Cuando llega la Cuaresma, los dulces también se hacen protagonistas de primer orden en la mesa, no sólo está el tradicional postre que culmina una deliciosa comida, la variedad y ante todo la creatividad, se expresan en esos bocados coloridos que después de largas horas de cocción, colman expectativas.

Si bien esos dulces son los que identifican la temporada, ya el tiempo jugó en contra de muchas familias y esas mujeres como Belia, mi madre, que se dedicaba desde quince días antes del Domingo de Ramos a preparar la melosa llegada de la Semana Santa, partieron sin dejar la receta que nunca estuvo escrita, solo hacía parte de su saber ancestral.

Como mi casa, otras muchas emprendían la cocción del guandú, la papaya, el coco, la piña, entre otros, que enfundados en el casi tangible aroma de clavos y canela, se esparcían anunciando que pronto se llenarían frascos y más frascos de los más deliciosos dulces para regalar a la familia y amigos más cercanos. Pasada la Pascua, aún quedaban vestigios de esos postres artesanales que ahora habitan en nuestro mejor recuerdo.

No todas las mujeres de mi corta familia eran avezadas en ese tipo de preparación, por lo que mi tía Marle, para no desentonar, se dedicaba a su único y no por eso menos apetecido postre, el arroz con leche, que con otros aditamentos toma nuevos aires y quienes no tienen tiempo o conocimiento en los más complejos, se pueden defender presentando sus versiones más fáciles.

Tal vez el producto que da más posibilidades de preparación es el arroz. Ese cereal interviene en el universal “arroz con leche”, que más que una ronda infantil, es la delicia que supera el número de preparaciones.

En todos los países existe una receta para el arroz con leche, y se supone que cada persona tiene su propia manera de presentarlo, porque además se le pueden adicionar frutas y otros dulces, dando como resultado un platillo tentador. Aquí la preparación de mi tía: