Tour de Francia


De Lucho Herrera a Egan Bernal: el largo sueño de ganar el Tour de Francia

Desde que los primeros ‘escarabajos’ llegaron a Europa a comienzos de los 80, esta carrera fue la meta máxima del ciclismo colombiano. Una nueva generación culmina la hazaña que parecía inalcanzable.

COLPRENSA

27 de julio de 2019 03:06 PM

Colombia empezó a ganar el Tour de Francia en 1983. La imagen no se olvida: José Patrocinio Jiménez subiendo al temido Tourmalet acompañado del escocés Robert Millar. Al lado y lado de la carretera, la muchedumbre parecía que los tumbaría en cualquier momento. Varios aficionados gritaban “allons colombien” (vamos colombiano), querían tocarlo, querían saber de qué otro material estaba hecho un pedalista que venía del otro lado del mundo, pequeño pero de poderosas piernas. El viejo “Patro” pasó primero por el Tourmalet, pedaleaba con todas sus fuerzas, pero kilómetros más adelante, su compañero de fuga se aprovechó de su esfuerzo y lo rezagó.

Para el país fue una frustración, pero también una alegría. El ciclismo colombiano empezaba a demostrar que era posible, que algún día, un ‘escarabajo’ podría ganar el Tour de Francia. Hubo que esperar 36 años para que fuera realidad.

Antes de redondear el capítulo más importante en la historia del ciclismo colombiano, el que cierra hoy Egan Bernal, los aficionados fueron testigos de cómo nuestros corredores durante tres décadas protagonizaron glorias y penas, subidas y bajadas. Si se asomaba una montaña, aparecía un ciclista boyacense, cundinamarqués, antioqueño, santandereano...

A la par, vieron cómo evolucionaba este deporte, cada vez mas rudo, exigente y sin tregua. Y contemplaron a fabulosos competidores como Bernard Hinault, Miguel Indurain, Greg Lemond, Laurent Fignon o Chris Froome. Y con ellos se batieron los ilustres Luis Herrera, Fabio Parra y Nairo Quintana.

Fuimos testigos de más de 30 años de todo tipo de transformaciones. A Egan Bernal, por ejemplo, le correspondió estar en el equipo más poderoso del pelotón y llegar a Europa muy joven, tener de su lado la ciencia y la tecnología, hoy esenciales para ganar. A Herrera y Parra no les tocó nada parecido.

Cuando Colombia participa por primera vez en el Tour de Francia, en 1983 y a la cabeza del viejo “Patro”, fuimos como competidores aficionados, amateurs, a mirar qué pasaba. Las incógnitas eran tan grandes como las ilusiones. Nos antecedían triunfos en América Latina y una ruidosa victoria en el Tour del Avenir de 1980, que sería finalmente la catapulta hacia Europa.

Aquel equipo patrocinado por Pilas Varta era puro exotismo, motivo de burlas y hasta de críticas dentro del pelotón. No sabían atacar, su asistencia mecánica y técnica era deficiente, parecían guiados por la ingenuidad.

Muchos europeos no entendían el uso de la panela como avituallamiento, tampoco su ubicación dentro del lote, que resultaba incómoda para las grandes figuras del ciclismo entonces. Era común oír que los colombianos no sabían montar en bicicleta, que su torpeza representaba un peligro más, que podían generar graves accidentes. Pero cuando aparecieron los Pirineos, el mismísimo Tourmalet, el mundo empezó a saber que estos suramericanos eran los mejores subiendo y que había que tener casi fuerza sobrenatural para seguirles el paso.

Sin embargo, al transcurrir las etapas, también quedaron en evidencia ciertas debilidades, como que no eran buenos en las etapas de viento que pegan de costado y, mucho menos, en las pruebas a contrarreloj en terreno plano.

Una serie de deficiencias que los europeos supieron aprovechar con una consigna: “a los escarabajos hay que agotarlos y hacerles perder mucho tiempo antes que lleguen las grandes cumbres”. Sus cálculos no fallaron: Herrera, Parra o el viejo Patro llegaban a pie de puerto a veces hasta con mas de siete minutos perdidos frente a Hinault, Fignon y Lemont.

Nadie puede discutir que nos hicieron vivir momentos imborrables que paralizaron al país, que hicieron del ciclismo el deporte bandera del país. Muchas emociones y triunfos de etapa, pero muy lejos de alcanzar la tan anhelada camiseta amarilla.

