Columna


Abuelas: estirpe de titanes

Por eso, al tomar en brazos a ese niño en el que palpita de nuevo su propia sangre, se reactiva la fábrica arrullos, sonrisas y canciones de cunas, fertilizando el semillero de los sueños que les hicieron falta, o aquellos que ya se les destiñeron.

HENRY VERGARA SAGBINI

13 de mayo de 2019 12:00 AM

Cada vez que les nace un nieto, se les agigantan las manos y se funden en un abrazo eterno con todos los inquilinos de las constelaciones.

Para las abuelas es la prórroga de su maternidad, sobre todo cuando el nido se les quedó silencioso y vacío.

Por eso, al tomar en brazos a ese niño en el que palpita de nuevo su propia sangre, se reactiva la fábrica arrullos, sonrisas y canciones de cunas, fertilizando el semillero de los sueños que les hicieron falta, o aquellos que ya se les destiñeron.

Existen abuelas para todos los gustos: las hay con la sangre vertical del roble y la estirpe invicta de los titanes, capaces de desactivar tormentas y salir victoriosas con solo tocarle la frente a su nieto.

Abuelas con el plumaje de la terca golondrina acostumbrada a anticipar, ella solita y contra todos los pronósticos, la llegada del verano en medio del más feroz de los inviernos.

Abuelas graduadas de confidentes, dueñas y señoras de asilos y silencios, mientras retiran, una por una, las espinas que hieren los pies del caminante y desangran el alma del soñador.

Abuelas consejeras, económicas e infalibles: solo exigen como recompensa un beso en la frente y, si alcanza, el perfume de una flor.

Abuelas que jamás se marchitan ni fatigan de entregar la cosecha de su despensa y lo que le queda en su monedero.

Abuelas que dejan abiertas puertas y ventanas sin importarles el ardor de las ofensas o el frío de la ingratitud, pues permanecen erguidas derramando sobre sus nietos, el incienso del perdón y los milagros de sus oraciones.

Abuelas que abonan las alas de la libertad, al mismo tiempo que fertilizan raíces con la esperanza inquebrantable de que jamás olviden para dónde van y, sobre todo, de dónde vinieron.

Y en esta época del ipso facto, no es raro encontrar abuelas que le ganan la batalla a los almanaques, a las canas, al Alzheimer, a las arrugas, sin dejar de ser abuelas de verdad verdad.

Los altos tacones, el prodigioso bisturí, las cremas de juventud instantánea, las molestosas pero imprescindibles fajas abdominales, alteraron, por siempre, la fecha exacta de su nacimiento... Ya no festejan cumpleaños, tampoco aceptan turnos preferenciales en autobuses o bancos, por el contrario, hacen pactos sagrados con sus nietos, a quienes sobornan con pudines y conos de chocolate, con tal que, en público y sobre todo frente a desconocidos, les llamen, sencilla y cariñosamente, “Tía”.

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