Columna


Bienvenido Francisco

RAFAEL VERGARA NAVARRO

02 de septiembre de 2017 12:00 AM

La Encíclica Laudato Sí, nace del canto de San Francisco que expresa que la casa común es una hermana con quien compartimos la existencia, y una bella Madre Tierra “que nos acoge entre sus brazos, nos sustenta, gobierna y produce diversos frutos de coloridas flores y hierbas.”

Propicia esta visión un encuentro espiritual con el culto a Lacta Mama, eje de la cosmogonía de las comunidades originarias, hermanadas con el catolicismo ecuménico en la valoración de la naturaleza y la necesidad de protegerla frente a la ambición e irracionalidad.

El papa nos concientiza en que la violencia que hay en el corazón humano, herido de pecado, se manifiesta en la enfermedad del suelo, el agua, el aire y los seres vivientes.

Al relativizar el antropocentrismo e identificarnos más con la naturaleza, estimula el amor a la Creación y nos convoca a creyentes y no creyentes a entender la necesidad de parar y revertir los daños provocados por el afán de riqueza de los que abusan de los ecosistemas.

Somos polvo de estrellas, decía Carl Sagan, y el papa lo confirma al decir que “nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

Retomando a Pablo VI y a Juan Pablo II llama a entender que ante la voraz explotación del ambiente es necesario cambiar radicalmente el comportamiento de la humanidad.

Para no destruir la casa común convoca a las naciones, sus gobiernos y ciudadanos a una conversión ecológica global, a mutar “los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”.

Francisco da voz al Patriarca Bartolomé, que califica los daños ambientales como pecados y pide a cada uno arrepentirse por la manera como afecta el planeta, reconociendo nuestra contribución grande o pequeña en la destrucción de la creación.

Líder de las soluciones ante el cambio climático, afirma que no son solo técnicas, exige cambios en el ser humano, en usted que me lee; y enfatiza que en Francisco de Asís la preocupación por la naturaleza es inseparable de la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

“Esta convicción de ternura con todo lo creado por Dios no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determina nuestro comportamiento.

Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.

En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo”.

*Abogado ambientalista y comunicador.

rvergaran@yahoo.com


 

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