Columna


Atípicos

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

03 de marzo de 2018 12:00 AM

El presente es la realidad. El pasado fue y el futuro viene. Tenemos una perversa inclinación a rescatar el pasado y anticipar el porvenir.

Esto nos restringe capacidad para vivir el momento. Vivir es importantísimo, cada instante es irrepetible. Poco pensamos en lo que nos queda de vida y nos damos el lujo de despilfarrar tiempo que merece toda la atención, todo el cuidado.

Así como los pueblos primitivos tenían la costumbre de enterrar y asociar las almas de los muertos a un objeto o animal, nosotros estamos constantemente enterrando el presente en elementos y conceptos. El ayer termina en esa falsificación de la literatura que es la historia, y el futuro se utiliza para engañar gente angustiada.

La melancolía es evidente en la inclinación a retrotraer tiempos viejos. ¡Cualquier cosa para evadir la pesadilla del presente!

Aunque resulta un despropósito que con la técnica y la ciencia necesaria para mejorar las cosas, hayan querido ocultar la pérdida del decoro y la conducta en el manejo de la cosa pública.

Los momentos vividos son como las viejas fotografías vistas al otro día. En ellas no están las angustias y pasiones agolpadas en nuestra alma…. En la hamaca de la nostalgia nos remitimos al pasado. Vienen sin ninguna dificultad los tiempos idos. Suspiramos porque vuelvan. Es una posición esquizoide, una tontería. Pero tolerar la estupidez, el desgreño y la corruptela de hoy es otra vaina. Quienes anhelamos cambio y progreso nos duele ver cómo en vez de mejorar, empeoramos.   

Porque así como perturba el pasado, con el futuro no es menor el problema. Se desbordan los sueños y las ganas de superar esa situación. La aventura y los riesgos de la lucha nos seducen. Aunque la vieja marcha del atraso sea más confiable, que falsas fanfarrias de progreso.

Hemos soñado con los grandes días que están por venir. La ciudad desbordó cifras y cuidados. El mañana merece toda nuestra atención. Planeación, coraje, nuevos sistemas y tecnologías para afrontar los megaproblemas del presente, cuando se olvidaron principios elementales de conducta y compromiso. 

En una obra cumbre, Proust intenta revivir el pasado. Establece que no hay una sicología estática. Nosotros no somos seres hechos de una vez para siempre. Estamos atravesando el tiempo como un crecimiento. Nos vamos haciendo y deshaciendo, adquiriendo cosas nuevas y enterrando buenas costumbres: llegamos al caos.

No pretendemos retrasar el tiempo en un mágico reloj de arena, pero nos hace falta el tic-tac de los viejos engranajes. En la hermosa Cartagena de la lentitud nunca hubo tanto desgobierno y tan poca claridad. Hemos perdido el tiempo. Lo peor: lo perdimos por K.O.

Ahora, cuando nos toca solucionar asquerosas situaciones en una Cartagena atípica, no sabemos “si va”, o si se queda en el limbo la posibilidad de actuar.

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