Decía en la columna anterior que los ganaderos también estamos en la mira de los veganos, ambientalistas y animalistas. Son grupos modernos, más propios de países del primer mundo, que se han dado a la tarea de imponer sus postulados a todos, como si fueran dueños de la verdad revelada. Esgrimiendo estadísticas de otras latitudes, los famélicos veganos criollos, enemigos de la carne, satanizan a las vacas como mayores culpables del calentamiento global, pero ignoran que nuestra producción ganadera, orgánica, sana, sin hormonas y en pastoreo con árboles, genera un gran reciclaje de nutrientes y fijación de CO2 en el suelo y la vegetación. Los estudios muestran que la cantidad de CO2 producido por una vaca durante un año, es capturado en un día por una hectárea cubierta en pasto con árboles.
Los animalistas han tratado, a veces con violencia, acabar con las corridas de toro en Colombia, como si se les obligara asistir a ellas. Recientemente la Corte Constitucional se interpuso en sus planes, ordenando al Congreso legislar sobre el tema, donde ciertamente tendrán que tener en cuenta los derechos de los amantes de la tradicional fiesta brava. Ahora, con proyecto de ley en mano, pretenden acabar con las exportaciones de ganado en pie. En un antiguo documental, presentado hace poco en TV y editado a la medida de los animalistas, pretenden probar que la travesía por mar es un calvario para los novillos, causándoles una muerte cruel, recubiertos en sus propias heces. ¡Falso!
Este es un negocio de ganancia de kilos, los compradores invierten millones de dólares en un embarque y no les interesa que muera ganado o pierdan peso. En barcos especialmente diseñados para garantizar el bienestar de los animales, los novillos llegan más pesados a su destino y así se logra una utilidad. Tienen veterinarios a bordo, corrales- hospital, medicinas, y suficiente agua y alimentos. En el peor de los casos, las pérdidas nunca superan el 0.4%, ajustándose a los parámetros de la Oficina Internacional de Epizootias (OIE), entidad que regula ese comercio, de la cual Colombia hace parte.
Muchos países del primer mundo, como Francia y Holanda, todos con hatos más pequeños que el nuestro, participan de estas exportaciones que ascienden a más de once millones de cabezas. Colombia, con uno de los hatos más grandes del mundo, participa con menos de cien mil cabezas, cifra que puede subir mucho sin afectar el mercado nacional. Proyectos de ley absurdos, como el presentado ante la Cámara por este movimiento esnobista, nos afectaría gravemente, por eso debe ser archivado. No se puede a veces vender lo que se quiere, hay que exportar lo que nos compran y tenemos cómo hacerlo, ya sea en pie por razones religiosas o de otra índole, o despostado cuando logremos de nuevo la certificación de país libre de aftosa con vacunación.
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