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Como ópera prima, "Los colores de la montaña" vino a recoger más aplausos

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

25 de febrero de 2011 07:43 PM

El cineasta conversó en el Claustro Santo Domingo con los periodistas que presenciaron su ópera prima “Los colores de la montaña”, que se exhibió durante la inauguración del 51 Festival Internacional de Cine Cartagena 2011.
Arbeláez se hizo acompañar de los niños Hernán Ocampo, Nolberto Sánchez y Genaro Aristizábal, protagonistas de la historia, como también de  Natalia Cuéllar, quien encarnó a la profesora de la vereda La Pradera; y de Julián Giraldo, uno de los dos productores del filme.
En “Los colores de la montaña”, Manuel (Hernán Ocampo), de 9 años, tiene una vieja pelota con la que juega al fútbol todos los días en el campo. Sueña con llegar a ser un gran guardameta. Y el sueño parece que se cumple cuando Ernesto, su padre, le regala un balón nuevo.
Pero un accidente inesperado hace que el balón caiga en un campo minado. A pesar del peligro, Manuel decide no abandonar su balón. Convence a Julián (Nolberto Sánchez) y a Poca Luz (Genaro Aristizábal), sus dos mejores amigos, para que juntos lo rescaten.
En medio de las aventuras y los juegos infantiles, los signos de un conflicto armado empiezan a aparecer en la vida de los habitantes de la vereda La Pradera.
Sin embargo, Carlos César Arbeláez advirtió que la narración no es sobre el desplazamiento sino sobre un desplazamiento (el de la familia de Hernán) y sobre la amistad.
“Cuando la estaba escribiendo, me preguntaban que para qué otra historia sobre el desplazamiento en Colombia. Pero me puse a investigar y descubrí que no es cierto que haya muchos libros y películas sobre ese tema en el país. Así que creo que es esta la primera película que lo muestra. No obstante, la historia está centrada básicamente en la amistad infantil”.

Amigos de verdad

Al respecto, comentó que “me demoré más de un año buscando a quienes serían los protagonistas del drama. Después que logré reunirlos, me demoré seis meses haciendo los ensayos para que se convirtieran amigos verdaderos, pues era eso lo que quería que se reflejara en la película con toda naturalidad”.
Más adelante contó que “claro, para conservar esa naturalidad de los niños, también fue necesario no obligarlos a que se aprendieran libretos, sino que se los leíamos en voz alta para que comprendieran cómo era cada escena, se la apropiaran y la hicieran como mejor pudieran. Otra cosa que tal vez ayudó es que Genaro y su hermanita son desplazados del municipio de Granada”.
Entre todos los símbolos que se manejan durante la película, el balón de fútbol que cae el campo minado se convierte en la parte central de esa simbología, “pues alguien me había dicho que la corporalidad de los niños del campo es diferente a la de los niños citadinos, puesto que los primeros juegan menos. En el momento en que los actores violentos se llevan al padre de Manuel, éste niño siente que tiene que asumir los oficios que hacía el padre. De manera que en cuanto intenta ordeñar la vaca, ya dejó de ser niño y bruscamente se convierte en adulto”.
Con esta escena se cumple el objetivo que el director se propuso al momento de concebir el film, respecto a “contar historias personales en medio de la violencia y no los detalles de la violencia, como se hace siempre. En este sentido, la relación de los niños fue fundamental, porque aprendieron a transmitir cómo el conflicto armado acabó con su amistad, con todo lo que los rodeaba y cómo el pánico y la tensión pueden materializarse hasta el punto de trastocar la vida de una comunidad”.

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