Se acabó agosto y no cesan estos calores infernales. Sirio, que es una de las estrellas de la constelación del Can mayor, ese mes aparece a la misma hora que el sol. ¿Será por eso que se dice que hay un calor pa’ perros?
Calor que ahora se incrementa con la escasez de lluvias. Entonces ya no son los perros los de la vaina, sino el niño. Un fenómeno que produce cambios de temperatura en las aguas del pacífico, y se traduce en sequía y calores.
Pero en este año loco 2019 desde las lloviznas de mayo se pararon las aguas. Hemos comenzado a clamar por un aguacero que, como dice Adolfo Pacheco en una gaita: “De pronto cambie mi fatal destino”.
En el primer Mundo se le rinde tributo ilimitado a la meteorología. Existen programas, estaciones y canales dedicados exclusivamente al tema. El Weather Channel es de obligatoria consulta para planear el trabajo y la diversión. Técnicos, radares, satélites y aviones hacen posible un diagnóstico científico sobre el clima y su comportamiento.
En cambio hay lugares mágicos donde se ejerce la meteorología con un almanaque Bristol en las manos, una vista especial indica que “este sol está tan bravo que trae agua”, y el olfato advierte “que huele a tierra mojada” antes de que llueva.
Si los calores atentan contra el rendimiento laboral, una borrasca perturba hasta los momentos de expansión. En Europa y USA un fuerte aguacero no causa impacto negativo. Gabardinas y paraguas ayudan en la rutina. En la metrópolis cachaca estaban acostumbrados a chubascos hostiles y vientos paramunos. En el Caribe nos asustan hasta chaparrones y garúas, porque cualquier llovizna hace destrozos. Se paraliza una ciudad hermosa, por el alcantarillado y las primitivas vías que nos ha impuesto el centralismo.
Para asuntos del deporte el fútbol no se altera con la lluvia. El fútbol americano lo han jugado con seis pulgadas de nieve y hielo sobre el piso. En cambio, el béisbol...
En la infancia un aguacero era recibido con regocijo, y si fuese de grandes proporciones se convertía en día de asueto: era un gran placer correr patios y callejones para disfrutar los chorros que se formaban en los tejados de robustos caserones. No se conocían tragedias que ocasionaba la madre naturaleza. Nuestros mayores posiblemente nos ocultaban desgracias para que no sufriésemos, o quizás porque no había tanta miseria como hoy.
Hoy, en estas anheladas lluvias tampoco faltan quienes se ubican cerca de los charcos para observar cómo algunos son “bañados” por los vehículos, mientras otros deleitamos la vista con el garboso manejo que las mujeres le dan al paraguas y los tacones.
El clima se ha hecho hostil. Los aparatos acondicionadores de aire no pueden cumplir con su cometido. Abanicos no echan aire fresco, sino un vaho caliente. El agua y el hielo poco remedian la tortura. Tal vez una cerveza fría...
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