Columna


Alimento fortificante

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

18 de junio de 2017 06:22 AM

A veces no cuidamos la alimentación del cuerpo, ni de la mente, ni del alma. La sana alimentación contribuye a la salud, la vitalidad, la energía. La mente se nutre con buenas lecturas, sanas películas, música de excelente calidad y para los creyentes, nuestra alma se nutre especialmente mediante la oración, la Palabra de Dios y la Eucaristía.

Esta semana celebramos Corpus Christi*, El Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Sagrada Eucaristía, la comunión, presencia real de Jesús entre nosotros como alimento fortificante, para acompañarnos desde nuestro interior en el camino de la vida y llevarnos con Él a la gloria eterna: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre... “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día”.

Jesucristo antes de morir en la cruz por nuestra redención, en la última cena, perpetuó su presencia entre nosotros, permitiendo mediante la consagración que el pan y el vino se transformen en su cuerpo, sangre, alma y divinidad y así pudiéramos alimentarnos con Él.

La Eucaristía es el mayor regalo que Jesús nos ha hecho movido por su amor, quedándose en lo más íntimo de nuestro ser y como enlace de unión con toda la Iglesia. Si la recibimos con las debidas disposiciones, se produce unidad interior y comunión con los demás en la Iglesia, siendo Cristo la cabeza y nosotros el cuerpo. Dice San Pablo: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan”.

El corazón de Jesús se entregó por amor a nosotros, para unirnos a Él, a Dios Padre y al Espíritu Santo, y así fuéramos compartiendo su divinidad y pudiéramos irnos formando en el amor, la verdad, el bien, la bondad.

La comunión nos exige revisar nuestra alma con cuidado, para limpiarnos mediante el sacramento de la reconciliación de los pecados mortales. San Pablo* nos recuerda que esos pecados son la causa de la cruz de Cristo. La Eucaristía nos aumenta la vida de gracia, la amistad con Dios, perdona pecados veniales y nos fortalece para resistir la tentación y no cometer pecado mortal.

Al comulgar, Cristo vive en nosotros, nuestra vida se va transformando para no vivir tanto para nosotros mismos, sino para entregarnos al servicio del bien común, en un acto de adoración a Dios y de acción de gracias. En el Santísimo Sacramento que se encuentra en todas las iglesias católicas, está Cristo realmente presente.

Aprovechémoslo, para adorarlo, bendecirlo, glorificarlo, darle gracias y encontrarnos con Él para bien de nuestra vida y comunión de amor con los demás.

Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com

 

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