El asunto de Jesús no es indiferente a las culturas contemporáneas, de alguna manera, el Nazareno sigue siendo alguien que suscita interés y atención. El Jesús de la historia sigue allí como desafío a las generaciones del presente. Pero al mismo tiempo, desde la complejidad de este momento histórico no faltan los análisis que plantean, con no disimulada contundencia, que estamos en una época poscristiana, lo que no es lo mismo que decir posreligiosa. Algunos desde orillas contrarias a la fe afirman que el cristianismo ha perdido vigencia y que esta pérdida está unida a su incapacidad, después de veintiún siglos, de haber producido el hombre nuevo predicado por San Pablo (Efesios 4,24).
El pluralismo de religiones, las diversas experiencias de lo mítico posmoderno, que se expresan en los nuevos credos generados a partir del deporte, de las actrices y actores, de los líderes políticos o religiosos, van sustituyendo la propuesta cristiana, ahogada en una racionalidad que no cede. El cristianismo iría siendo remplazado por propuestas holísticas, posmorales, meta-morales, donde lo dionisíaco, lo ligero, desplaza toda normatividad o regla. Una psicologización de la experiencia religiosa parece imponerse con fuerza, no solo en las expresiones que se atribuyen la exclusividad de la denominación de “cristianos” sino igualmente en nuestra tradición católica. El asunto de los pobres y la pobreza va quedando atrás.
La emergencia del Islam y su toma de postura clara y definida con relación a la vinculación entre fe religiosa y construcción de la sociedad política, conlleva un serio interrogante para el cristianismo que, en los últimos tiempos, ha querido dejar clara la separación entre lo religioso y lo civil, sobre todo en los hombres y mujeres de la vida religiosa y el así llamado clero. Hemos sido separados de la contienda política y de la inserción militante.
De igual manera, más que discutir o rechazar el desafío de decir que estamos en una época poscristiana, habría que preguntarse en qué consiste el cristianismo de una época, si ello consiste en seguir manteniendo un régimen de cristiandad en donde la fe se enrole de tal manera en los sistemas dominantes, que pierda su sabor, su carácter crítico y profético. El desafío no es tanto ser reconocidos como cristianos con poderes estructurales, sino ser auténticamente cristianos, para repercutir estructuralmente. El cristianismo está llamado a ser, al lado de todos los otros credos religiosos, avanzada de defensa de lo humano fundamental y del sentido de la construcción de lo social, como común unidad de hermanas y hermanos, amén de insobornable defensor de la vida y de la preservación de la creación y este es lugar privilegiado de las comunidades cristianas sólidamente formadas.
*Teólogo y religioso Salvatoriano.
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