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Diomedes: “Hay unos que cantan más, pero nunca como yo”

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

24 de diciembre de 2013 08:02 AM

No era el mejor cantante ni el mejor compositor, pero su carisma, su canto desgarrado y su manera de atrapar al público eran tremendamente indiscutibles.
“Hay unos que cantan más, pero nunca como yo”, solía afirmar en los versos que improvisaba al final de cada presentación. Y la sentencia nunca fue descabellada. Siempre fue certera, desde el momento en que el acordeonista Emilio Oviedo lo descubrió y posteriormente lo recomendó en la disquera Codiscos.

Antes, ya se había presentado en concursos de canto en el Colegio Loperena, de Valledupar, en donde siempre ganaba su compañero Rafael Orozco. Ya había participado en parrandas alrededor de la tarima del Festival de la Leyenda Vallenata y ya se había alzado con el tercer lugar en el concurso de la canción inédita de ese mismo certamen.

El cantor campesino se llamó la canción premiada, y fue grabada por Luciano Poveda y Jorge Quiroz, quienes también le acogieron la canción La negra, grabaciones por las cuales logra vincularse a la emisora Radio Guatapurí, como mensajero, pero la intención era promocionar el cancionero que iba tejiendo poco a poco, casi que secretamente y por el cual no perdía la oportunidad de colarse en las parrandas ajenas para expresar sus creaciones, aunque no siempre eran bien recibidas dada la poca idea que el intérprete tenía sobre afinación, entonación y manejo de escalas.

Pero el estilo. Era el estilo esa cosa que llamaba la atención de los menos despistados. Esos presentían que el tal muchacho tenía algo raro, algo que lo separaba del resto de los cantantes y que, tal vez, con un poco de tenacidad podría convertirse en un diamante de altísima categoría.

Llegaron entonces las oportunidades con Emilio Oviedo y Rafael Orozco, quienes le grabaron canciones como Cariñito de mi vida y Aquel cariñito. Llegan Jorge Oñate y Colacho Mendoza y le graban Mañana primaveral, Razón profunda y Razón sentimental. Llegan los hermanos Zuleta y le graban Bendito sea Dios. Y llega Armando Moscote y le graba Canción del alma. Y entonces sí. El compositor se sentía preparado para cantar él mismo sus canciones.

Lo acompaña el rey vallenato Nafer Durán y graban el larga duración Herencia vallenata, en donde la única canción que sonó fue El chanchullito, de la autoría del cantante novato, quien no gustó mucho a los ejecutivos de Codiscos y nunca volvieron a llamarlo. Entonces llegó otro rey vallenato: Elberto López. Nacen dos nuevos LP: Tres canciones y De frente.

Se dispara Diomedes. El cantor campesino mejoró su voz y afinó sus canciones, pero faltaba pegar el batazo definitivo. Y el bate se lo trajo otro muchacho: Juancho Rois, un acordeonista genial y recursivo con quien grabó el que sería el mejor LP de su carrera discográfica: La locura. La gente enloqueció con canciones como Lo más bonito, Vendo el alma, La piedrecita, Acompáñenme y El alma en un acordeón. El éxito fue arrollador. Pero la unión, flor de un día. Así que apareció otro rey vallenato: Nicolás “Colacho” Mendoza, con quien logra coronar 8 trabajos de formato largo que lo situaron como el monstruo de las ventas y las tarimas. Las canciones: El gavilán mayor, Sanandresana, Mensaje de navidad, Bonita, Todo es para ti, Cantando y El mundo.

Acariciaron el cielo con las manos, pero Colacho se retiró. Entonces apareció un pelaíto: Gonzalo “El Cocha” Molina. Trabajosamente se oyeron canciones como Señor jardinero, Sin medir distancias y Por no perderte. Algo pasaba. El sonido no era el mismo. El carisma de Diomedes aumentaba, pero faltaba un acordeón de perrenque. Entonces, reapareció Juancho Rois. Alegría general.

Tronaron al firmamento canciones como Páginas de oro, El cóndor herido, Mi ahijado, Canta conmigo, Mi vida musical, Shio shio y Perro sin vergüenza. Muchos aplausos, muchos premios, muchos viajes. Juancho Rois muere viajando.

Entonces apareció otro pelaíto: Iván Zuleta, acordeonista y verseador. El espectáculo gana en creatividad, pero Diomedes cae preso de los escándalos y las enfermedades. No importa. Sigue grabando con el Cocha Molina, Franco Argüelles y Juancho de la Espriella.

Ya Diomedes no es el mismo. No causa la misma expectativa. Su voz no alcanza los mismos registros. Su andar es paquidérmico. La gente ya no festeja sus incumplimiento ni sus insultos.

No importa. Sigue grabando con Álvaro López. La disquera publica y república sus viejas grabaciones. Nunca deja de oírse en las emisoras.
En cada presentación dice que hay Diomedes para rato. Pero, justo cuando se disponía a relatar La vida del artista, algo se le quebró por dentro.
Entonces, apareció la muerte.

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