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¿Qué tal un poco del arte de Nueva York a Getsemaní?

Laura Anaya G.
Cartagena

Mientras Zoe Martínez me cuenta que vivió 35 años en Nueva York y que un cáncer la hizo volver a Cartagena, veo pasar a un vendedor ambulante. El vendedor lleva una carretilla y la carretilla un mensaje: “La vida es dura, pero no dura”.

Hace cinco años, cuando le diagnosticaron cáncer de seno, la vida parecía dura, sí, pero por su cabeza no pasó rendirse. Sí pensó, en cambio, en volver para hacer algo memorable por la ciudad. ¿Ayudar en un hospital? Hubiera sido bello, pero muy triste y la tristeza no es buena compañera en la batalla contra el cáncer. ¿Trabajar con niños en escuela? Bueno, tal vez, pero… ¿Y si mejor llevaba un poco del arte que abunda en Nueva York a las calles de Getsemaní? ¡Esa era la jugada!

“En Nueva York abundan los museos, uno se encuentra con arte por doquier y la gente lo aprecia. Siempre me ha encantado el arte, la pintura, las obras, y pensé: ‘quiero que todo el mundo pueda acceder a una buena pintura’, y monté mi galería aquí, en la calle San Juan de Dios (Getsemaní)”, me explica.

Estamos sentadas en la terraza de la casa, suena un bolero, y al frente, en la pared rústica que está al otro lado de la estrecha calle, hay cuadros que hablan de Cartagena y su magia. Esta tarde, en la Galería Arte Getsemaní, se exponen 50 cuadros de los bogotanos Ismael Ospina, y sus hijos Julián y Alejandro.

Y Zoe llama por teléfono precisamente a Alejandro, él dice que ya no tarda en llegar para hablarnos de las pinturas. Zoe, mientras tanto, me cuenta que se crió en Manga y en El Bosque y que se fue al ‘país del tío Sam’ a los 18 años y allá estudió inglés como segunda lengua. Que tiene dos hijos grandes (25 y 21 años) y que le descubrieron el cáncer hace algunos años en uno de sus senos.

-No lo he superado del todo, sigo en tratamiento -dice-. Todo esto me ha servido para volver y para aportar a mi ciudad, porque estoy trayendo cultura aquí, estoy impulsando los artistas de aquí. Me dan una comisión pequeña, pero esa era una de mis inquietudes, algo positivo que veía. No tienen que pagar renta y estoy dispuesta a darle la bienvenida a otros artistas. No solo quiero enfocarme a un solo artista y estilos. En un futuro me gustaría hacer talleres de pintura para estudiantes, turistas y todo el que ame el arte. Ah, mira, ahí viene Alejandro.

La cuestión con Alejandro, con su papá y su hermano es que vinieron a Cartagena, se enamoraron de sus callecitas y de sus atardeceres, y ahora los inmortalizan en pinturas.

¿Cuéntame cómo llegaron ustedes a encontrar su inspiración en Cartagena?
-Sí, yo vengo de Bogotá. Mi papá y mi hermano son pintores, llevan muchos años (22 y 15 años, respectivamente), pero yo me iba más por la parte científica, soy físico-matemático, las inclinaciones eran un poco opuestas, pero siempre complementábamos el trabajo familiar. Un trabajo de casa, entre todos nos repartíamos el trabajo.

Yo estaba haciendo una maestría en ciencias físicas, pero enfocándome en un proyecto que llevaba ya muchos años, y era entender un poco las formas y principios del universo. A partir de un punto de vista científico y también agregándole ese toque bíblico, y tratar de unificar ese pensamiento, alrededor del color encontramos una solución.

Con mi hermano propusimos hacer una obra que aplicara esos conceptos físicos, pero a un tratamiento más popular, entonces a través del paisaje urbano encontramos esa esencia. Al principio eran calles de Bogotá, luego quisimos venir a Cartagena, el mar nos va a dar otra fuerza y otra esencia. Eso fue hace un año y dos meses. El proyecto se llama ‘Catástrofe ultravioleta’.

Antes de venirnos yo tenía la idea ya de cuál iba a ser el proyecto: “Catástrofe ultravioleta”, que son los límites donde imperaban el color y la luz en el momento en que se hizo el universo, todo era violeta y azul y negro, rojo. Digamos que esas combinaciones de color empezaron a impregnar en el paisaje urbano y quedaban de esta forma que tú ves: el violeta resalta sus profundos atardeceres.

¿Qué te ha dado Cartagena?
-Cartagena se ha vuelto mi hogar. Empecé a verla como el lugar en el que me iba a hospedar un tiempo largo, no solo por el paisaje, sino porque me encanta que en el crisma de la gente se siente otra fraternidad de la gente, es otra más explosiva, como el principio de “Catástrofe ultravioleta”. Uno piensa que están peleando, pero no. Están mamando gallo todo el tiempo. Son felíces.

Alejandro es docente de física en el Colegio Almirante Colón y, mientras ayuda a formar a nuestros ciudadanos del mañana, se vuelve también un instrumento para que la ciudad goce y respire arte.

“Zoe nos abre los espacios, nos abre las puertas de su casa y nos da la bienvenida, es que desde que llegamos sentimos que somos bienvenidos”, asegura, y Zoe me cuenta que las puertas de su galería están abiertas para todos los artistas que deseen un espacio para sus obras. “Estamos pensando en abrir talleres para los turistas, para los estudiantes, para todo aquel que ame el arte. Queremos que Cartagena respire arte”, concluye. 

Este es Alejandro