La educación escolar y el reto de enseñar más allá de las matemáticas

A pesar de que la importancia de los números en nuestra vida es innegable, no son el único tipo de conocimiento necesario en la formación escolar.

Más de uno se entristece en el colegio por no tener “cabeza para las matemáticas”; pocas cosas son tan eficaces para lograr que un estudiante se sienta incompetente como decirle que no alcanzará ningún logro en la vida si no aprende todo lo que viene después de las cuatro operaciones básicas. Por un lado, es verdad que ciertas cosas le servirán a cualquiera, como las reglas de tres y el álgebra elemental; por el otro, las matemáticas tienen tanto peso en nuestra cultura y en nuestro sistema educativo que muchos otros tipos de conocimiento, igual de importantes, se quedaron rezagados en los currículos de los colegios.

El problema tiene dos aristas: primero, las materias que no están relacionadas directamente con el pensamiento numérico se dejan a un lado y dos, las matemáticas se enfrascan tanto en los números que muchos estudiantes no aprenden las ramas y aplicaciones más prácticas de ese saber.

Los jóvenes que luego irán a estudiar antropología, sociología, psicología, historia y demás salen de la escuela sin tener una fundamentación en áreas más afines con sus intereses y aptitudes, que incluso son indispensables para la vida adulta en cualquier escenario, como las habilidades de comunicación escrita y verbal o la educación financiera básica. En su lugar, recibieron la misma preparación que los ingenieros en sus primeros semestres: interminables lecciones de trigonometría y cálculo. Puede leer: Desmitificar las matemáticas, una tarea pendiente.

Otra perspectiva

Quizás fue para contrarrestar un poco la situación descrita arriba, el psicólogo Howard Gardner introdujo en 1983 la ‘Teoría de las inteligencias múltiples’, la cual se oponía al modelo dominante en psicología, el del Factor G, que asocia la “inteligencia general” de una persona con su capacidad para resolver problemas a través de varios criterios, entre ellos su utilización del razonamiento lógico y cuantitativo.

Según esta teoría, quienes tienen un Factor G alto son capaces de desempeñarse con relativa facilidad en múltiples aspectos, porque procesan información más rápidamente y tienden a relacionar varios conocimientos para adaptarse a los retos que se le presentan en el día a día.

En lugar de eso, Gardner proponía que hay una inteligencia para cada cosa y que esto se evidencia, por ejemplo, en que hay quienes son sumamente talentosos tocando el acordeón a la vez que son pésimos para escribir ensayos. Él, y los educadores que le siguieron la corriente, se equivocaron porque jamás sometieron su teoría a estudios rigurosos y porque atomizar de esa manera el conocimiento va contra lo que sabemos sobre el pensamiento y las evidencias que se han acumulado a favor de la existencia del Factor G. Le puede interesar: ¿Qué significa ser “inteligente”?

Los jóvenes que luego irán a estudiar antropología, psicología, historia y demás salen de la escuela sin tener una fundamentación en áreas más afines con sus intereses y aptitudes.

Algo valioso

Sin embargo, la teoría de las inteligencias múltiples acierta en algo fundamental: es imprudente e inadecuado dar primacía a ciertos tipos de destrezas sobre todas las demás. En la vida moderna, eso va de la mano con el hecho de que el énfasis de las escuelas está en formar trabajadores para suplir las preferencias del mercado, el cual tiene una demanda constante de técnicos, científicos e investigadores en ciencias naturales.

La filósofa Martha Nussbaum criticó esta situación en su libro ‘Sin fines de Lucro’ (2010), donde afirma que “el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, aquel relacionado con la imaginación la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta”.

En otras palabras, si el mercado únicamente pide profesionales con un bagaje matemático extenso que hagan su trabajo sin chistar, eso es lo que formarán las escuelas.

El rol de las humanidades y las ciencias sociales es dar cabida a nuestras preocupaciones culturales, ponernos a pensar en torno a lo que es mejor para todos, fomentar nuestro desarrollo como individuos con una vida interior y saber cómo es que nuestro presente ha llegado a ser como es.

La teoría del Factor G introdujo la concepción de medir el rendimiento por el desempeño en áreas como las matemáticas.

Algo de historia

Entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, los científicos europeos y estadounidenses empezaron a interesarse cada vez más en el concepto de “inteligencia” y en cómo medir esa facultad. Alfred Binet y Theodore Simon crearon la escala de Binet-Simon en 1905, que estaba centrada casi exclusivamente en cuestiones de lógica y pensamiento matemático. El instrumento se convirtió en la base de los famosos exámenes de coeficiente intelectual (IQ, por sus siglas en inglés) y su impacto en la cultura y la educación fue enorme.

Irónicamente, Binet no estaba de acuerdo con esa estandarización: él sabía que su escala solo medía una cosa, que los resultados dependían de muchos factores y que ser inteligente era algo mucho más complejo que resolver problemas tipo “Si Juan tiene 10 manzanas y le da tres a Pedro...”. Sin embargo, la industria del IQ proliferó y todavía tiene acogida.

La realidad es que estudios como los de Erik Turkheimer y compañía (2003) y Sophie von Stumm y Robert Plomin (2015) han mostrado que el factor más decisivo a la hora de determinar el IQ de un ciudadano promedio es su estatus socioeconómico. Las hijos de familias con ingresos altos tienen más oportunidades educativas, más tiempo libre, mejor alimentación, acceso a servicios de salud de calidad y, por lo general, mayor estabilidad emocional y familiar, todo lo cual crea un ambiente más propicio para concentrarse en los estudios, destacarse en varias disciplinas y mantener un sistema nervioso sano.

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