Columna


Antídoto para el torbellino

RODOLFO SEGOVIA

27 de mayo de 2017 12:00 AM

Las democracias prisioneras de los extremismos no prosperan. Se duda de su viabilidad. Conllevan resignarse a bajo crecimiento y alto desempleo. El interés nacional patina. En Francia proponen salidas. Le dio al mundo occidental mayo del ’68, una revuelta con salida electoral. Ahora propone Macron. Con trasfondo de Le Pen y el Mélanchon de la izquierda amorfa, el nuevo presidente abrió espacios entre los extremos, de por sí un logro considerable. Pero su atractivo va más lejos: se planta en la globalización y en la economía de mercado posmoderna.

Colombia hundida en el negativismo podría aprender. Aprietan en la calle maestros que quieren más plata –válido- sin mejor calidad o medida de su rendimiento –inválido; maltratan a los niños. Desestabilizan paros cívicos de afrodescendientes a los que ante todo hay que ayudar a ayudarse. Amenaza el complejo mundo posfarc, con gestores de cambio sin retorno y bandas de forajidos. Se cuestiona la integridad de la élite, como sucedió injusta y peligrosamente en Reficar.

Habría que proponer, como Macron, escapes del marasmo. Habría que conjurar conceptos, munición electoral, que sacudan la atonía y atraigan a los abstencionistas, esos filósofos subliminales del nihilismo. En tiempos de Sancho Jimeno, defensor de Bocachica en 1697, los Austrias españoles se extinguieron, no por agotamiento genético, sino por falta de ideas.

Para lo práctico: ¡es la economía, estúpido! La manida frase cuadra. Colombia se estanca con alto desempleo. No se entrevén sectores productivos que jalen el vagón.

Y no aflorarán sino consintiendo con seguridad jurídica al emprendedor. Marx no entendió su función y se equivocó. La economía de mercado no es una sucesión de equilibrios, sino una secuencia de procesos creativos. Para lo estático mejor irse a Cuba.

Al desempleo hay  que liberarlo de las garras de los colonizadores de puestos, consentidos por la ley y los sindicatos. A estos últimos habría, además, que arrebatarles, junto con sus compinches los empresarios apoltronados, el control de un Sena molondro en adaptar colombianos al mundo del trabajo en la irreversible globalización. 

Atenazar la globalización para que sea útil, como pretende Macron, tiene una buena aplicación en Uber. Los cocheros también se opusieron hace un siglo, pero entonces nadie los enseñó a manejar. No se entra al mundo digital con malabares de Mintransporte. Y tampoco es justo dejar al taxi, así sea un oligopolio odioso, en el limbo. Piénsense más bien en maridarlo con los bits y no demorar, como demoró la libertad de los esclavos por falta de dinero para compensar a sus amos en el siglo XIX. Las licencias de los amarillos valen menos.

Se vive uno de esos períodos de aceleración de la historia. Colombia está en el torbellino, desorientada. La posmodernidad habrá que enfrentarla con instrumentos y opciones políticas distintas. No sería la primera vez que Francia sirva de brújula; guió a nuestros próceres. La alternativa es dejar que los Petros prosperen.

rsegovia@sillar.com.co

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS