Columna


¿Alma discriminadora?

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

11 de enero de 2022 12:00 AM

Desde la religión y la filosofía se considera el alma como un ente inmaterial asociado con los dioses, pero ligada al mundo y al ser. Es una forma de representar lo más sublime de los humanos. Por ello resulta paradójico que en un establecimiento de comercio, ubicado en pleno corazón de Cartagena de Indias, e identificado con ese nombre, se hayan registrado varios episodios aparentemente de racismo, el más reciente denunciado por el empresario belga Luc Gerard, de ascendencia congolesa, y presidente de un fondo internacional de inversiones.

Aunque voceros del restaurante desmintieron las denuncias con el argumento de que se trató de una mala interpretación de su código de vestuario, que no admite el uso de sandalias, las explicaciones generan más preguntas que respuestas. Semanas antes me enteré de un caso similar que involucró a un empresario argentino, quien pretendía almorzar con dos jóvenes cartageneros, uno de ellos “de color”, pero 20 minutos después de permanecer en el recinto, fueron conminados a abandonarlo, porque el joven moreno “portaba sandalias”.

En las indagaciones preliminares de carácter periodístico que hice, confirmé que otros clientes del lujoso restaurante tienen plena libertad de vestuario, incluyendo el uso de sandalias o chancletas. Una amable joven que se identificó como la “host” de turno, me explicó que las excepciones cobijan a los huéspedes del hotel integrado al restaurante; prometió averiguar lo ocurrido, porque “no era usual sacar a clientes del restaurante”, y aseguró que el administrador me llamaría para darme su versión oficial tras revisar el episodio, pero la llamada nunca se dio.

Según el portal informativo Kien y Ke, los precios en ‘Alma’ oscilan entre $162.000 y $284.000 por platos que consumen clientes que también pagan hasta $2 millones por noche en el hotel contiguo. Ello hace comprensible que el establecimiento se reserve el derecho de admisión para proteger la privacidad y tranquilidad de sus acomodados comensales, pero cuando se establecen “códigos de vestuario” con favorecimientos o privilegios, se transita por una línea de grosera discriminación, inclusive para personas del mismo nivel social de los clientes protegidos; y cuando por mera “casualidad” la prohibición se le impone a negros, el asunto pasa de la órbita privada a la defensa colectiva de los derechos humanos.

La reacción de los directivos del restaurante anuncia una mejor y oportuna socialización de su código de vestuario, pero se abstiene de argumentar cuáles son las razones que convierten en indeseable a una persona que use sandalias, especialmente en una ciudad, que por su clima y comodidad, estas son de uso común entre propios y visitantes.

Los esfuerzos para no parecer un “alma discriminatoria”, deberían ser mayores.

*Asesor en comunicaciones.

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