Columna


Abre el ojo

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

10 de noviembre de 2018 12:04 AM

Con motivo de las fiestas “malandrinas” de Cartagena, he pasado todos estos días acordándome del compositor Pedro Pablo Peña, y hasta he indagado entre quienes lo conocieron, para establecer si su existencia da como para lograr una biografía de más de 200 páginas.

Y encuentro que sí. Casi todos coinciden en que Peña (como le decían sus amigos) pasó de no ser capaz de componer ni media canción a convertirse en el renovador de la música carnavalera del Caribe colombiano.

Antes de su aparición, las épocas carnestoléndicas de la Región Caribe se celebraban con canciones que ya habían cumplido medio siglo de publicadas. Pero en cuando aparecieron “Ají no da tomate”, “La tumbacatre”, “El pulgón”, “El cacharrero” (Julio, abre el ojo), “Si se va pierde”, “La vejez no viene sola”, “Riega la bola”, “La bien despachá”, “La candelilla” y “La gente hablando”, se conformó un nuevo repertorio, que nunca ha dejado de escucharse, dado que es el que se programa entre finales de año y principios del siguiente.

Así, sus creaciones traspasaron lo regional y lo internacional con artistas como Los hermanos Rosario, quienes le grabaron la canción “Hola”; Sergio Vargas, con “Penas al viento”; Kinito Méndez, con “Rómpete el cuero”; y el Grupo Bananas, con “Una mirada”.

Como puede verse, a lo largo de su vida como autor de canciones, trató por todos los medios de erigirse en un compositor versátil, que se le midiera a todo lo que estuviera de moda (algunas veces acertado, otras veces no tanto), pero su esencia musical era netamente folclórica.

Su habilidad para componer fandangos, bullerengues, cumbias, porros, chandés y toda la gama de la música tropical colombiana quedó más que demostrada en el cancionero folclórico, que ahora es la banda sonora de los carnavales costeños.

En un principio, y por estar el vallenato romántico de moda, insistía en componer canciones en ese formato, pero los resultados no siempre eran buenos, lo que le generó el rechazo de los intérpretes de esa época. Pero en cuanto se convenció de que lo suyo iba por otro lado, por lo folclórico, fue entonces cuando logró poner la pelota más allá de las graderías.

Aún así, no debe olvidarse que no todo le cayó del cielo ni de un momento a otro: después de solidificar el estilo que se convertiría en su sello permanente, le tocó abrir las puertas de los medios de comunicación casi que a empujones y con una perseverancia de hierro que lo transfiguraron en el mejor relacionista público de sí mismo.

En los últimos años había contactado a un productor internacional, quien lo tenía visto para que integrara su staff de compositores, en aras de dotar de canciones a los artistas de América y Europa. Pero una afección estomacal impidió que aprovechara esa oportunidad irrepetible. Murió el 13 de noviembre de 1999, cuando apenas había cumplido 49 años.

ralvarez@eluniversal.com.co

*Periodista

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