Hay una historia de mi padre que me ayudará a explicar lo que viene pasando con el sector industrial colombiano: resulta que hace 65 años, siendo él estudiante de medicina en la Universidad de Antioquia, se le vino encima un examen de anatomía que no había estudiado. Como el anfiteatro estaría cerrado el fin de semana, se le ocurrió darle una propina al celador para que le prestara un “cadáver”, con la idea de llevárselo a su casa para estudiarlo.
Como eran otras épocas, el celador accedió… pero antes debió aplicarle cierta verborrea para animarlo. Para evitar problemas, cuenta mí viejo que el mismo celador le colaboró empacando al susodicho como todo un “bollo de mazorca”. Y claro, con la seriedad que demandaba la circunstancia, mi padre tomó su taxi, con su paquete atravesado sobre sus piernas, como quien carga una alfombra recién comprada.
“El camino a casa fue eterno”, me dijo, “porque el paquete olía a formol y el conductor no paraba de mirarme por el retrovisor. Hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir: llegando a la casa, el empaque se abrió y por ahí apareció el rostro del señor. El que ahora tenía cara de muerto era el taxista, quien me dijo: ‘Eh ave María, mijo, yo no he visto nada. Llévese su cosa y que cada cual siga su camino. Y comenzó a rezar: padre nuestro, que estás…”
Con cierta calma mentirosa, mi viejo llegó a su casa, entró a su cuarto y guardó al señor debajo de su cama. Nadie más lo vio. Ya en las noches, cuando todos dormían, sacaba su cadáver y se ponía a estudiarlo. Así fue aprendiendo anatomía.
Como estudiante de provincia que era, mi papá se alojaba en Medellín en la pensión de las señoras Moreno, tías de la que luego sería la esposa del presidente Uribe. Y para infortunio de él, la empleada de la referida pensión era muy acuciosa con su escoba. Dicho y hecho: al rato de salir para sus clases, ya estaba ella indagando por qué diablos su escoba no entraba bajo su cama. Y ahí fue el lío: la señora se agacha, mete su cabeza entre la sobrecama y se encontró de frente con el rostro poco atractivo del compañero de estudio de mi padre. Ya se pueden imaginar el alarido de la señora y los gritos de las tías Moreno. Él dice que no, pero es probable que mi viejo haya aparecido en su momento en las páginas de sucesos de la prensa local.
Cuento la presente historia porque públicamente quiero pedirle al Gobierno nacional que saque del anfiteatro a la industria nacional y que se digne estudiarla. Llevan más de 20 años perdiendo participación en el PIB total, sigue decreciendo el sector, y el muerto ahí, tirado en una camilla.
jorgerumie@gmail.com
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