Columna


Calor, educación y ciudad

JESÚS OLIVERO

31 de julio de 2015 12:00 AM

Las estadísticas muestran mejor rendimiento académico en escuelas privadas con relación a las públicas. Explicarlo va desde los profesores hasta la suspensión de clases por diversos motivos. La evidencia científica empieza a señalar un factor que para nosotros es común, las altas temperaturas, como determinante en el bajo rendimiento académico. Esto explicaría algo el buen desempeño nacional de los colegios en regiones templadas.

Algunos investigadores sugieren que después del estatus socioeconómico de los estudiantes, la condición de los colegios que mayor influencia tiene en los logros académicos es el aire acondicionado. Otros proponen que la temperatura óptima en los salones de clase es entre 20 y 23 grados centígrados. Por encima de 23, la velocidad de lectura, la comprensión de textos y las habilidades matemáticas son afectadas.

Las altas temperaturas interfieren con el sueño, el trabajo y el ejercicio. Cuando en una zona deprimida de la ciudad los apagones son frecuentes y el abanico, si existe, no funciona, el desempeño académico de los muchachos será menor. Imposible rendir en la escuela si los niños no duermen, y si a esto le sumamos el ruido, el resultado es desastroso. De igual manera es increíble que la temperatura nos condicione tanto el bienestar; por ejemplo, hasta la frecuencia cardíaca de los niños está asociada a la temperatura de la época del año en que nacen.

Una buena nota en las campañas electorales podría ser el compromiso de garantizar el fluido eléctrico continuo en todos los barrios de la ciudad, controlar el ruido e instalar aires acondicionados en las escuelas públicas, tanto de primaria como de secundaria. Incluyendo, por supuesto, aumentar la calidad de la educación y la garantía de ambientes saludables en las escuelas. 

El problema apenas se inicia y será aún más complejo. El cambio climático es avasallador y debemos trabajar para mitigarlo y adaptarnos. Ya es hora de hacer algo con La Popa, no es posible seguir siendo testigos de su deforestación y destrucción. En los alrededores de Mamonal y la Ciénaga de la Virgen la historia es similar, necesitamos murallas verdes que funcionen como corredores biológicos.  

Cada árbol talado, cada metro cuadrado despejado, significa más calor. Un respiro es convertir manzanas enteras en los barrios en parques productores de sombra, oxígeno y captadores de gases de invernadero. Eso sí, con avisos para los nombres científicos de las plantas y no con propaganda del ahora ganador. Si no creamos sombras masivas, con nuevos parques de gigantes frondosos, la temperatura en la ciudad seguirá subiendo y el futuro será aún más incierto.

*Profesor
@joliverov
 

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