Columna


Banana Republic

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

13 de enero de 2018 12:00 AM

Son las repúblicas bananeras un catálogo de torpezas y equivocaciones. En cambio, se pondera a otras zonas como escenario del progreso y desarrollo. Por otra parte quienes tienen hábitos alimenticios que incorporan al plátano son la gente con menos ingresos en el planeta. La claridad suprema que produce el astro rey al nutrir esa planta emblemática tiene como contrapartida el subdesarrollo. Así las cosas, parece que el letargo que propicia la canícula y la pesada digestión del plátano significa atraso.  

Quienes nacimos en estas playas no podemos vivir lejos de ellas. La discreta penumbra de otras tierras nos enferma. Somos esclavos del astro rey, fuente de energía por excelencia. Pagamos el alto precio de vivir en la zona de atraso de una metrópoli que poco nos quiere.

Una vaina igual sobreviene con el plátano. Sin llegar a los peyorativos apuntes sobre una ‘banana republic’, transitamos la sabrosa ruta del patacón. Sin las delicias y el sabor elemental de las tajadas de plátano verde, o la dulzura del plátano maduro la vida es otra cosa. Nuestro paladar está comprometido, sin remedio, con una dieta rústica que nos domina desde la infancia para siempre. Los artificios de los gourmets son una aventura. Siempre volvemos a lo nuestro.   

En las sabanas de la costa se come una especie de puré con cebolla y ajo y le dicen cabeza de gato, aunque la mazamorra de plátano llega a ser frecuente hasta en las zonas templadas.

El plátano es tan especial que no se negocia por unidades sino por manos. Es decir de a cinco, uno por cada dedo. Es sin duda el más hermoso y rudimentario sistema de medición. Algunos supermercados han intentado venderlos por su peso, pero los compradores persisten en hablar de tantas “manos de plátano”.
La mata del plátano es de un verdor hermoso que agrada y refresca  la vista. Es exigente. No produce sino en tierra húmeda, fértil y fresca. Claro que nunca colonizará las fértiles planicies del Tennessee Valley.

Supera su condición humilde, el consagrado patacón, que ya logra aristocrático perfil. Las compotas más nutritivas, esas poderosas sopas de plátano, consistentes en su densidad que las madres obligan a tomar, aseguran a sus pequeños hijos salud y fuerza.

Así el color y la presentación de ese mazacote produzca rechazo a la vista, no valen reparos estéticos. Todo infante en el Caribe recibe su bautizo nutritivo.
Contra  todas las necedades que pregonan los dietistas, nadie en la región siente haber almorzado, si no ha comido arroz y plátano.

A quienes con dieta y ejercicio pretenden recuperar estado físico y juventud, se les dice para su resignación: “plátano maduro no vuelve a verde”.

*Columnista
AUGUSTO BELTRÁN
abeltranpareja@gmail.com

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