Al regresar de Bogotá a San Jacinto, fue maestro de escuela en el Instituto Rodríguez, dictando matemáticas, fundó cooperativas y acciones comunales en los barrios. La situación económica se le volvió crítica. Se rebuscaba cortando leña. Tuvo una profunda crisis en su fe cristiana. Se rebeló contra Dios. Fue tomado por el alcohol, el café y el cigarrillo.  Se abandonó a su suerte.

"Cuando yo compuse La Hamaca grande, algunos críticos dijeron que era una ironía, pero surgieron voces autorizadas que descubrieron que la canción no buscaba generar un simple reclamo regional, sino hacerbos visible desde San Jacinto y las sabanas, en el Valle de Upar. Hoy, la misma canción ha integrado a sabaneros y vallenatos".

 

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