<img src="https://sb.scorecardresearch.com/p?c1=2&amp;c2=31822668&amp;cv=2.0&amp;cj=1">

Pepe, el vigilante más silencioso de Cartagena

No es ciego ni tímido, aunque un veterinario lo desahució. Esta es la historia de un perro que cuida un colegio en una ciudad que arde con frecuencia.

“Queremos que nuestro alcalde se pellizque, que viva el dolor del pueblo. ¿Cómo es posible que hasta la fecha no han nombrado ni celadores ni aseadoras? ¿Cómo es posible que ahora mismo solamente tenemos cuidando a un perro que se llama ‘el Pepe’, el vigilante de nuestro colegio?”. Y así toda una ciudad lo conoció. Lea: ¿Quiénes fueron los cholombianos? Una cultura que nos imitó en México

El clamor ciudadano, concatenado con la presentación del vigilante más silencioso de Cartagena, lo hizo, en medio de una protesta, Miryam Castro Suevis, coordinadora de la Institución Educativa Salim Bechara en el barrio Ceballos, uno de los más de cien colegios públicos de la ciudad en los que los gritos de estudiantes y el chillido de marcadores borrables sobre los tableros acrílicos no se escuchan hace casi un mes, tras problemas políticos y logísticos, de carácter interno en el Distrito. Esto provocó anormalidad académica al no contratarse el servicio de vigilancia y aseo cuando el año escolar debió comenzar.

La crisis educativa desató protestas de profesores, padres de familia y estudiantes que alteraron la calma en distintos barrios de la capital de Bolívar. Los políticos, como es usual, se lanzan la culpa unos a otros como si de una papa caliente se tratase. La rutina en los hogares se afectó y calles secundarias que suelen estar desoladas, donde manadas de perros corretean a la hembra en celo, hoy son arterias llenas de bocinazos e improperios de conductores estresados. Tanto barullo ha desplazado a los amores caninos clandestinos.

Pero Pepe sigue allí. Mientras la ciudad está alborotada, él cuida al Salim Bechara con la leve calma de un león en la sabana africana. Es como Floyd Mayweather, Jr. que calcula bien cuándo atacar, mientras reserva energía, se resguarda, acecha desde la quietud.

En los minutos iniciales que transcurrieron en nuestro primer encuentro, me sorprendí porque no encontré un perro de presa, huraño como un Fila Brasilero o imponente como un Rottweiler, sino a un anfitrión afable y jovial. No obstante, Miryam Castro me advirtió: “Tú lo ves cariñoso y dormilón, pero pasa un loquito o un reciclador y se azara. Se pone como una fiera y eso lo saben bien aquí en Ceballos”.

Y, de inmediato, como si escuchara, como si sintiera el llamado para salir a escena, Pepe, quien estaba dormido sobre una baldosa con vetas de distintos tonos de gris, se puso alerta cuando una hoja seca pasó rozando el piso, como si de una lija se tratase. El ensayista japonés Minoru Betsuyaku asegura que los perros están desprovistos de cada una de las particularidades de los demás animales. “Cuando vemos un perro no inferimos que es un ‘perro’ sino que no es otro animal. Es un ente que cubre los espacios vacíos, satisfaciendo todas las variaciones posibles de nuestras expectativas”, escribió el novelista que murió en Tokio.

A 13,696 kilómetros de Japón, en el barrio popular donde está el colegio que cuida Pepe abundan las calles polvorientas, las islas urbanas de basura y escombros, y los atracadores en motos 100 o 125 cc suelen zumbar como avispas. La ciudad tiene espinillas y verrugas sin tratar, mientras Pepe corre por pasillos, sube escaleras y hace pesquisas en los bordes de la institución.

Y es que siempre parece que está ahí. Un par de docentes recuerdan que una vez uno de sus colegas abrió las rejas con las manos temblorosas y con una rauda adrenalina para escapar de un inminente atraco, y fue el vigilante silencioso con su mirada de vaquero en duelo quien ahuyentó a los criminales. Por eso es tan amado por todos, nunca se ha metido con los niños, quienes juguetean cada vez que pueden con él, y no es una estatua castrense como algunos vigilantes humanos. “Incluso, hay una aseadora que no tiene contrato y sigue viniendo na más pa ver a Pepe”, me contaron.

Pepe, el vigilante más silencioso de Cartagena

Pepe inspeccionando un paquete. // Julio Castaño - El Universal

Es un superviviente

“Por ahí pasó un Pastor alemán. Un poco de aquí y un poco de allá”, fue la respuesta que recibí al consultar por la raza del vigilante que no usa uniforme, quepis ni bolillo. ¿Su edad? Calculan que tiene ocho años en el colegio desde que llegó siendo un cachorro. Hace año y medio salió mal de una operación y se puso muy mal. El veterinario recomendó la eutanasia. El rector Adalberto Aranza Morón le dijo que no y le dijo a Pepe: “Ya decidirás tú si quieres morir o no”.

“Eso fue increíble. De una se empoderó a recuperarse apenas le hablaron de esa puya mortal y ahora anda saltando, cuando hace meses era un muerto viviente”, contó una trabajadora del área administrativa del colegio. El salario de Pepe no lo paga el Gobierno local sino el mismo rector, quien de su bolsillo saca para cubrir medicamentos y hasta los gastos del veterinario que viene a domicilio a atender al vigilante peludo. ¿La comida? Donada por los vecinos, docentes, trabajadores, entre otros seres con gratitud.

Pepe, el vigilante más silencioso de Cartagena
Si en Uruguay tienen a Mujica y en México a Aguilar, en Ceballos está Pepe, el celador más silencioso de Cartagena. Vigilante ícono de un barrio que en 2017 las autoridades cerraron con vallas para que el Papa Francisco no viera cómo viven algunos parias del sistema. Si en esta ciudad existe una alfombra donde se oculte el sucio bajo ella, Pepe la usa para dormir la siesta.

Más noticias