Aun así, Fabio Parra, en 1988, corriendo con el equipo español Kelme, sería el primer colombiano en subirse al podio del Tour de Francia cuando quedó detrás del Español Pedro “Perico” Delgado (el campeón) y del holandés Steven Rooks. Una edición aún hoy controvertible. A los dos primeros se les comprobó que habían usado sustancias dopantes durante la competencia, pero frente a diferentes argumentos no fueron sancionados ni desplazados de sus posiciones.

Eran momentos en que se agudizaba el uso de “ayudas”, de estimulantes cada vez más difíciles de detectar. Los menudos y ligeros Herrera y Parra empezaron a sentir que ciclistas altos, y de más de 70 kilos, subían más que ellos. Ilógico, el ciclismo se tornaba antinatural.

Las victorias empezaron a escasear y los grandes patrocinadores, como Café de Colombia y Manzana Postobón, a desaparecer. Los pocos ciclistas colombianos que competían en las grandes carreras lo hacían al servicio de equipos extranjeros. Y así se destacaron Nelson “Cacaíto” Rodríguez, José “Chepe” Gonzales, Félix Cárdenas, Santiago Botero y Mauricio Soler, entre otros.

El lugar que dejaron los equipos profesionales colombianos fue ocupado por pequeñas organizaciones regionales y con el apoyo de algunas empresas como EPM, Boyacá es para Vivirla y Colombia es Pasión. De ahí surgiría una nueva sangre en el ciclismo que era liderada por Nairo Quintana, un pedalista hecho a pulso, a los golpes, que tenía que irse a su colegio en una bicicleta pesada y destartalada entre Cómbita y Arcabuco, y viceversa.

Su irrupción sorprendió a sus entrenadores por la potencia que tenía, en parte por las condiciones geográficas en las que nació y creció, a unos 2.800 metros de altura. Así contaba con una mayor cantidad de hematocritos, los responsables de oxigenar la sangre, que en otras palabras significa tener mayor fuerza y aguante. Una condición no solo de Nairo sino de la mayoría de los ciclistas colombianos.

A Nairo Quintana, como al mismo Egan Bernal, lo llevaron muy joven a Europa y superó aquellas deficiencias que tenían Herrera y Parra, como saber sortear las etapas planas y con viento, el pavé y estar atentos a los cortes imprevistos que se presentan en un lote. Quintana, a los 20 años, ganó el Tour del Avenir en 2010. El aficionado volvía a tener razones para voltear los ojos otra vez hacia este deporte.

El boyacense hizo renacer la pasión por el ciclismo. A la fuerza de sus piernas, y estar en Movistar, uno de los equipos más poderosos de Europa, le sumaba otra condición de la que carecían buena parte no solo de los ciclistas sino de los deportistas colombianos en general: mentalidad ganadora. Un poco su lema era como el nombre de la película “retroceder nunca, rendirse jamás”.

Nairo ganó un Giro de Italia (2014), una Vuelta a España (2016) y fue tres veces podio del Tour de Francia. A su alrededor se generó un efecto de imitación: muchos jóvenes querían ser como él y uno de ellos, Egan Bernal, un zipaquireño que el ciclismo de ruta le robó al mountain bike.

El hoy ganador del Tour de Francia es la última y mejor versión del ciclismo colombiano. Llegó hace dos años al equipo SKY (hoy Ineos), no solo el mejor equipo actual sino uno de los mejores de todos los tiempos, el de la mejor tecnología, el de los mejores gregarios y el más poderoso económicamente. Sin embargo, no sería suficiente sin su capacidad de escalar, de adaptarse y de liderar. Tanto que, a sus 22 años, fue el mandamás de Geraint Thomas, el hasta hoy campeón de la carrera más importante del mundo.

Lucho Herrera nos mostró cómo era el Tour, Nairo Quintana nos señaló que sí era posible ganarlo y Egan Bernal lo confirmó. De esta manera, se cierra el capítulo del anhelo más grande del ciclismo colombiano: ganar un Tour de Francia, una ilusión que comenzó con el viejo “Patro”, en 1983, subiendo al Tourmalet.

*Por José Ángel Báez, periodista y escritor. Recientemente, publicó el libro Llegar a la cima, un perfil de Nairo Quintana, editado por Planeta.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS