Hace un año publiqué en estas páginas una columna acerca de la utilidad y el interés que para Colombia podía tener hacer una nueva Constitución. Ponía como ejemplo el caso chileno y su proceso constituyente ya por entonces comenzado. Un año más tarde me gustaría volver sobre el tema en función de los progresos chilenos, que recientemente se han materializado en la presentación del proyecto de nueva Constitución de aquel país.
Mi pregunta se mantiene: ¿debe hacerse una Constitución nueva cada generación, cada treinta o cuarenta años, o es preferible hacer cambios progresivos a un texto original sin substituirlo por otro? Mi respuesta era y sigue siendo elegir la segunda opción. Y mi argumento era y sigue siendo que los cambios bruscos del marco constitucional pueden salir bien, pero también mal, y en algo tan importante como la ley fundamental de un Estado mejor ser precavido y moverse con delicadeza, que no dejarse llevar por el deseo de cambiarlo todo, por la ilusión y por la utopía.
En Chile han optado, sin embargo, por la primera opción: cambiarlo todo. Si se piensa que la Constitución chilena vigente procede de una dictadura es comprensible querer cambiarlo todo. Si se piensa que Chile es probablemente (junto con Uruguay y Costa Rica) el país que mejor funciona de toda Hispanoamérica, la duda que surge es primero, si realmente era necesario cambiarlo todo y, segundo, si detrás de lo que se nos presenta como un texto de unidad nacional no habrá realmente un texto partisano que defienda la visión del mundo de un grupo concreto de ideologías que no se sienta cómodo con el modelo político y económico que ha llevado a Chile a su situación actual.
Colombia debe hacerse la misma pregunta. ¿Es la CPC de 1991 el problema del país? ¿Es la causa de que las cosas no puedan mejorar? ¿Frena la Constitución el desarrollo nacional? Yo creo que no. Pero, suponiendo que la CPC sí hiciera todo lo anterior, ¿sería una Constitución nueva un beneficio tan evidente que hiciera que mereciera la pena asumir el riesgo de que el país acabara con un texto partisano que lo que buscara no fuera el consenso nacional, sino la imposición de las ideas de unos sobre las de los otros? Ese es el miedo que no pocos tenemos respecto de Chile. Quizá seamos conservadores, quizá seamos prudentes, quizá no creamos en la utopía, o quizá, solo quizá, es que hayamos estado atentos a los éxitos constitucionales que comenzaron en Hispanoamérica en 1999.
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