“En nuestro medio, el nivel de exigencia hacia los jóvenes que solicitan empleo en las empresas es cada vez mayor. Requerimos personas con espíritu de innovación y creatividad, virtudes que se adquieren en la medida en que los programas de formación educativa estén relacionados con lo que necesitan los empresarios de sus trabajadores”, dijo alguna vez Felipe Ortiz, exvicepresidente de la Asociación Colombiana de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Acopi).
Esa afirmación sigue teniendo vigencia. Desde la escuela, la universidad y las instituciones técnicas y tecnológicas se ha buscado estrechar los vínculos con el sector productivo. Esto responde a varias necesidades: la primera es dar experiencia práctica en un oficio a los estudiantes, la segunda es aprender cómo se comporta la demanda del mercado laboral y la última, facilitar la introducción de información actualizada en torno a “herramientas relacionadas con ciencia e innovación, gestión del talento humano, infraestructura, transporte, logística y desarrollo sostenible, entre otros”, según lo expresado por Felipe Ortiz. (Le puede interesar: Sector empresarial y academia crean Equipo de Crisis Unificado).
Opciones como los convenios laborales, las mesas sectoriales del Sena, los programas de capacitación de trabajadores y leyes que regulan estas alianzas o establecen cuotas mínimas de integración (como la Ley 27 de diciembre de 2002) han sentado las bases para que este proceso sea fructífero y útil para los estudiantes y futuros trabajadores del país.
De acuerdo con el Ministerio de Educación, “estas alianzas han permitido, por ejemplo, desarrollar programas académicos técnicos y tecnológicos que dan cuenta de las prioridades de las regiones y de los perfiles de los trabajadores que los empresarios reclaman, motivando así la generación de una estructura por ciclos y competencias que busca dar a las jóvenes herramientas para que se inserten de la mejor forma a sus contextos y los desarrollos locales”.
Según la entidad, también sirven para reforzar las políticas educativas, puesto que “significan buscar que las Secretarías de Educación entiendan que la gestión de la educación no se trabaja únicamente a partir de ellas, sino que también es necesario buscar, reconocer e involucrar otras entidades que ayuden con el proceso”. (Puede leer: Más que títulos: cursos que las empresas aprecian).
El grado de integración entre la educación superior y el sector productivo es lo que permitió tasas de vinculación laboral relativamente altas en un año como el 2016. De acuerdo con el Departamento Nacional de Estadísticas (DANE), las cifras eran de 63,1 % para técnicos, 71,8 % para tecnólogos y 79,9 % para universitarios. En el 2015, algunas de las áreas de conocimiento más demandadas eran economía y administración, contaduría y afines (80,5 %); ingeniería, arquitectura, urbanismo y Afines (79,1 %) y matemáticas y ciencias naturales (78,1 %).
En años recientes, el sector empresarial también ha expresado mayor interés por apoyar a las escuelas rurales a través de “la trasferencia de experiencias y conocimientos en emprendimiento y asociatividad. Para ello, es necesario que la escuela se adapte a los contextos productivos locales”, según lo expresado por Vicky Colbert, socióloga y directora de la fundación Escuela Nueva.
En resumen
Bien planeadas y enfocadas, las alianzas entre el sector productivo y el educativo pueden resultar sumamente importantes para el desarrollo del país, no solo por generar oportunidades de empleo, sino porque permiten reajustar la oferta educativa hacia las necesidades del medio y del contexto circundante. Es una apuesta que redunda tanto en el beneficio de las escuelas o universidades, como en el de las empresas y los egresados.
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