Columna


Amar a nuestras Madres

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

08 de mayo de 2016 12:00 AM

¡Qué gran regalo del cielo son nuestras madres! Alguien en quien confiamos y nos comunicamos de corazón a corazón; quien, junto al padre, nos cuida y protege durante nuestro crecimiento y desarrollo, ayudándonos a cultivar valores, desarrollar nuestros talentos y fortalecernos en cuerpo, espíritu, mente, corazón, inteligencia, afectividad y voluntad; quien nos estimula y nos enseña a amar.  

Nuestra Iglesia nos anima también a tener presente a la madre del cielo en nuestro corazón y hogar. Madre que nos entregó nuestro Señor Jesucristo desde la cruz: “hijo, he ahí a tu madre”, “madre he ahí a tu hijo”, y desde ese momento el discípulo amado la llevó consigo a su casa”*.

Nuestra madre María, llena de todas las virtudes, es una gran maestra para nuestro crecimiento espiritual. Mujer humilde que le entregó sus pensamientos, sentimientos y acciones a Dios. Vacía de sí misma, llena de Dios. Cada detalle de su vida* es enseñanza viviente que nos acerca a su hijo Jesucristo: el ángel Gabriel la saludó: “llena de gracia, el Señor está contigo”; siempre dispuesta a hacer la voluntad de Dios con prontitud: “Hágase en mí según tu palabra”. Siempre atenta y servicial, corrió presurosa a ayudar a su prima Isabel, quién valora su fe: “Dichosa tú que has creído”, “bendita entre las mujeres”. Asumió su maternidad con gozo, gratitud y alabanza, como expresa en el Magnificat: “Mi alma alaba la grandeza del Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador…” Junto a José, ayudó a Jesús a enfrentar las vicisitudes de la vida, huyendo al exilio y apoyándolo a crecer en estatura, gracia y sabiduría. Atenta a las necesidades de los demás,  intercedió ante Jesús en el primer milagro y dijo su palabra poderosa: “Hagan lo que Él les diga”. Lo acompañó con amor y fortaleza hasta la cruz y asumió la maternidad divina de la Iglesia naciente, acompañando a los discípulos en oración y misión. Sigue manifestándose en todo el mundo a través de muchas advocaciones, manifestaciones, apariciones para invitarnos a convertirnos de corazón a Dios.

Amemos con gratitud a nuestras madres y consagremos nuestro corazón a María, para que aprendamos a amar y servir a Jesús y así más almas lo conozcan, amen, y disfruten de sus bienes. María es el mejor ejemplo de madre fecunda, activa en la vida de todos los santos y los fieles de la Iglesia, llenándonos de su ternura y amor y haciéndonos más profundo, familiar y cercano el conocimiento de su hijo Jesús. Acercarse a la Virgen, es un modo seguro de disponer nuestra alma a los dones del Espíritu Santo de Amor.

Oremos el santo Rosario por la conversión y la paz de nuestros corazones, de Colombia y del mundo.
*Jn 19, 26-27; Lc 1, 28; Lc 1, 39-45; Lc 1, 46-56
 

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