Los humanos dedicamos buena parte de nuestras vidas a buscar un camino, una meta, un objetivo. Y en tal búsqueda ansiamos encontrar un líder, un guía, alguien que nos sirva de ejemplo, y que, además, nos allane el camino. Muchos han pasado la vida entera sin encontrarlos. Tengo para mí que una de las causas del caos actual es el fracaso en esa búsqueda frenética.
Ulises salió de Ítaca en pos de aventuras. Atrás dejó a su hijo, Telémaco, a cargo de su amigo Méntor. La Odisea duró décadas y en ese tiempo Méntor enseñó, entrenó y promovió las habilidades y destrezas físicas, mentales, morales y espirituales en el joven. Méntor nunca esperó, ni recibió, nada a cambio. Hoy mentor es el término para quien orienta, comparte conocimientos e imparte sabiduría y experiencia con un joven aprendiz. Pero más que enseñanzas y teoría, el mentor, así como el pastor, el maestro y el guía, deben enseñar con lo más difícil, la coherencia y el ejemplo. Todo eso y más ha sido, y es, mi tío Abel para familiares, amigos y muchos conocidos durante sus 100 años.
Como en el poema de Kavafis, él salió de su Ítaca, Cereté, y emprendió un largo viaje lleno de aventuras y experiencias: se graduó con honores del Colegio La Esperanza donde fue estudiante y maestro, al mismo tiempo; médico de la Universidad de Cartagena y especialista en salud pública en Chile; congresista; docente, fundador de cátedras universitarias y decano de la facultad de medicina; secretario ejecutivo y presidente de la asociación colombiana de facultades de medicina por lustros; asesor de organizaciones mundiales de salud; además de otros cargos que engranó con su pasión de escritor. En 100 años de vida es claro que fue, y sigue siendo: un buen hijo, el mejor de los hermanos, un padre ejemplar y un maravilloso miembro de familia; médico carismático; docente y dirigente universitario sin par; líder eterno, hombre íntegro, espiritual y honesto. Pero, especialmente ha sido, y es hoy más que nunca, un buen ser humano. Matizando todo ello con su perenne modestia y proverbiales ingenio y buen humor.
Abel Dueñas Padrón ha sido el mentor que se quedó en todas nuestras Ítacas para enseñarnos pero, al mismo tiempo, es el Ulises que viaja, camina con nosotros y nos orienta con su ejemplo. Por eso hoy, cual patriarca bíblico, luego de una gesta vital convertida en epopeya centenaria, puede disfrutar “La canción del pastor Feliz” al regresar a su Ítaca.
Es imposible resumir 100 años de vida prolífica. Palabras y letras son insuficientes para plasmar la admiración y agradecimiento eternos de familiares y amigos. Por ello creo que el mejor regalo que la vida puede darle a este gran hombre es verse rodeado del amor y gratitud de todos mientras nos lidera y orienta con su impresionante lucidez y, bien entrada la noche, saca a bailar un porro a Elida, su pareja de toda la vida.
*Profesor Universidad de Cartagena.
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